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Entrevista a Antonio Salort-Pons

"No puede ser que se desperdicie el 30% de los alimentos de forma tan radical"

"Baja el hambre, pero no quiero lanzar un mensaje positivo: 800 millones de personas no tienen qué comer", asegura el responsable en España del Programa Mundial de Alimentos de la ONU

Antonio Salort-Pons. CRISTIAN VÁZQUEZ

Es fácil dejarse llevar por la pasión de Antonio Salort-Pons, quien sabe que, con su trabajo, se salvan vidas. Sin embargo, el jefe del Programa Mundial de Alimentos de la ONU en España no quiere dejarse deslumbrar por la potencia de la que es la mayor agencia humanitaria del mundo, y cuya candidatura concurre un año más al Premio Princesa de Asturias de Cooperación. "El hambre se reduce, pero no quiero mandar un mensaje positivo: hay 800 millones de personas que no tienen qué comer", asegura. Este valenciano está empeñado en transmitir otro mensaje de calado: "No puede ser que se tire el 30% de la producción de alimentos".

Dice que se puede acabar con el hambre en una generación. ¿Cómo?

Es la gran pregunta. Partimos de la base de que hay suficientes alimentos en el mundo para todos los que vivimos en él. Por lo tanto, no es un problema de producción, es de acceso, de quién hace la distribución de alimentos. Ya no cabe hablar de Norte y Sur o ricos y pobres, todos somos responsables. Tenemos que atajar el hambre, no es un problema solo de los países pobres.

Y también dice que la lucha contra el hambre empieza a la puerta de nuestra nevera.

En 2012, el secretario general de la ONU, Ban Ki-moon, lanzó el reto Hambre cero. Hablaba de varios pilares, uno de ellos, luchar contra el desperdicio. No puede ser que el 30 por ciento de la producción de alimentos se pierda automáticamente. No se puede seguir desperdiciando de la manera tan radical como se hace en Europa. Haz del carro de la compra un carro de combate contra el hambre, que lo que compres sea algo que te vas a comer.

Eso exige cambiar el patrón de consumo.

Entre otras cosas. A lo que nos invita es a reflexionar. No es una pelea entre grandes empresas y pequeños agricultores. Debemos reflexionar qué queremos consumir. Y cómo utilizamos menos pesticidas, cómo talamos menos bosques..., para hacer una agricultura más amiga del medio ambiente. Debemos empujar decisiones políticas que sean parte de nuestra vida cotidiana.

¿Qué deberíamos pensar cuando tiramos comida?

Hay dos errores. Uno personal, porque has tomado una mala decisión de compra. Y también un error de la sociedad, que no te ha motivado para hacerlo bien. Por ejemplo, tenemos unas campañas del agua que sí que calan en la sociedad. Yo vengo del Mediterráneo, con una crónica falta de agua, y tengo el chip de cerrar el grifo cuando, por ejemplo, me estoy lavando los dientes. Podemos hacer que eso pase también respecto a los alimentos y la agricultura sostenible.

¿A cuánta gente llegan?

Somos la mayor agencia humanitaria del planeta. Trabajamos en ochenta países y distribuimos alimentos a unos 80 millones de personas. Tenemos a 20 millones de niños en nuestro proyecto de comedores escolares. Nuestro objetivo principal es salvar vidas. Somos alrededor de 15.000 personas, casi el 90 por ciento de los cuales están desplegados en las zonas más vulnerables del planeta. Y manejamos cuatro millones de toneladas de comida. Trabajamos con cuatro millones de sirios en Siria y otro millón y medio de refugiados en Turquía, Líbano o Jordania. También en conflictos olvidados, como el del Sáhara. Cuando no tienes acceso a alimentos locales, los traes de fuera. Buscas la disponibilidad, no cargarte el mercado local, ni causar un encarecimiento de esos productos.

Están innovando, por ejemplo, entregando cheques en vez de comida física.

Son el futuro. En muchas de las circunstancias es lo que va a funcionar, porque puedes actuar con el sector privado, con las comunidades, aprovechar los recursos locales -supermercados, distribuidores- para ponerlos a disposición de las personas que viven allí. Funciona bien, por ejemplo, en los países que están acogiendo a los refugiados del conflicto sirio. Hemos invertido allí más de 1.500 millones de dólares.

¿Es Siria el mayor reto de los últimos años?

En enero, más de cien agencias humanitarias hicimos un llamamiento: "Basta ya, hay que detener esta carnicería". Es un país que conocí en los 90, con los mismos servicios que España. Pero ahora está destrozado. No hay infraestructura. Hay niños de cinco años que solo conocen la guerra. Hemos perdido una generación. Se está llegando a las ciudades sitiadas, tras arduas negociaciones. Hay lugares donde no hemos podido entrar y lanzamos comida a gran altura. En tanto no se llegue a un acuerdo político, no vamos a dejar a esa gente, no vamos a dejar a nadie atrás.

¿Trabajan con los que están llegando a Grecia?

Hemos hecho alguna gestión con Acnur. Hay capacidad en Europa para trabajar con ellos. Nosotros vamos donde no llega nadie. Siria, Yemen del Sur, Colombia, Nepal, Ecuador...

¿Se reduce el número de personas que pasan hambre?

Es interesante, se ha reducido, pero vamos lentos. No quiero mandar un mensaje positivo, porque hay casi 800 millones de personas que pasan hambre. Dentro de Siria, un tercio de la población sabe que habrá varias noches que no podrá comer.

¿Y cuáles son las crisis por venir? ¿Hay riesgo de hambrunas como las que golpearon el Cuerno de África?

Estamos muy preocupados por las sequías, por el efecto del Niño y la Niña. Hemos tenido que lanzar proyectos para reforzar la resiliencia de las comunidades, rehabilitando regadíos e infraestructura, reforestando, con proyectos de selección de semillas, capacitación de los pequeños agricultores... Siria, Irak, Yemen y Sudán del Sur son zonas de conflicto que requieren todo el esfuerzo. Hay que estar preparados en Centroamérica, porque empieza la temporada de huracanes; y revisar la situación de Etiopía, que empieza a sufrir una grave sequía. También las islas del Pacífico, por la subida del mar, Papúa Nueva Guinea... Cuando hay una catástrofe en un país vulnerable, de inmediato se convierte en una emergencia.

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