La Provincia - Diario de Las Palmas

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De Hanói a Halong y Hoi An

Desde el norte partimos hacia el centro del larguirucho Vietnam, y gozamos, al tiempo que observábamos la evolución de su cocina pública

De Hanói a Halong y Hoi An M. H. B. / P. DE LUCAS

Visitamos en Hanói el mausoleo y la momia del héroe y padre de la patria Ho Chi Minh con más fastos que los de Lenin. Una hora de cola. El Museo del Ejército, donde se exhiben desde aviones de combate hasta planos de estrategias militares hechos a mano en trozos de papel en alguna trinchera o en aquellos túneles. Y el "Hanói Hilton": presidio en el que estuvo, entre otros aviadores, el senador McCain, abatido y capturado herido a pocos metros de allí, en las aguas del bello lago urbano Hoan Kiem. En las fotos que exhibe, el político -al que se le intervino quirúrgicamente- y sus compañeros aparecen con muy buena pinta, debieron de mantenerlos bien alimentados. Fue este correccional iniciativa de los franceses, donde torturaban a los insurgentes vietnamitas o les daban guillotina. Contemplamos este artilugio, no sin poco repelús, así como las jaulas. Derroches de igualité, legalité y fraternité.

Dejamos atrás Hanói tras una cena en el restorán del jardín del hotel con más encanto: el colonial Metropole. Una sopa Pho, un entrecote, un bistec empanado y varias cervezas 123?. Es el que ha albergado a más artistas y personajes famosos. Visita que, a pesar del palo, valió la pena. Y alcanzamos la Bahía de Halong, con sus miles de islas, uno de los parajes más impresionantes del planeta, e hicimos un entrañable crucero de dos días en un vetusto barco de madera. La comida, decente: como de un colegio mayor, y nos deleitamos con plátanos (mejores que los nuestros, más dulces) y ananás. Teníamos decidido no comer pescado, habíamos sido bombardeados por la televisión con panga y perca de granjas horrorosas; por lo que la idea de ir en un fueraborda hasta uno de los "campamentos", donde viven con sus familias los pescadores de aquellas aguas tranquilas e impolutas, nos entusiasmó. Paramos el motor junto a uno de tales "campamentos" (barcas unidas), mas la captura había sido unos pocos chocos que pretendían cobrárnoslos a 25? el kilo. De ahí que nuestras ansias de pescado y langostas frescos continuarían aparcadas. Pensamos después que, en un país tan barato, pretender cobrar esa cantidad obedecía al típico "palo al guiri". Solo son paraísos los que fueron.

Proseguimos el periplo por el larguirucho y caluroso país hacia el centro convencidos de que su cocina pública no había llegado a la altura de crucero. Un país que sufrió más de sesenta años de dominio de una potencia lejana, las guerras con ella y a la vez con Japón, más la de los norteamericanos y finalmente la imposición de un régimen comunista, no son acicates para que, de repente, recupere un refinamiento imperial, que al parecer, tuvo.

La turística Hoi An dispone de una notable oferta de restoranes pero, dada la corta estancia y que no pudimos comer en los dos mejores de cocina autóctona porque uno cerraba aquel día y el otro no quiso darnos de comer porque en diez minutos cerraba, nos quedamos con las ganas. Y optamos por lo menos malo: un italiano. Como saben todos los que viajan por el mundo, alimentos, vinos y restoranes de "La Bota" copan el planeta. Y nos vimos sentados en Good Morning Vietnam, que fue casa de ricos, situado en el pinturero y comercial barrio antiguo, con fábrica de seda.

Durante nuestra vida de goloso hemos elegido sucesivamente platos test para evaluar la calidad de un cocinero y últimamente, cuando nos vemos atrapados en un ristorante, los Bucatini all'Amatriciana. Pues bien, allí nos sirvieron los mejores después de los que comieramos en el desaparecido Mediterráneo, a dos pasos del paseo de Las Canteras. Los del Good Morning Vietnam no llevaban bucatini, ese fideo gordo agujereado que los ortodoxos cocineros de la Comunidad Valenciana se niegan a emplear en la Fideuá. Simples spaghetti. Y tampoco guanciale: carrillo de cochino ahumado; en su lugar, y como suele suceder en muchos ristorantes, vinieron con bacon ahumado. Y ordenamos una pizza, que nos sorprendió: masa fina, crocante, deliciosa. Tanto nos gustó todo que quisimos conocer al artífice, que resultó ser un par de jovencísimos ayudantes que no entendían el porqué de nuestros elogios ni el interés en fotografiarlos.

La comida tanto en la bonita ciudad de Hoi An como en el barquito del crucero tampoco llegaron a deleitarnos, así que estábamos ansiosos por llegar a Hué para disfrutar de la Cocina Imperial: lujo asiático a decir de algún que otro viajero que nos informó antes de nuestra partida.

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