Julio Iglesias actor, futbolista truncado, agente del Gobierno español ante la Casa Blanca, conquistador de mujeres por millares, presunto padre de todos los niños nacidos entre los años 60 y los 90, Julio Iglesias con mocasines sin calcetines, Julio Iglesias me va me va me va, Julio Iglesias cantante. Durante tres o cuatro décadas, el intérprete de Me olvidé de vivir vivió a toda pastilla ante una España atónita, que apenas le podía seguir el ritmo de discos, noviazgos e hijos. Asombrados ante tal despliegue, los que nos olvidamos de vivir fuimos todos los demás.

Hubo un tiempo en que se instaló un acalorado debate acerca de los pocos o muchos méritos como vocalista del exportero del Real Madrid. Porque aquel hombre, balanceándose de su fino hilillo de voz como de una precaria liana, había logrado auparse a los más alto del show business americano. Ahí estaba él con Frank Sinatra, Diana Ross, los Beach Boys o Dolly Parton, cotizado en los mejores escenarios y en las listas de éxitos de medio mundo. Y eso cuando en este país aún mirábamos hacia Estados Unidos con la boina de paleto bien encasquetada en la cabeza. Por rachas, hemos querido a Julio Iglesias, lo hemos odiado, lo hemos envidiado o, y esto mucho menos, lo hemos ignorado. Pero quien en realidad ha pasado de niña a mujer en todos estos años es la España moderna, y casi siempre con Julio en el otro lado de la cama.

El día que alguien confeccione el preciso álbum de fotos de nuestro último medio siglo, no podrán faltar unas cuantas imágenes suyas y de sus entornos. Porque los años de plomo habrían sido muchísimo más plomizos en ausencia de, por ejemplo, Las Trillizas, Vaitiare o La Flaca. Y todo eso sin dejar de cantar.

Julio Iglesias supo cultivar un personaje de latin lover a ratos herido, para el que se hizo escribir un repertorio de canciones que insinúan lo autobiográfico sin llegar a afirmarlo del todo. Si To all the girls I loved before celebra el rosario de conquistas amorosas, Hey es una carta despechada a Isabel Preysler con luz y taquígrafos a 33 revoluciones por minuto. Algunas de estas tonadas tienen bastante miga. "Te suelen soltar la mano si ven que hacia abajo vas", citaba a veces Leopoldo María Panero, convirtiendo en cantinela malditista lo que había nacido como un himno al triunfo de Iglesias, facturado por Manuel Alejandro.

Algunos auguran que el autor de La vida sigue igual no tardará mucho en regurgitase a sí mismo para ofrecer su autoparodia al público joven en cualquier festival indie, como ya han hecho últimamente Raphael o El Dúo Dinámico. Yo creo que no, que Julio disfruta ejerciendo de monumento de la canción melódica española habida y por haber. Además, aún espera disparar algunos certeros cartuchos, como ese dueto en el que promete contrastar su seda con la lija de Joaquín Sabina. Como su amigo y admirado Frank Sinatra, no se ve fuera de los escenarios. El próximo que visitará está aquí al lado, en el Gran Canaria Arena. Allí estará el miércoles.