La reciente iniciativa de los Multicines Monopol de programar un puñado de clásicos como complemento a sus estrenos habituales de cine indie y de autor constituye, sin duda, una noticia alentadora para quienes siguen convencidos de que, pese a las incuestionables ventajas de accesibilidad y confort que comporta el uso del home cinema, no hay experiencia cinéfila que supere a la de contemplar una buena película en pantalla grande. La sensación, al menos para este comentarista, es tan diferente como la de leer un libro mientras lo hojeas con tus propias manos a cuando lo haces a través de cualquier artefacto informático. En ambos casos, la pérdida de contacto directo, de proximidad y de concentración intelectual con la obra objeto de tu atención es más que notoria. La percepción no es la misma.

La idea, cuya puesta en marcha arrancó el pasado martes con la proyección de Cantando bajo la lluvia (Singing in the Rain, 1952), de Stanley Donen y Gene Kelly, un título imprescindible para entender la traumática ruptura que supuso para muchos profesionales del cine el tránsito del mudo al sonoro y al que no pocos historiadores sitúan, y con razón, como una de las cumbres del género musical, seguirá adelante con periodicidad semanal -cada martes, para ser exactos- intentando mantener bien alta la guardia en cuanto a los criterios de selección que se emplearán en la programación. "Procuraremos que el nivel no disminuya, que las películas que se incluyan en este apartado despierten siempre el mismo interés. No hay más que repasar con atención la historia del cine para saber qué tipo de material tenemos que programar en estas sesiones. Los primeros cinco títulos, correspondientes al mes de agosto, ya dan una idea bastante clara de nuestras intenciones". Así lo explicaba la semana pasada Francisco Melo Jr., responsable de los Multicines.

Bette Davis, cabeza de cartel

Por lo pronto, hoy la cita será con Eva al desnudo (All About Eve, 1950), de Joseph L. Mankiewicz, otra perla del cine hollywoodiense de posguerra, ganadora de seis Oscar, incluido el de Mejor Película y Mejor Dirección, en la que el autor de Cleopatra (Cleopatra, 1963) explora los turbios mecanismos de una joven aspirante a actriz en su propósito de alcanzar la cima del éxito a cualquier precio, incluyendo la instrumentalización de una gran diva de la escena con la que logra establecer una relación muy especial de complicidad y dependencia. Un lujoso reparto encabezado por la gran Bette Davis, Anne Baxter, George Sanders y Celeste Holm constituye el mejor salvoconducto de este drama insuperable en el que se reflejan las grandes virtudes que han hecho del cine estadounidense un paradigma de la cultura popular a lo largo del siglo XX.

También ha sido incluida en la selección Gilda (Gilda, 1946), de Charles Vidor, un filme de gozoso recuerdo para los amantes del mejor cine negro norteamericano cuyo enorme éxito en medio mundo tuvo su baza esencial en la potente sensualidad que palpita tras sus oscuras e inquietantes imágenes. En medio de un clima invariablemente tenso, adobado con una actuación absolutamente sublime de Glenn Ford, Rita Hayworth y George Macready, Gilda se convirtió, pese a las severas admoniciones de la censura, en la quintaesencia de ese cine amoral, ambiguo y canalla que ensombrecía las pantallas del mundo durante las décadas de los años 40 y 50 en su afán por despojar la realidad de cualquier asomo de corrección política. Naturalmente, esta actitud de total desarraigo de la moral vigente, que encarna e la perfección esta inolvidable película, no prosperó en Hollywood pero sí quedaron, por fortuna, algunos vestigios como los que dejó este filme irrepetible.

La comedia, género de gran tradición en el cine norteamericano, se incorpora asimismo a la programación a través de Con faldas y a lo loco (Some Like It Hot, 1959), de Billy Wilder, máximo exponente del screwball -comedia pícara y desorbitada- en el Hollywood de los años 50 donde dos músicos excéntricos, interpretados por Jack Lemmon y Tony Curtis, huyen despavoridos de una peligrosa banda de gángsteres en plena Ley Seca tras presenciar la matanza de San Valentín. Entretanto, son sometidos a una frenética persecución a lo largo de la cual se enfrentan a situaciones que no solo ponen constantemente en peligro sus vidas sino incluso su propia "identidad sexual". Resultaría francamente difícil encontrar en la historia de Hollywood un ejemplo tan perfecto de dominio de la puesta en escena como en este prodigioso ejercicio del tándem formado por Billy Wilder y el guionista I. A. L. Diamond. Muy pocas resistirían la comparación. Como aditivo especial cuenta, además con la turbadora presencia de una Marilyn Monroe en plenitud de facultades.

El mes concluye con la proyección de Casablanca (Casablanca, 1942), del director de origen húngaro Michael Curtiz, otro título legendario en el cine de la década de los años 40, que reúne en su reparto a un ramillete de estrellas encabezado por Humphrey Bogart, Ingrid Bergman, Claude Rains, Peter Lorre, Paul Henreid y Conrad Veidt y cuyo guion, firmado por Jules J. Epstein, Philip G. Epstein y el infatigable Howard Koch, destila sabiduría y precisión por todos sus poros. Para muchos críticos e historiadores pasa por ser la mejor película de la historia. No lo sé pues hacer semejante afirmación se me antoja algo temerario, pero lo que nadie podrá arrebatarle nunca a esta hermosa e inmarchitable película es su condición de icono incandescente en el imaginario cultural de nuestro tiempo.