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Entrevista a Nicolás Castellano Flores

"Los marinos eran héroes; hoy existe seguridad, pero antes era una quimera"

"Mi abuelo me enviaba al muelle de Taliarte a buscar el pescado y yo volvía con el atún agarrado por la cola", recuerda el periodista en Cadena Ser y pregonero de las fiestas de Melenara

Nicolás Castellano Flores, pregonero de las fiestas, en la playa de Melenara. LP / DLP

Tiene previsto dar un homenaje a los marinos en su pregón.

Sí, será un homenaje a mi abuelo José Flores Casimiro, conocido como Chele, y a todos los marinos de Melenara. Empezó con ocho años a pescar, primero con un chinchorro y luego en barquillos. Nunca fue al colegio, no tuvo suerte con su educación y se ganaba la vida en el mar, siendo uno de los trabajos más duros del mundo. Quiero hacer un reconocimiento a todos los de su generación. Es de los pocos que quedan vivos en Melenara que se hayan dedicado al mar toda su vida y quiero reconocer el esfuerzo de estos verdaderos héroes, porque hoy existen métodos de navegación más seguros, un salvamento marítimo en alerta, etc., pero cuando mi abuelo empezó, todo era una quimera. Voy a recordar a familias que han perdido marineros en accidentes o algunos que salieron al mar y nunca volvieron, tras desaparecer por mal tiempo u otros motivos.

¿Tratará algún aspecto más?

Recordaré a esa gente que ya no está y mandaré un saludo a la familia de Fran Santana, el agente forestal que falleció en La Palma, ya que es el hermano mayor de una amiga de mi quinta, y nombraré a los que desaparecieron, de mi generación, por accidentes o por otras circunstancias dramáticas. Trataré una parte más festiva y recuerdos de mi infancia y juventud en estas fiestas que tanto disfruto junto a los míos, sin olvidar una parte en la que seré más reivindicativo. Pondré en valor el carácter peleón y luchador de los marineros de Melenara y lo voy a hacer recordando que hay una lucha pendiente, que es la rehabilitación de la casa de los marinos. Edificios mas de 40 años de historia sin las mínimas condiciones y nada adaptados para personas mayores o con poca movilidad.

Es un aspecto que afecta a muchas familias.

Sí. Mi abuelo tiene 90 años, problemas de artrosis y ya no puede subir y bajar cinco pisos para ir a su casa. Esto le pasa a mucha gente, y tienen que estar recluidos en una casa porque no hay ascensor. El derecho a la vivienda es común a todo el mundo y, además, algo que les han prometido muchas veces desde todos los gobiernos y administraciones. Periódicamente se anuncian nuevos planes para rehabilitación, pero nunca se ha movido ni una sola piedra. Ha llegado momento de que el Ayuntamiento de Telde presione a las administraciones para que la gente viva dignamente.

Cuente alguna anécdota.

Me acuerdo de cuando mi abuelo me hacía ir a buscar el pescado al muelle de Taliarte y volvía con el atún por todo el camino con miedo a que se me cayera, agarrado por la cola y sangrando por la cabeza. También cuando íbamos en el chinchorro y sacaba el pescado con la red en la playa, cuando todavía estaba permitido, o escenas con el edificio de la tortuga en la playa, el muelle antiguo o los pejines y las jareas secándose al sol. Siempre me acordaré de la playa y de las fiestas, cómo eran nuestras primeras verbenas, como la del solajero, las escalas en Hi-Fi o la amanecida.

¿Algo que le marcara?

Recuerdo una noche de amanecida que coincidió con la muerte de Lady Di. Era un pibe y vino un amigo con la noticia cuando el resto estábamos preparando el asadero en la playa. Recuerdo ese momento, como periodista novelero, de manera muy especial.

¿Le gustaría transportar a los asistentes a esa época?

Sí. Además, bromearé haciendo cómo que mis amigos y yo, de pequeños y adolescentes, podríamos haber protagonizado muchas noticias, porque éramos un poco gamberretes. Habrán sorpresas con personajes de la radio para rememorar momentos de Melenara y terminaré con un guiño musical, porque comienzan las fiestas, es diversión y voy a hacer una especie del 40 al uno, con cinco canciones de los temas verbeneros que marcaron nuestra época.

¿Es su abuelo un hombre de contar historias?

Siempre. Buena parte de mi interés por África viene de él. Se pasaba seis meses, o más, en alta mar o en los puertos de África antes de regresar. Estuvo mucho tiempo en el Sáhara español y aprendió la lengua saharaui. Siempre me contaba los números en esa lengua, me decía los kilos que habían capturado en el idioma, anécdotas de sus amigos de allí o me mostraba fotos en blanco y negro. Todas esas historias me han impulsado. Recuerdo cuando le quitó un arpón a una ballena y le salvó la vida y vino una asociación ecologista y les trajo a él y a sus compañeros una camiseta y una placa para felicitarlos. Momentos como cuando cogió un saco de langostas y, aún moviéndose, me las acercó para hacerme correr.

Es importante para usted.

Sí. Es un hombre que me ha enseñado que ante cualquier adversidad hay que levantarse. Está de moda la palabra resiliencia y mi abuelo, sin conocerla, es todo un maestro de eso, de enseñar al mundo que siempre se puede seguir adelante. Está muy lúcido y tiene un sentido del humor tremendo.

¿Le ha hablado sobre cómo ha cambiado su profesión?

Me decía el otro día que cuando empezó a trabajar cobraba 20 céntimos de peseta o no le pagaban porque iba a ayudar a su padre, El Blanco. Me cuenta cómo eran antes los barcos, los de madera de vela, luego más grandes, las falúas o los barquillos. Mi abuelo no ha estudiado, pero cuando el Instituto Tecnológico Pesquero de Taliarte necesitó conocimientos para ver cómo capturar determinadas especies, acudieron a mi abuelo y a otros hombres como él para enseñar a los investigadores.

¿Es este su primer pregón?

Sí. Será muy cercano a mis vecinos, amigos y familia, sin repasos históricos sobre acontecimientos que tengan que ver con Melenara, porque esto es mi playa, mi barrio, mi gente y mi campamento base. Cuando voy por el mundo cubriendo cualquier barbaridad, llego aquí y lo primero que hago es ir a ver a mi abuelo. Entro por la bahía, la avenida y veo sus rincones y al estar con él y sus amigos un rato, es como si nunca me hubiera ido. En casa, seguro y a gusto.

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