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Salud

Trastornos alimentarios, un laberinto con salida

Un 4% de los adolescentes canarios sufre estas patologías, que se afrontan con un tratamiento interdisciplinar de entre dos y cuatro años

Atracones de comida, vómitos, severos ayunos autoimpuestos... quienes han sufrido algún trastorno de alimentación conocen bien estos síntomas, que poco a poco van erosionando la salud y pueden desembocar en un estado de enorme debilidad y en una alarmante pérdida de peso. La anorexia y la bulimia son sin duda las dos caras más conocidas de este espectro de patologías, cuya atención supone hoy un reto para la administración sanitaria, inmersos como estamos en una sociedad que vive obsesionada con la imagen personal.

Los trastornos alimentarios son un problema serio, tanto para quien los sufre como para su entorno familiar. Un 4% de los adolescentes canarios tiene diagnosticado alguno y un 27% está en riesgo de poder desarrollarlos algún día. Pero, ¿de qué hablamos exactamente? María Luisa Álvarez Malé, psicóloga de la asociación Gull-Lasègue, los define como "enfermedades mentales que conllevan una alteración de la relación del afectado con la comida. Esto tiene un impacto sobre la salud física, psicológica y también influye a nivel social".

Así, la anorexia se caracteriza por bajo peso y restricción alimentaria, mientras que en la bulimia lo que hay son episodios de atracón y purga. Además, existe el trastorno por atracón, con una pérdida de control sobre la conducta de comer que se traduce en la ingesta de cantidades masivas de alimentos, y finalmente los trastornos de la conducta alimentaria no especificados, cuadros que presentan síntomas mezclados de un trastorno y de otro. Estos últimos son los más prevalentes.

A menudo se señala como un caldo de cultivo para el desarrollo de estos trastornos el modelo de éxito que entroniza nuestra sociedad, asociado a unos cánones físicos prácticamente inalcanzables para el común de los mortales. Así, acabamos introyectando un ideal de belleza con el que nos medimos una u otra vez para salir derrotados.

Álvarez no le niega influencia a esta circunstancia, pero advierte de que el cuadro es mucho más complejo: "Todos nos hemos desarrollado en la misma sociedad, nos llegan los mismos anuncios, pero sin embargo no todos nos vemos afectados por estas patologías. En realidad estos trastornos son la punta del iceberg, lo que se ve, la relación que tiene el paciente con la comida, pero lo importante es todo lo que está debajo. A menudo nos encontramos con personas perfeccionistas, con un alto nivel de exigencia, baja autoestima... es lo que influye para que se desarrolle la enfermedad, que sería la manifestación de una serie de factores como son los de personalidad e historia del paciente, etc".

No hay barreras de edad para la bulimia y demás patologías de este grupo, pero en la mayoría de los casos éstas atacan coincidiendo con la adolescencia y primera juventud, en un arco de edades que va de los 14-15 años a los 21-25. Así, en el caso de los menores, a menudo son los padres quienes advierten el problema y deciden que su hijo necesita ayuda.

Cuando llegan a la consulta, el trastorno suele estar ya bien avanzado. "Por lo general hay síntomas bastante evidentes si una persona viene sola. No tanto, cuando son menores que vienen traídos por sus padres", comenta la psicóloga. No es fácil reconocer que uno puede estar sufriendo una de estas enfermedades, pues "a veces se mezclan con otras cosas comunes, y no sabemos hasta que punto nos estamos obsesionando o simplemente nos cuidamos mucho", añade. El estigma que pesa sobre las patologías mentales también tiene un efecto disuasorio a la hora de asumir la posibilidad de haber desarrollado un trastorno: "Las enfermedades mentales se asocian normalmente a una debilidad, a una incapacidad. Entonces cuesta pedir ayuda". Además, su prevalencia es mayor en mujeres que en hombres, lo que las lleva a ser vistas como enfermedades femeninas. Por eso les cuesta mucho más reconocerlas a los hombres.

Enfoque terapéutico

Estos trastornos precisan un enfoque terapéutico interdisciplinar. A la propia complejidad de los cuadros hay que añadir la comorbilidad, es decir la concurrencia con otras patologías como trastornos de personalidad, depresión o ansiedad.

En la asociación Gull-Lasègue el tratamiento puede ser ambulatorio o en el centro de día, aunque existen otras opciones como el ingeso hospitalario. En el primer caso alternan las sesiones semanales con nutricionistas y psicólogos. Los primeros hacen un trabajo que busca, entre otras cosas, desmontar falsos mitos sobre la alimentación y proporcionar una información fiable y precisa. Además, realizan un seguimiento de las comidas, trabajan las cantidades, el tipo de alimentos, de nutrientes y el número de ingestas al día, porque, como explica Álvarez, "la relación de estos pacientes con la comida normalmente está desajustada en todos los sentidos".

A nivel psicológico se trabaja el nivel de exigencia y perfeccionismo que frecuentemente presentan estas personas, así como la poca tolerancia a la frustración, la gestión de conflictos y dificultades que tiene el día a día y la poca asertividad, porque a menudo no hay una capacidad de comunicar adecuada.

Centro de día

En el caso del tratamiento en el centro de día, es un nivelmás intensivo, En el caso de Gull-Lasègue, el paciente llega a primera hora de la tarde, almuerza en el comedor terapéutico donde se le ofrecen una serie de pautas y luego, tras un tiempo de reposo, alterna terapias psicológicas y nutricionales. Hay además diferentes talleres, algunos de carácter más lúdico.

En ambos casos, la recuperación es un trabajo largo, que lleva de dos a cuatro años. "A veces la sintomatología remite y el paciente quiere dejar la terapia. Eso hace que las recaídas sean más probables", advierte la psicóloga. Y es que, desafortunadamente, las recaídas son algo habitual en este proceso, hasta el punto de que se las considera una parte más del proceso.

Como señala Álvarez, para estos trastornos no existe a día de hoy un tratamiento farmacológico: "Con evidencia científica en trastornos de la conducta alimentaria puro y duro no existen opciones farmacológica, sí cuando existe comorbilidad con otros tratornos".

También hay que tener en cuenta la posible cronificación de la patología, que quedaría así sin resolverse: "Algunos aprenden a llevarlo, acaban generando rutinas y adaptando su vida a la enfermedad", finaliza la psicóloga.

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