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Historia | Una vida entre golpes de Estado (I)

"Ver a los refugiados sirios me recuerda la huida de mi familia a Francia"

"Los que más sufrían eran los padres, por dejar atrás todo: familias, una vida.", asegura Manuel Domínguez Llera, profesor jubilado de la ULPGC y exiliado del Régimen Franquista

"Ver a los refugiados sirios me recuerda la huida de mi familia a Francia"

Con sólo cinco años se ve metido de lleno en la Guerra Civil. ¿Qué recuerda del conflicto?

Nací en agosto del 34 y cuando estalló la Guerra Civil mi familia se posicionó en el bando republicano. Mi padre, que era mecánico y socialista, era el teniente de alcalde del pueblo. Éramos de Lastres, un pueblo costero de Asturias, que entonces no tenía ayuntamiento y formaba parte del municipio de Colunga. Cuando estalló la guerra mi padre fue al frente y nosotros aguantamos en el pueblo hasta que la situación fue insostenible. Vagamente nos podíamos comunicar, pero recuerdo que cada cierto tiempo aparecía mi padre y luego se volvía a ausentar.

Cuando cae Asturias, ¿qué fue de su familia?

Según avanzaba el bando nacional, a la gente de izquierdas nos fueron movilizando. Cruzamos todo el norte del país, hasta llegar a Cataluña, hasta La Escala. Y desde ahí el plan era cruzar los Pirineos y huir a Francia. Lo hicimos, lo hicimos malamente.

Era un niño, ¿pero recuerda esa huida?

Sí, tengo recuerdos vagos del camino, pero eso no se olvida. Recuerdo, sobre todo, el paso de los Pirineos. Había filas formadas por miles de personas que huían con lo puesto, en muy malas condiciones. Familias enteras, formadas por mujeres y por niños. ¿Sabe qué me recuerda a ese momento?

No, diga.

Cuando veo las imágenes de los refugiados sirios, eso me trae más recuerdos, porque así pasamos nosotros, los españoles, la frontera hacia Francia. Huimos por senderos. A escondidas para que no nos pillaran los nacionales. Y de repente, a veces, sonaban unas sirenas para avisar de la llegada inminente de los bombarderos. Entonces, había que esconderse donde uno podía. Si estábamos cerca de un pueblo, buscábamos los sótanos de las casas. Y si estábamos en algún sendero, intentábamos dar con algún nido de metralleta abandonado para cobijarnos.

¿Ese camino lo hizo solo con su madre?

No, también iba con nosotros mi hermano Pacífico, que era un año mayor que yo. Recuerdo que en un momento de la huida, mi madre tiró unas maletas con las que cargaba. Ese recuerdo lo tengo nítido. En ellas llevaba lo poco que pudo recoger antes de partir de Asturias. Cargaba conmigo, con mi hermano y con esas maletas. Y en un momento, optó por deshacerse del equipaje. Lo hizo ella y lo hicieron más mujeres. Y digo lo de las mujeres porque las guerras, y eso se puede ver ahora al contemplar las imágenes de los refugiados sirios, golpean más duro que nadie a las mujeres. Ellas tienen que proteger a sus hijos y lo tienen que hacer casi siempre sin sus parejas, que suelen ir al frente.

¿Lograron cruzar la frontera hacia Francia?

Sí, lo hicimos por Portbou. Y allí nos encontramos con otra situación dura. Francia recluyó a los refugiados españoles en un campo de concentración.

Francia no se portó nada bien con la República española. En su momento, en el 36, el Frente Popular que gobernaba en París, optó por mirar hacia otro lado tras el golpe militar de Franco. Y al término de la Guerra Civil no quiso ayudar a los refugiados españoles.

Los franceses no nos trataron muy bien. Algo que luego les ha acompañado siempre. Incluso deportaron gente a España que acabó fusilada por el régimen franquista. Pero no todo fue malo en el campo de concentración. Después de varios meses sin saber de mi padre, nos reencontramos con él en Francia. ¡Apareció! Y además hizo gestiones para poder subir al Winnipeg, un barco que se fletó con la ayuda internacional de la gente de izquierdas, gracias a un proyecto que lideró Pablo Neruda.

¿Cómo lo logró su padre?

Como Neruda fue el encargado de organizar el viaje de ese barco, el destino final era Chile. Y Chile buscaba obreros especializados: electricistas, mecánicos, pescadores, etcétera. Había de todo. Médicos, ingenieros. Y logramos estar en el Winnipeg. Salimos de Burdeos y embarcamos en Pauillac.

¿Un niño, con tanto dolor alrededor, se puede extraer de todo?

El niño no toma las cosas muy en serio, pero sí se asusta. Nosotros, mi hermano y yo, nos asustamos porque sentíamos como venían los aviones a bombardear las filas de gentes que intentaban huir de España. Sientes eso y sientes el miedo de los adultos. Sonaban las sirenas, porque venían los bombarderos, y entonces cundía el pánico y te escondías en cualquier sitio. Pero pasaba eso y al rato nosotros ya estábamos jugando. Es la inconsciencia de los niños.

Lo comentaba antes, que se ve reflejada su historia en los refugiados sirios. En base a esa experiencia, ¿cómo es posible que la Unión Europea, con el historial de guerras que ha sufrido, no empatice con esos seres humanos que huyen de guerra?

Es increíble. Se repiten los hechos. Y parece mentira, parece mentira. En lugar de hermanarse con esa gente que huye de su país porque está en guerra, se le cierran las puertas. Con lo descarnado que es cuando uno ve a los niños. Y son las mujeres la que están pagando esta situación, igual que lo sufrió mi madre. El marido, en el frente; y ella es la que protege a los niños.

¿Cuándo lograron embarcar y zarpar en el Winnipeg?

El barco salió en agosto del 39.

Justo con el estallido de la Segunda Guerra Mundial, ¿no?

Sí, escapamos de la Segunda Guerra Mundial, que ya venía y teníamos noticias sobre los avances del ejército nazi y la tensión por la situación en Polonia.

¿Cómo fue el viaje hasta Chile a bordo del Winnipeg?

Era un barco de cabotaje. Lo arreglaron con rapidez para que en las bodegas se montaran literas y pudiera viajar un elevado número de refugiados. Había una bodega para las mujeres y los niños y otra en la que dormían los hombres. Íbamos hacinados, la verdad. Me acuerdo perfectamente. Y no había elementos desarrollados de sanidad. Fue un viaje largo y duro. Se fletó con ayuda internacional de la gente de izquierdas, en un movimiento que lideró el poeta Pablo Neruda.

Junto a su hermano, otro niño, ¿cómo vivió esa travesía?

Había un grupo de niños y nosotros lo pasamos jugando, entreteniéndonos. Los que más sufrían eran los padres, por dejar atrás todo: familias, una vida. Pero a su vez había cierto clima de alivio porque al final se dejaba atrás una guerra. Lo que también recuerdo bien fue el ambiente de cooperación que existía entre toda la gente. Todos se ayudaban. Unos a otros. Los cocineros se las ingeniaban para hacer buena comida, los sanitarios estaban pendientes de cualquier problema de salud. Y así, todos.

¿Cuándo llegaron? ¿Cuál fue el destino final?

Llegamos a Valparaíso el día 3 de septiembre, durante la noche. No se me olvidarán nunca las luces de tierra. Eran como estrellas que estaban muy bajas, muy extraño, lo nunca visto por nosotros. Y al otro día, al amanecer, cuando ya nos llamaron para prepararnos para desembarcar, recuerdo que nos dieron una maletita, que no era de plástico, porque en esos tiempos no estaba eso, de color anaranjado, que traía un pantalón, ropita interior, una camisa, jabón. Todo para que bajáramos con una imagen decente, porque nos esperaba gente que se había inscrito para acogernos. Pedían la reseña de la edad de los niños y ellos se preocuparon en darnos eso. Y al bajar, curiosamente, el que nos esperaba en representación del Gobierno era el Ministro de Salud, que era nada menos que Salvador Allende.

¿Cómo fueron sus primeros días en Valparaíso?

La acogida fue buena. Ahí, en Valparaíso, había gente del Centro Republicano Español, que todavía está, que nos ayudó. Muchos españoles eran dueños de tiendas, zapaterías, panaderías... Llevaban tiempo allí y colaboraron para que todos nos pudiéramos instalar. Además de mucho español, también hubo mucho chileno que se inscribieron para recibirnos. Entonces, curiosamente, cuando llegamos a Valparaíso había un señor que conocía a mi madre del pueblo de Asturias. Ese señor nos acogió y nos ayudó. Tenía una habitación grande preparada para nosotros. Y ahí estuvimos unas semanas. Hasta que, al poco, no habían pasado dos semanas o así, mi padre consiguió un trabajo.

¿Pasó usted su infancia en Valparaíso?

Nos quedamos en Valparaíso hasta que yo cumplí los doce años. Como apunté antes, mi padre en Asturias era mecánico y Valparaíso consiguió trabajo en una barraca de madera. Montó todas las sierras. Luego, se independizó. Compró un torno, me acuerdo. Y se puso a trabajar por su cuenta. Y después ya nos fuimos a Santiago, porque mi padre se trasladó a la capital. Allí montó un taller mecánico.

Pasó de la costa al pie de Los Andes.

Los Andes€ Es un espectáculo. Es un señuelo permanente para nosotros. Cuando estás en algún sitio que no conoces o andas desubicado, buscas la referencia de la cordillera. Y sabes para dónde ir. Es impresionante. Conocí bien Chile, porque jugué al fútbol. Lo hice en la Universidad de Chile. Jugué hasta categoría juvenil. Hasta ahí llegué, porque tuve una lesión muy grave en la rodilla. Jugaba de centro delantero. Me faltaba fortaleza, pero era rápido.

¿Vivió una infancia feliz en Chile?

Sí, con total tranquilidad. Aunque cuando llegamos, mi hermano y yo nos llevamos un gran susto. Una noche, a los pocos días de estar en Valparaíso, empezamos a sentir unas explosiones por allí y por allá. Y nosotros, que éramos niños y habíamos vivido lo que habíamos vivido, nos asustamos. Recuerdo que mi hermano, que me llamaba Manolín, me miró y me comentó: "Estamos otra vez en la guerra". Y lo que pasaba es que se estaban acercando las Fiestas Patrias en Chile, que son el 18 de septiembre y lo que nos asustó fueron los fuegos artificiales. ¡Nosotros pensábamos que era la guerra otra vez!

¿Añoraba España?

No, porque éramos pequeños y salimos muy pronto de España. Vivimos esa alegría de tener una infancia feliz, en un tiempo de prosperidad. Ese es un recuerdo realmente importante de mi niñez. Mi padre y mi madre sí que añoraban España. Mi padre, cuando salimos de Francia, creía que sólo íbamos a estar unos años fuera. Él creía que la cosa iba a cambiar en España, que Franco iba a caer. El pensaba que tras la Segunda Guerra Mundial los aliados, cuando ganaran la guerra contra Hitler, derrotarían al último reducto del fascismo, que era Franco. Pero pasaron los años, ese cambio no llegaba y añoraba España.

¿Su padre sintió que el mundo abandonó a España a su suerte?

Claro. Durante la Guerra Civil, durante la Segunda Guerra Mundial y, también, durante la Guerra Fría. No defendieron la República, no combatieron a todo el fascismo tras derrotar a Hitler y Mussolini y luego convirtieron a Franco en una especie de adalid contra el comunismo. A mi padre le quedó esa cosa, porque, además, luego falleció su padre, mi abuelo, y ya no quiso regresar a España. Ambos tenían un taller de mecánica, en Lastres. Ellos arreglaban todos los motores de las lanchas y de los barcos de pesca de la zona. Mi padre siempre tuvo esa ilusión por volver. Se llamaba La Camperina, la había comprado mi abuelo. Y eso se perdió. Luego, estando en Chile, recibió la noticia de que había muerto su padre. Y a partir de ahí ya no le atraía volver.

¿Cómo se convirtió en profesor de universidad?

Cuando terminé el Liceo, como se llama en Chile al Instituto, me fui a hacer Magisterio. Lo hice en las Escuelas Normales, que dependían del Ministerio de Educación, no de la universidad. Terminé ahí, empecé a trabajar y, al mismo tiempo, a estudiar la licenciatura de Filología Hispánica. Lo hice en la Universidad de Santiago. Al terminar la licenciatura, empecé a trabajar en el Instituto. Y luego ya entré en la Universidad a dar clases como profesor de gramática.

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