La Provincia - Diario de Las Palmas

La Provincia - Diario de Las Palmas

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

La comida de Elvis Presley

En Memphis, la capital del rock and roll, y en Tupelo, donde nació la estrella, conocimos sus hogares y restoranes que aún están en funcionamiento

Con JoCathy Brownlee, sosteniendo una foto de ella con un novio, un tal Elvis. A la derecha la simpática Melisa Coleman Gigliotti, propietaria del restorán Marlowe's. T. AGUIAR

Memphis es la meca del rock and roll, y también queríamos visitar las casas donde vivió Elvis Presley y conocer sus restoranes. Pero no imaginábamos que iban a ser motivo de cierta consternación. La concurrida calle Beale, con esos garitos donde se fraguó parte de la música étnica norteamericana, y la de Elvis también, sería la primera parada; en concreto, el restorán de c ocina cajún BB King's. Orquesta y coros negros. Casi al lado, en la cafetería A. Schwab (1876), tomamos como el cantante un hot-dog y comenzamos a preguntar dónde solía comer. En el diner The Arcade, en Main Street, nos dijeron. Pero antes iríamos a visitar Graceland: el parque temático que se embolsa miles de dólares cada día; un vasto aparcamiento y luego, en el jardín, su Boeing 747 y otro avión miran hacia el chalé, que no es una mansión.

Y tras fisgonear, los visitantes se detienen en el jardín con un recogedor silencio ante las cinco lápidas de granito rojo que rompen la monotonía de la yerba en su esplendor; estremece tener a unos centímetros de las punteras lo que queda del ídolo del s. XX. El triunfador absoluto. El que todo lo obtuvo. Por la noche nos llegamos al diner, que conserva, aunque deteriorado, el decorado de los años cincuenta; está en el centro de la que fuera pequeña ciudad, frente a la Central Station. Hoy el barrio antiguo. Un edificio de una planta con esquina, en cuyo chaflán se encuentra la puerta principal; dentro, a la izquierda, una fila de sofás de skay de desteñido rosa de dos plazas y mesas de formica muy gastada, también fijas. El penúltimo sofá fue su asiento. Desde allí también observaba, a través de un espejo, la entrada de los fans y podía salir huyendo por una puerta, situada delante, a centímetros.

El negocio lo gestiona un hijo de la familia propietaria, unos griegos de apellido Zepatos que tantas veces trató al cantante. Y es cuando menos encomiable que no se aprovechen de que fuera su cafetería preferida; solo un afiche de una película, rodada en Hawái, aparece atornillado junto a su mesa. El comedor estaba prácticamente vacío, así que pudimos acomodarnos donde todos quieren sentarse. Dos camareras jovencísimas y muy simpáticas, sobre todo Jennifer, nos contaron todo lo que sabían de él, y Will, el risueño cocinero negrito, nos preparó el plato combinado que solía comer: Ensalada griega con aderezo Mil islas, bistec cubierto de cebollas fritas con champiñones, puré de papas y judías verdes, sin gloria, y una buena pizza. Y nos interesaba probar su golosina: un sándwich con lascas de plátano y mantequilla de maní, que ¡ojo! no está mal.

Y ya metidos en gastos decidimos hacer los 160 kilómetros hasta Tupelo para visitar el pequeño museo y la vivienda donde nació. Y otro motivo de consternación: 16 metros cuadrados para un dormitorio y una cocina-salón-comedor, y afuera, en un mínimo cobertizo, el retrete. Es de madera y la construyó su padre; un infeliz perdedor que la Gran Depresión acabó por hundir, incluso pasó un tiempo en la cárcel por una estafa. La razón de que casi no existan fotos de él cuando era niño se debe a aquella extrema pobreza.

Y antes de abandonar Tupelo, con el corazón arrugado, nos detuvimos para almorzar en su guachinche: Johnnies Drive In, cuyo dueño aprovecha el tirón: de las paredes cuelgan fotos del artista y hasta una placa de bronce en la cual se lee que, con su amigo James Ausborn, tomaba siempre Cheeseburger y una "RC (Royal Crown) Cola". O como a él le gustaba decir, "one R-O-C". Y comimos esa hamburguesa, aros de cebolla fritos y una Ensalada César sin pretensiones.

Cena en Marlowe's

Y al regresar a Memphis finalizaríamos el tour cenando donde también comía, o le llevaban los pedidos a su cercana Graceland, Marlowe's, situado en misma vía: el Elvis Presley Bulevard, donde nos deparaba una sorpresa. Es el típico restorán popular norteamericano: construcción singular de una planta y generoso aparcamiento en el que se erige una estatua inmensa de un cochino de color rosa; en el interior, abalorios, televisores, fotos, guitarras, afiches... Y mientras llegaban las inmensas raciones de Spare Ribs (especialidad que casi siempre pedía), langostinos y un steak nos acercamos a la zona de suvenires; compramos un opúsculo con sus recetas preferidas y, al abonarlo, le preguntamos a la dependienta, una amable sesentona que conserva la belleza, si lo conoció. "Fuimos novios cuatro meses", nos contestó, ahora con el semblante triste; y a continuación nos señaló una foto de ambos que siempre cuelga detrás de ella. Y cuando aquella noche dejamos atrás el restorán, y aquella gente, nos convencimos de que la vida del El Rey fue una tragedia. Uno de sus biógrafos asegura que "fue una de las figuras más grandes del siglo XX". Mas para escapar de tal servidumbre tuvo que suicidarse con barbitúricos.

Compartir el artículo

stats