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Nuestras primas Azores

Visitar el archipiélago atlántico es recrear historia, apellidos, culturas comunes. Las islas son la envidia gracias al mimo que le procuran sus naturales y ofrecen espontáneamente alimentos de la Macaronesia

Nuestras primas Azores

"Agra do Heroismo, en Terceira, es, decididamente, la ciudad más pintoresca e interesante". Así describió, en 1898, el británico A. Samler Brown a la capital de la isla azoriana, la segunda en extensión y la tercera descubierta. La cartografía de los navegantes genoveses las recogen en el siglo XIV; pero el historiador lusitano Damiao Peres sostiene que fueron descubiertas en 1427 por Diogo de Silves, estableciéndo- se los asentamientos en 1439. Al parecer, la voz procede tanto del italiano azzurro como del lusitano azur.

A. Samler Brown fue el editor de Madeira, the Canary Islands and Açores. A Complete Guide for the use for Invalids and Tourists, la primera guía turística, con más de 500 páginas, quien agrega "a excepción de Terceira, el estilo arquitectónico adoptado es algo vulgar, aunque las fachadas de las iglesias están, a veces, adornadas con extravagancia". En nuestra humilde opinión, de Ponta Delgada, la capital de San Miguel, nos sorprendió su cuidada arquitectura con la tan familiar piedra azul que nos hizo deambular por la Arucas de antes.

No hay duda de que A. Samler Brown quedó como un cicatero: cien años después, en 1983, Agra do Heroísmo fue declarada por UNESCO Patrimonio Mundial. Y tampoco hay duda de que tenemos que saludar, sombrero en mano, a sus habitantes por estar aferrados a esa cultura tan lusitana de la pulcritud y el orden; en la ciudad, universitaria, no existen suburbios, no se verá un papel por las calles, ni antenas de televisión ni un grosero edificio que rompa la armonía del grácil y cuidado urbanismo. El hotel Agra Marina alcanza nueve plantas; el cinco estrellas, al estar apoyado sobre un vertiginoso acantilado, asoma solo la última, que emula el puente de un barco: el amplísimo bar con vistas al que fuera Mar de las Tinieblas.

Batalla de Salga

Y así como Canarias fue objeto de deseo de los portugueses, los españoles abrigaron lo propio con Azores; sesenta años perteneció Portugal a la Corona de España. Hasta 1641. Si bien en 1580 tuvo lugar en Terceira una revuelta, que los españoles -previa petición de socorro de un noble lusitano- sofocaron merced a la Batalla de Salga, en la que pelearon Cervantes y Lope de Vega. Pero las relaciones entre los dos archipiélagos fueron, siempre -según el gran historiador azoriano del XVI, Gaspar Frutuoso, Saudades da terra- constantes y fructíferas, sobre todo durante los siglos XV y XVI. Mas en el imprescindible texto Los Portugueses en Canarias, el admirado etnógrafo palmero José Pérez Vidal sostiene que "la aportación azoreana a la población de Canarias no faltó en ningún tiempo: recuérdense las referencias a individuos originarios de 'la isla de Abajo de San Miguel', de la isla Tercera, de la del Fayal, de la del Pico; de Ponta Delgada y de Angra". Y Lothar Siemens y Liliana Barreto, en Los esclavos aborígenes canarios en la isla de Madeira, hablan de los indígenas que fueron llevados, en régimen de esclavitud, al pastoreo o al duro trabajo de los ingenios azucareros; amén de que algunas distinguidas familias, dedicadas al comercio, como los Bethencourt se establecieron en Madeira, Lisboa e incluso Brasil (Anuarios de Estudios Atlánticos. Num. 20. 1974). Y sin atrevernos a aportar teoría alguna, en Terceira existe el topónimo Bettencores, que fue uno de los escenarios de aquella encarnizada batalla.

Gaspar Frutuoso, a cuya casa y museo peregrinamos un día en Ribera Grande (San Miguel) dedica los capítulos IX al XX a Canarias, ahonda en los aspectos etnográficos de nuestros aborígenes y los castellanos recién naturalizados; desde su prehistoria, y lo mismo en Azores luego de haberse habitado, sus naturales han sido beneficiados con uno de los mariscos más finos que se conocen: la claca (Balanus Maritimus), del que nuestro imprescindible polígrafo -y, como buen clérigo, indisimulado gastrónomo- Viera y Clavijo dejó en su Diccionario que "su pulpa después de cocida ofrece una comida muy delicada y muy sabrosa, preferible quizá a la de las ostras". Digamos que la preservación de la Naturaleza -que se añade a ese plausible mimo que los portugueses profesan a sus ciudades y hogares- permiten que todavía se pueda gozar allí de ese delicado fruto de mar que puede recordar al percebe, pero con menos comida, lo que reafirma aquello de lo bueno es escaso. Y escasísimas son ya las clacas en nuestras islas, alguna se coge por el norte de Gran Canaria, pero solo cuando las mareas del Pino dejan desnudas a sus más recatadas rocas.

Recuerdos de la niñez

Hace unos días viajamos a Terceira con un grupo de escritores y periodistas peninsulares; les disertamos y ponderamos el delicadísimo marisco, que tanto degustamos de niño en Lanzarote, y nos fuimos al popularote restorán Beira Mar, que estaba lleno de clacaadictos, dándole duro, y nos zampamos docenas; a sesenta céntimos las pequeñas y a un euro las grandes. Y salimos todos de aquel figón entusiasmadísimos, excepto nosotros porque nos martirizaba la dichosa pregunta del ecologista con mala conciencia. ¿Cuánto tardará en desaparecer?

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