La Provincia - Diario de Las Palmas

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"Me tiraba al suelo a golpes"

Una mujer que soportó malos tratos de su esposo durante dos décadas recomienda "no aguantar ni uno; quien hace uno sigue adelante"

Se casó con apenas 23 años. Entonces no lo podía sospechar, pero las mieles del matrimonio recién estrenado velaban un infierno que esta mujer, a la que llamaremos Julia, no tardaría mucho en experimentar en carne propia. "Él era celoso y a los dos o tres meses de casada empezaron los malos tratos físicos y psíquicos. Si me miraba un hombre, ya me preguntaba quién era y cositas así, tenía celos hasta de su propia familia y de la mía. Así se inició todo", comienza explicando.

Para ella todo esto era una sorpresa. Nada durante el noviazgo le hizo sospechar tales comportamientos, pero con el matrimonio algo cambió en el marido de Julia, que empezó a tratarla como si fuera un objeto de su pertenencia: "Antes de casarnos no había detectado ningún comportamiento raro. Pero tras la boda él creyó que yo era de su propiedad".

Pronto supo la joven que aquello no iba a cambiar. Su esposo no tenía problemas con el alcohol o las drogas, pero una vez que el demonio de los celos se apoderaba de él, la furia y el desprecio se volvían incontrolables, y así una y otra vez durante muchos años. "Tenía épocas en las que estaba bien y otras fatal. Era un problema de su cabeza. Me daba golpes que me llegaron a hacer caer al suelo", rememora Julia con la voz serena de quien, cuarenta años después, ha conseguido hacer las paces con su dolor.

De nada sirvieron los muchos puentes de diálogo tendidos con el maltratador para intentar disuadirlo de reincidir en estos comportamientos: "Intenté hacerle razonar muchas veces, yo, la familia, todos... Él lo veía claro en ese momento, pedía perdón y todo comenzaba de nuevo, hasta que volvían los malos tratos; no podía controlarlo".

Hablamos de la España de los años setenta, un país con un entramado jurídico y una estructura social que reservaban a las mujeres un lugar muy subalterno con respecto a los hombres. Ni siquiera estaba legalizado el divorcio, que no quedaría aprobado hasta 1981. Julia experimentó estos desniveles incluso en el seno de su propia familia, cuando se desahogó con sus padres y les confesó que estaba sufriendo malos tratos. "Les comenté la posibilidad de separarme. Mi madre no lo veía bien por el 'qué dirán', pero mi padre me dijo que sí, que adelante", rememora. También llegó a denunciar a su esposo, "pero el juez ni lo llamó a declarar".

Como tantas mujeres de entonces, Julia no trabajaba fuera de casa, se dedicaba a las tareas domésticas, aquello que eufemísticamente y no sin cierto recochineo se denominaba entonces 'sus labores', lo que complicaba aún más las cosas si decidía romper con quien le estaba haciendo la vida imposible.

Pero a los doce meses de la boda se verificó un acontecimiento que condicionaría de forma definitiva la decisión que iba a tomar. "Al año justo de casarme nació mi hija y los malos tratos siguieron. Pero yo no me separé hasta que ella cumplió los 18 años. Aguanté porque no quería que la niña tuviera que estar con su padre los fines de semana. Ella me echaba de menos y me hubiera muerto si no hubiera sabido cómo estaba". Julia prefirió aguantar en el hogar conyugal con su hija que dejarla a solas los fines de semana con un maltratador.

No fueron 18 años fáciles para madre e hija: "Aguanté por luchar por la niña. Yo no quería que se quedara sola con él. Aunque a ella no la llegó a maltratar físicamente, sí alcanzaba en lo psíquico, que lo sufría más que yo. En realidad la niña me cuidó desde pequeñita, desde los dos años. Recuerdo una vez que el padre estaba dándome y no sé cómo, pero ella escaló, se le subió al hombro y le golpeaba para que no me tocara". En una de estas decidió llevarse a su hija a una casa de acogida, pero al poco tiempo retornó al domicilio conyugal. "En su momento llegué a estar en una casa de acogida, cuando la niña tenía doce años. Me marché pero volví porque era un follón entonces estar con la niña fuera de casa. Además, coincidía con la época en que tenía que empezar en el instituto".

Una vez que la hija alcanzó la mayoría de edad, poco tardaron ella y su madre en abandonar el hogar y alejarse del maltratador: "Le había advertido de que me iba a ir. Él ya no me propinaba palizas, pero sí malos tratos psicológicos. Al mes de cumplir mi hija los 18 años le hice un simple comentario, me la montó y decidí que ya se acabó".

Aquella fue la definitiva. "Me fui a la casa de mis padres con mi hija, ya preparamos todo lo concerniente a la separación. A los dos meses volvimos a la casa ya solas mi hija y yo, empecé a trabajar y todo cambió". Julia tenía más de cuarenta años y comenzaba de cero una nueva vida lejos de todo aquel sufrimiento que había marcado su existencia durante prácticamente dos décadas.

Afortunadamente, todo eso es agua pasada, un negro recuerdo que madre e hija han conseguido dejar atrás y apartar de sus existencias. "No sabemos nada de él ni queremos saber. Mi hija y yo hablamos de estas cosas con normalidad, ella muy tranquilita. Pasan meses y ni nos acordamos, tanto ella como yo lo llevamos súper bien", añade Julia

Su dura, durísima, experiencia le ha hecho lo suficientemente sabia como para permitirse dar un consejo a todas aquellas mujeres que hoy puedan estar atravesando el infierno que ella sufrió hace 40 años. "Les aconsejo que no aguanten ni un maltrato, porque el que hace una, sigue haciéndola. Quien tiene estos comportamientos, no cambia. Cuando una cree que la cosa está relajada, empieza a molestar, a recordar o lo que sea". Lo dice alguien que sabe muy bien de lo que habla.

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