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Enhebrar la esperanza

Voluntarias canarias montan un exitoso taller de costura en el campo de refugiados de Eleonas

A la condena que suponen las durísimas condiciones de vida que sufren quienes se ven confinados en campos de refugiados hay que añadir la congelación del tiempo. Los minutos pasan y pesan como horas y las horas como días. Echar los días patrás, esa expresión tan livianamente nuestra, es para estas gentes un lucha contra la desesperación cotidiana, porque en esos limbos se vive con el tiempo empegostado.

No hay mejor forma de combatir ese demonio que aligerando las manecillas del reloj con actividades que entretengan los días, pero las posibilidades de ocio son mínimas en estos lugares. Aun así, hay opciones; a veces sólo es necesario rebuscar entre los viejos pasatiempos de nuestros mayores. Eso fue lo que pensaron unas voluntarias isleñas cuando, al preparar las maletas el verano pasado con destino al campo de refugiados de Eleonas, en Grecia, hicieron acopio de agujas de coser y lana: planeaban montar un taller de costura. A día de hoy las refugiadas del campamento no sólo han desarrollado una herramienta contra el tedio, de sus manos han salido prendas que protegen a las familias del feroz frío que se ha cebado con ellas este invierno.

En realidad, la idea partió de la madre de Cristina del Río, directora de la SGAE en Canarias y una de las voluntarias que en agosto se desplazaron a Eleonas para colaborar con Proyecto Elea. "Esta ONG se encargaba de distribuir comida y ropa, también de la organización de actividades sociales, así que antes de partir miramos juegos y manualidades pensando especialmente en los adultos", comienza rememorando, "entonces mi madre nos dio lana, agujas y revistas que enseñaban a hacer punto. Insistía en que era una actividad que iba a entretener a las mujeres y las niñas del campo. Nos vimos cargando con todo eso camino a Grecia".

No pudo tener mejor ojo la madre de la voluntaria: las labores de punto conquistaron las tardes de muchas refugiadas, que aprovechaban que el calcinante sol comenzaba a aflojar para salir de los barracones y socializar agujas en mano. "Durante el día estábamos a 40 o 45 grados de temperatura y todos permanecían dentro de los contenedores. Cuando atardecía, a las 18.00 o 19.00 horas, empezaban a salir", explica Del Río.

La incertidumbre y el trauma que arrastran los refugiados martillean machacones en las muchas horas muertas que brinda la vida desolada de los campamentos. "Eleonas es una gran explanada de gravilla en la que no hay nada que hacer. Los refugiados se pasaban las horas comiéndose el coco con todo lo que dejaron atrás y con la incertidumbre. El ambiente anímico era lo más frágil. Es gente desesperanzada, han llegado a Europa, pero pasan las semanas y los meses sin unos papeles que no llegan, metidos en los barracones. Algunos llevaban hasta nueve meses esperando respuesta administrativa, sin poder hacer nada, sin dinero, sin saber cómo han quedado sus familiares en los países de origen, en Siria, Afganistán, Irak, Irán o Somalia", añade.

En Eleonas hay unas 2.300 personas, es uno de los campos de refugiados griegos mejor acondicionados. Por eso acoge a mujeres embarazadas y familias con niños. Se reparte comida a diario, cuenta con servicio médico y unos traductores que alivian el babel de lenguas que se dan cita en el recinto. "Allí está la gente más afortunada dentro de los refugiados, pero la parte psicológica no se atiende. El vacío en el que viven les causa daños psicológicos, así que intentamos llenar sus horas con actividades entretenidas", explica Del Río.

Las voluntarias canarias, revistas en ristre, optaron por promocionar por el campo el taller de costura que se disponían a montar: "Fuimos puerta por puerta enseñando a las mujeres las revistas. Todas movían la cabeza en señal de aceptación, pero había poca lana, apenas un par de agujas y algunas revistas. Necesitábamos comprar más". Eso fue precisamente lo que hicieron; una mañana adquirieron los utensilios necesarios, más esterillas y taburetes, para que las que alumnas no tuvieran que recibir las clases sobre la gravilla y la arena. "Nos sentamos con las mujeres una tarde y les explicamos que lo ideal sería que vinieran todos los días a esa hora. Conseguimos habilitar una zona que a las 18.00 horas recibía sombra de un contenedor, donde las reuníamos. Durante hora y media o dos horas se relajaban y tejían. Era un entretenimiento práctico y útil", recuerda la voluntaria. Al finalizar la jornada, guardaban su labor en bolsitas individuales, de forma que se podía ir evaluando el progreso de cada una.

Entre las que acudían al taller rápidamente se destacó Sumaya, una siria de Homs que había perdido su hogar y estaba en el campamento con su marido, esperando hacer efectiva la reagrupación con dos hijos que esperan en Suecia. Las habilidades de Sumaya tenían su porqué: era costurera. "Es muy hermoso, pasamos mucho tiempo reunidas gracias a esta actividad", explica desde el campamento.

Las voluntarias la designaron para que siguiera adelante con el taller una vez ellas hubieran abandonado el campo: "Le pedimos si podía continuar enseñando a la gente, que crearan comunidad y se hablaran, que aprovecharan esos momentos para conocerse entre las vecinas. El último día nos despedimos, repartimos las lanas que habían sobrado y les dijimos que dejábamos a Sumaya al frente. El taller quedó en marcha".

Con el paso de los meses, Cristina hubo de enfrentarse a un nuevo problema, ya desde la distancia: "Sumaya me dijo que la lana se acababa y que no tenían dinero. No se le puede encargar desde aquí la compra a un voluntario, porque rotan cada quince días". Había que mandarla. Del Río se pateó unas cuantas tiendas de las Palmas mostrándoles las fotos del taller para tratar de lograr el mejor precio posible. Finalmente halló el colaborador idóneo en El palacio de las lanas, un comercio ubicado en la capitalina calle Juan Ramón Jiménez que le hizo un precio tan bueno que pudo enviar 100 kilos de lana a Eleonas. "La lana es muy cara, pero ellos colaboraron con un muy buen precio para mercancía que tenían en un almacén. Mandé 100 kilos. Así el taller ha podido seguir todo el invierno".

Muchas costureras de Eleonas ya van siendo experimentadas en el arte de las agujas, que por cierto prefieren de tamaño pequeño para hacer sus labores con la lana, tejido preferido. Las niñas también se han ido animando. Lo primero que tejieron fueron manoplas para la ducha, tras las cuales se fueron animando con cosas más complejas, a medida que sus habilidades crecían. Cuando arreció el terrible invierno que ha azotado los campos griegos estos meses atrás, ya estaban preparadas para hacer la necesitada ropa de abrigo. Sumaya lo explica mejor: "Algunas mujeres se animaron a hacer chales, luego ropas para los niños y finalmente ropa para ellas".

¿Y los hombre del campamento? "Muchos hombres allí nos parecían muy tristes. Habían dejado su familias atrás y venían a buscar una vida mejor para traer a los suyos después. A ellos les compramos juegos como ajedrez o backgammon", finaliza Del Río. Cuando las cooperantes canarias abandonaron el campo, ellos, por una vez, se zafaron de esa sombra taciturna y salieron de sus barracones para despedirlas agradecidos. Fue la mejor señal de que habían realizado un buen trabajo.

Éste y otros proyectos de colaboración se pueden consultar en la página de Facebook de CanariasSOSrefugiados.

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