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Entrevista

"La actuación de Sethlas fue una falta de respeto, pero la Iglesia no debe condenar"

"Las humanidades siguen siendo fundamentales para la felicidad y la libertad de las personas", afirma Julio Martínez Martínez

Julio Martínez. LP / DLP

¿Qué papel puede jugar la religión en una educación secularizada?

El papel que juega es el de dar una identidad y unos modelos educativos que forman a las personas no sólo en las cuestiones de la fe, sino en el conjunto de las necesidades y conocimientos que requerimos para vivir en sociedad. Se convierte en algo que nos ayuda en un mundo y una sociedad desconcertados y confusos.

¿El descrédito que afrontan hoy las humanidades en el sistema educativo tuvo su avanzadilla en el progresivo arrinconamiento de la religión?

Es uno de los factores a tener en cuenta. Ese descrédito viene más bien por una sociedad que ha funcionado mucho pensando que el avance científico y tecnológico le podía dar el progreso que necesitaba para la satisfacción de las necesidades y deseos. Pero esas necesidades no son sólo las que satisface la ciencia, así que encontramos que las humanidades siguen siendo fundamentales para dar felicidad y libertad a las personas. En eso soy esperanzado, creo que cuando nos demos cuenta de que las opciones que hacemos no son suficientemente válidas, habrá que rectificar. El valor y el poder de las humanidades nos ayudan. Situar el progreso técnico, que es muy valioso, en un horizonte donde entren la filosofía y la teología puede ser muy útil, aunque muchos no lo vean.

El literalismo se ha convertido en un problema para entender los textos religiosos, de los que no sabemos extraer los significados simbólicos instilados en ellos. ¿No es esto otra cara de una educación defectuosa?

Es uno de los desafíos fundamentales y requiere una cierta capacidad de interiorización. Tenemos que buscar formas de llevar a los niños, adolescentes y jóvenes la inquietud de crecer en su vida interior. Sin esa interioridad los símbolos no nos resuenan. La virtualidad del mundo digital no ayuda nada a las personas a darse cuenta de quiénes son y de su mundo interior. Se trata de reconocer los sentimientos y las emociones, poder disfrutar del silencio en algún momento del día. Hoy no es que seamos peores que antes, pero por la cultura de la virtualidad lo tenemos más difícil con los textos simbólicos. Pero no debemos olvidar que los fundamentalistas también usan los textos literalmente. Son religiosos pero no entran en la interioridad de forma positiva.

Usted destaca que, a diferencia de España, la religión tiene un papel protagonista en las campañas electorales estadounidenses. ¿No es un factor de distorsión que distrae del debate político y de gestión?

Creo que tiene un papel bastante distorsionante y distorsionado. Los líderes utilizan la religión; hemos visto a Trump en campaña con la Biblia que le regaló su madre, sobre la que juró en su toma de posesión. Vemos sobreesfuerzos por presentase como personas religiosas para no perder votos de determinado electorado más creyente. Yo no daría siempre esa presencia de la religión como algo positivo. Quienes se presentan a unas elecciones tienen que ser como son, sin fingimientos ni sobreactuaciones. En el caso de España, hay políticos creyentes que no hacen alardes de ello en campaña. Los no creyentes a veces sí lo hacen de anticlericalismo o anticatolicismo. Hay una parte de la izquierda que piensa que así pesca en el caladero de gente que siente que la Iglesia tiene una deuda histórica.

A propósito de estos comportamientos, ¿qué le parece la polémica instigada por Podemos al querer quitar la misa televisada?

Me parece que es crear un problema donde no lo hay, pero los políticos a veces hacen eso con la religión. Creo que no es bueno manipular la religión, que es muy importante para muchas personas. Vemos que se la quiere manipular de muchas maneras.

A menudo se quiere contraponer una Iglesia teológica a otra social. Digamos, de forma tosca, Benedicto frente a Francisco. ¿Es esto tan simple?

Es una dicotomía falsa. Contraponer así los dos papas me parece algo erróneo. Es cierto que Benedicto es un papa intelectual y un gran teólogo, mientras que Francisco es un gran pastor, con una formación importante pero no es un intelectual. Concluir que Francisco no valora la teología o Benedicto no valora el compromiso social es una lectura hecha con buenas o malas intenciones pero que crea falsas contraposiciones.

¿La revolución del papa Francisco va muy lenta o muy rápida? Hay opiniones para todos los gustos.

Francisco está acometiendo cambios que necesita la Iglesia y que en realidad ya estaban en parte apuntados por Benedicto. No ha cambiado la doctrina, se mantiene en la tradición de sus predecesores, pero sí está pidiendo el discernimiento pastoral ante la fragilidad de personas que quieren buscar a Dios y seguir a Jesucristo, personas que se sienten excluidas. Acompañar, discernir e integrar. Es un cambio importante pero no de doctrina, no son afirmaciones dogmáticas. Está teniendo su oposición. Hay gente que querría que fuera más rápido, pero lo rapidez no es relevante. Cuando hay que llevar a la gente modos de vivir y buscar a Dios, hablamos de procesos lentos. Luego ha hecho cambios en el Vaticano, cosas de finanzas... Desde 2013 ha hecho muchísimas cosas que no tienen marcha atrás, que marcan una nueva era para la Iglesia, siguiendo el espíritu de Jesucristo.

Usted ensalza una laicidad positiva como contrapuesta a un laicismo disolvente. ¿A qué se refiere?

En España tenemos una gran suerte con la Constitución y sus desarrollos legislativos respecto a las relaciones entre religión y Estado. Se manejan dos cosas como laicidad positiva: una neutralidad que viene de la aconfesionalidad del Estado y la cooperación entre ese Estado y las diversas iglesias. Eso es la laicidad positiva, combinar la neutralidad con la separación y la cooperación. Por el contrario, el laicismo disolvente es el que no quiere cooperación. El laicismo se tiene en Europa como problemático en un contexto de multiculturalidad y convivencia de diferentes religiones. En España tenemos este patrimonio, que tiene que ver con la Transición. Soy un gran defensor de esto, que nos ayuda a afrontar retos como el terrorismo yihadista. En España la cuestión de la integración está mejor enfocada que en países vecinos como Francia, y tiene que ver con este tipo de cosas.

¿Fue la actuación del drag Sethlas una manifestación de laicismo disolvente? ¿Debe condenar públicamente la Iglesia este tipo de cosas?

Es una falta de respeto a la libertad religiosa. Se hace mofa y befa de cosas que para otras personas son sagradas, importantes y fundamentales. Fue más que desafortunado. Más que condenar a nadie, lo que tenemos que hacer es salir a decir lo que nos parece. Si somos personas de diálogo, tampoco debemos tener miedo a decir las cosas. Es como lo de la retransmisión de la misa dominical, lo más correcto es que también argumentemos, porque tenemos argumentos y razones. No somos dogmáticos, por eso no debemos condenar, la condena bloquea el diálogo. El estilo debe ser el del diálogo, no queremos condenar a las personas, abrimos la posibilidad de reconocer que se han equivocado.

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