La Provincia - Diario de Las Palmas

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Integración

Del nacional catolicismo al LGTB

Ancianos padres o abuelos de transexuales y gais evalúan el cambio de mentalidad en España

María Artiles con su hijo Cristóbal, padre de Selena. ANDRÉS CRUZ

Apenas nos damos cuenta porque el vértigo de los cambios nos absorbe, pero entre el adoctrinamiento del nacional catolicismo y la aprobación del matrimonio entre personas del mismo sexo media apenas medio siglo, un breve lapso histórico. Pensar que el franquismo confinaba en el majorero campo de concentración de Tefía a homosexuales -entonces motejados de "maricones" con escarnio- por el mero hecho de serlo, nos da idea del vuelco que se ha verificado en la forma en que la sociedad española contempla e integra la diversidad sexual. Del estigma y la ridiculización a la visibilización del movimiento LGTB va un importante trecho. Varias personas que pasan la edad de jubilación y que tienen hijos o nietos que pertenecen a estos colectivos, cuentan como han experimentado y hecho suyo ese marcado cambio de mentalidad.

La madrileña Ángela Pérez, madre de Nacho, secretario del Colectivo Gamá Canarias, creció en un asfixiante ambiente que velaba la condición homosexual entre sigilos y vergüenzas. "Es que casi no se hablaba entonces de estas cosas", comienza recordando, "y cuando te enterabas de que alguien era homosexual es porque había tenido que irse fuera. Era algo muy criticado por la sociedad", rememora.

Su marido, Vicente Pérez, precisa que bajo el franquismo sí existía cierta homosexualidad consentida, soterrada bajo formas perversas: "Tuve la suerte o desgracia de criarme en un colegio de jesuitas, y cuando sacabas un suspenso tenías que ir los sábados a que el cura te manoseara y te tocara en su despacho. Era habitual y todo eso te marca".

La maquinaria ideológica del régimen logró que estas estigmatizaciones calaran verdaderamente en la mentalidad de la época. Había que evitar cualquier signo, cualquier equívoco gesto que pudiera levantar la sospecha de que la persona era "mariquita". Vicente pudo comprobar que esta obsesión no era compartida por otros países de nuestro entorno. "Yo cumplí los 14 años en Francia, en casa de unos tíos míos que estaban represaliados. Allí cogí la costumbre que tenían los franceses de ayudar en casa, fregar los cacharros y eso. Cuando volví a España, ayudaba a mi madre como la cosa más normal. Mis padres me tuvieron que llegar a decir que lo dejara porque se consideraba que era un mariquita, una niña en lugar de un niño. Esas experiencias te van inculcando un modo de vivir", explica.

Cuando en 1990, con 17 años, Nacho confesó a sus padres su condición homosexual, a ellos se les removieron dentro algunas de aquellas viejas experiencias y adoctrinamientos. Cada uno reaccionó de forma diferente. Ángela reconoce que debió "reprogramarse" para adecuarse a la nueva situación. Además, sintió aflorar una serie de miedos. "Tuve miedo a que nuestro hijo sufriera, pero por la sociedad. Nosotros lo aceptamos bien, pero siempre tienes miedo a lo que habíamos vivido anteriormente", explica la madre de Nacho.

Vicente confiesa que no tuvo que realizar estos ajustes mentales. "Para mí mi hijo es normal desde que nació hasta hoy. Lo que hemos procurado en su crianza es su felicidad. Que más da que le guste más un hombre que una mujer, yo lo que quiero es que sea feliz. Por eso cuando nos enteramos reaccionamos de una forma muy natural", explica.

Nacho se ha casado dos veces y es padre de una niña que tuvo con su segundo marido mediante adopción. Sus padres recibieron esta última circunstancia con el orgullo de cualquier abuelo. Hoy se congratulan de que su hijo haya podido vivir su condición sexual sin las cortapisas y los fingimientos que marraron la vida de tantos en épocas anteriores. Ambos recuerdan los matrimonios de cartón piedrao a los que muchos homosexuales de su época accedieron para hurtar su realidad a las críticas. "De esos matrimonios conocemos muchos, uniones que acababan rotas porque al hombre le gustaban los hombres. Se tenían que casar de cara a la galería, pero es que entonces había mucha falsedad, mucha hipocresía", asevera Vicente.

Aquella sociedad señalaba y era implacable con los que se desviaran del monolítico modelo de familia promovido desde las instancias políticas y eclesiásticas. "Nuestros padres decían 'es que he visto al hijo de Fulanita con un tío en no sé donde', y, claro, eso hacía mucho daño. Se ha cambiado mucho", reconoce Ángeles.

Dentro de la amalgama de poderes que modelaban la moral durante la dictadura, Vicente pondera especialmente el que se ejercía desde los púlpitos. "Hablamos de la cultura del franquismo, pero yo creo que más bien deberíamos hablar de la cultura de los curas. Había mucho fariseísmo".

El matrimonio es consciente de que la conquista de derechos no es uniforme en todos sitios, de que aún queda mucho por lograr. "Cuando vemos que en otro lugares lapidan a los homosexuales nos duele muchísimo", señala Vicente. Para su esposa, "España es uno de los países más avanzados del mundo en estas cuestiones".

Testigos del pasado y el presente, este matrimonio espera un futuro donde la condición sexual de cada cual no interfiera en su consideración social y su situación laboral: "Esperamos que todo el mundo vea esta opción como algo normal. Yo puedo vivir en este piso, tú en el de al lado, tú tienes tu pareja hembra o macho y yo no tengo porque meterme en tu vida".

Desde la atalaya que da la experiencia, contemplan con curiosidad situaciones que les hubieran parecido impensables hace pocas décadas. Como que su nieta explique con toda naturalidad, cuando en algún establecimiento le preguntan por su madre, que tiene dos padres. Pero es que la vida no para quieta.

La ingeniense María Artiles tiene 83 años. Nadie podrá decir que pasa por este mundo sin dejar huella, pues suya es una enorme prole de 17 hijos, que ya le han dado 54 nietos. Entre estos últimos hay una adolescente transexual, Selena, de 17 años, cuya realidad conoció hace siete.

No estaba preparada para una noticia así, porque su educación había respondido a unas coordenadas muy distintas. "En la época de Franco no se aceptaban estas cosas. Hoy cada uno acepta a sus hijos como dios los da, no como los padres quieran que salgan", afirma taxativa para contraponer las dos concepciones de familia que ha conocido y sus consecuencias a la hora de integrar la diversidad sexual.

Fue precisamente su gran experiencia vital la que permitió a María aceptar la transexualidad de su nieta. "Tenemos que aceptarlo, Quien es padre y abuelo y comprende la vida, sabe que a cada uno dios le da su destino. Que viva su vida como mejor le conviene".

María lamenta que la incomprensión haya podido llevar a transexuales a poner fin a su vida, desesperados por no encontrar reconocimiento externo a su realidad: "Muchos de esos niños se han matado, se han suicidado por el desprecio de sus padres".

Selena manifestó a su padre que era una mujer cuando tenía diez años, si bien no empezó a transicionar hasta los 15, cuando ella decidió que era el momento. Cuando su abuela supo la condición de la niña tenía 76 años. Le costó trabajo aceptar que su nieto, era en realidad una mujer, pero se adaptó a la nueva situación. "Al poquito de habérselo contado al padre, él me lo transmitió. Había que aceptarlo, aunque en un principio sentí pena", reconoce. Ese sentimiento ya es historia. Hoy María está en condiciones de detectar la falsedad que imponían los códigos sociales de sus años jóvenes. "La gente de entonces era más falsa. Todo era tapado. Conocí un señor que tenía novia y novio, y después se casó", recuerda.

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