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Comer en Irán

Un recorrido por sus principales ciudades nos dio una idea sobre la restauración pública pero, sobre todo, nos fascinaron sus gentes

Cena en Ramadán con dos familias de Teherán. LA PROVINCIA / DLP

La especie de que se come mal en Irán es una simpleza; otra cosa es que los restoranes no presenten un repertorio variado; aun no ha llegado la avalancha turística. Pero tampoco esto es un acicate, en nuestras urbanizaciones turísticas no hay un restorán que ofrezca un cuarto de visión de nuestra gastronomía. Y además hay que tener en cuenta la ausencia de alcohol, siquiera vino o cerveza. A pesar de que en Shiraz se inventó el tintorro, solo se vinifica de tapadillo. Y no pudimos catarlo. Nadie suelta prenda. Se vinifica en los hogares.

La carne vacuna no es la mejor, al menos la que catamos. Hay buen pescado, de los mares que lo ladean, y de río en los menús. Las comidas son así: raciones grandes, bien cocinadas y presentadas y el servicio es amabilísimo. ¿Los precios? de sentirse millonario. En un restorán de postín no se superan los 10?.

El mejor complejo de restauración está en Shiraz: Haft Khan, literalmente "Siete reinos", en alusión a un libro del poeta Shahnabeh by Ferdosi. Es un edificio de cuatro plantas, en la que cada una alberga un restorán distinto. En la baja está el más chic, y de pura cocina tradicional. Fuimos atendidos como vips porque habíamos comido en la Grill, en la última planta, e hicimos migas (cosa muy fácil en todo el país) con el director de calidad. En este comedor, el más popular, tomamos magníficos kebabs, ensaladas, naans y un sabroso hígado de cordero encebollado; cuatro personas, con bebidas, 18?.

Nuestra estancia tuvo lugar en un periodo singular: llegamos dos días antes de los comicios; experimentamos el Ramadán y salimos días antes de los atentados al Parlamento y al Mausoleo de Jomeini. Una de las mejores comidas fue en la bella Isphahan, en el pinturero restorán armenio Arca a, con patio-jardín interior.

Aquí tomamos un pastel de carne molida, Pan kafta, Berenjenas pochadas con cebolla frita y rociado con talf, especie de crème fraîche, riquísimo, y un Arroz con pollo que llega en un caldero tapado con masa de pan cocida. ¡De ahí sacaría el gran Paul Bocuse la tapa de su Sopa en honor de Valery Giscard D'Estaign! Está frente a la iglesia cristiana y el museo de aquellos armenios masacrados por los turcos.

Teherán ofrece bastantes restoranes de la gama alta. En Shandiz, cuyo comedor del piso alto emula una suite de la más recargada Austria Imperial, solo ofrece un menú, cosa normalita, a 120?, lo que aquí serían 1.500?. Por lo que salimos echando humo hacia la planta baja, en donde, en un mar de ruidosos padres e hijos celebrando el ramadán degustamos sus famosas chuletas de cordero.

No solo un pudiente turismo cultural frecuenta esos restoranes, también los residentes del Teherán alto: el inmenso barrio de gente principal. Al pasar por él uno puede creer que está en una ciudad europea: mansiones ajardinadas, donde moraron Jomeini, y ahora los nuevos dirigentes, y edificios de pisos de magnífica arquitectura.

En uno de esos restoranes, Alborz, situado en la avenida más larga de Oriente cercano: Shariati, fuimos invitados por la señora Nematzadeh y su marido, el arquitecto Mohebali; la socia de aquella, también empresaria farmacéutica, B. Roshanak y su esposo, Rafiei, médico y profesor en la Universidad de Teherán. El apellido de nuestra anfitriona: Nematzadeh, es bien conocido en el país; su padre, Mohammad Reza Nematzadeh, es el ministro de Industria y Comercio y, años ha, lo fue del petróleo; de hecho se le conoce cariñosamente como "El padre del petróleo iraní".

Así que estábamos en el Ramadán, lo que sugería experimentar una comida, amical y en familia. Tras un generoso bufé de ensaladas vino la sopa Barley, hecha con caldo de ave, Hordeum vulgare: un cereal de Asia menor, leche y aromatizada con azafrán. Deliciosa. Después un surtido de kebabs, chuletas de cordero y solomillo a las brasas; y como primer postre Shole Zard, especie Arroz con leche aromatizado con agua de rosas y azafrán. Finísimo. Y finalmente la ristra de pastelería, muy del Ramadán. Y antes de levantarnos nos entregaron bolsas con más dulces y libros.

Y esto sería la suma o resumen de como es allá la gente: hospitalaria, calurosa, sencilla, generosa, amigable... En 12 días experimentamos más humanidad que en otros lugares en un año. Volveremos.

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