La Provincia - Diario de Las Palmas

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Entrevista a Rosa Montero

"Que lean mis libros me aleja del desequilibrio mental"

"La literatura puede darte una estructura; es mucho más que algo terapéutico", comenta la periodista y escritora

Rosa Montero posa ante un espejo. ÁNGEL GONZÁLEZ

¿Cómo surge el personaje de su última obra La carne , Soledad Alegre?

Prefiero personajes que alejen la acción a un mundo que no sea biográfico, pero deseaba desde hace años escribir algo que sucediera en un entorno conocido, en Madrid, con personajes de mi edad, en un ambiente artístico e intelectual. Y me apetecía tratar el tema de la necesidad amorosa en un personaje de unos sesenta años, hombre o mujer, sin relación estable que no quiere morir sin conocer el amor. Quería investigar qué herida, qué tipo de dolor produce eso. Un amigo me contó la anécdota de una conocida, divorciada de un marido casado de nuevo. Después de la ruptura coincidieron en una cena de gala. Ella no tenía novio y contrató a un gigoló. Ahí surgieron la novela y Soledad. El libro trata de mis temas de siempre, que son tremendos.

¿Se considera una escritora existencialista?

Sí. La novela de los siglos XX y XXI está muy centrada en la muerte, y la mía especialmente. Los temas principales de mi literatura son la muerte, el sinsentido de la vida, lo que el tiempo nos hace y, sobre todo, lo que el tiempo nos deshace. Vivir es ir deshaciéndose en el tiempo, y nos pasa desde la cuna. Recuerdo que cuando yo tenía diez años ya me decía: "Rosita, mira la tarde tan bonita, disfrútala porque pronto será de noche".

¿Le ha preocupado siempre el paso del tiempo?

Ha sido una obsesión. Y he tenido ataques de angustia por esa obsesión con la muerte. Los tuve cuando tenía diecisiete o dieciocho años y por eso estudié Psicología, para entenderme. La última etapa de ataques fue a los treinta; desde esa edad cesaron.

¿Ha ido aceptando mejor lo que es la vida?

Sin duda, pero hay otras cosas que influyen. Lo primero es perder el miedo al miedo. Los ataques de angustia son una dolencia común y hay mogollón de gente que los tiene. Tienes miedo a que te venga el miedo. Vengo de una época y de una clase social en la que nadie pensaba en llevarte al psicólogo o al psiquiatra. Yo pasé mis ataques a pelo, sin un ansiolítico. Aprendes que no te quedas ahí. Y lo definitivo, en mi caso, fue que empecé a publicar. Escribo desde los cinco años, así que me unió con el mundo que mis libros se leyeran.

¿La literatura la alejó del sillón del psicoanalista?

La literatura puede darte una estructura; es mucho más que algo terapéutico. Mi personalidad tiene en la escritura su esqueleto exógeno, me mantiene en pie. Que me lean y entiendan me aleja del desequilibrio mental.

¿Percibe que escribe mejor?

Sí, mucho mejor y con más fluidez. Cuando era joven perdía mucho entre lo que imaginaba y lo que escribía; ahora no es así. Tengo la carpintería.

En alguna ocasión ha dicho que escribir es como picar piedra...

Totalmente. Los novelistas somos los obreros de la literatura. Tengo cuatro tornillos en la columna vertebral y es una enfermedad laboral, de tantas horas escribiendo. Puedes pasarte meses atrancada, en que tiras todo lo que escribes.

¿El motor de su escritura es la insatisfacción?

No, el niño sigue vivo en la mayoría de los novelistas. De niño ves un perro y crees que es un dragón. A los doce o trece años eso se acaba porque te dicen que tienes que crecer, pero los novelistas lo mantenemos. Voy por la calle y se me ocurren las cosas más peregrinas, imaginaciones. A veces, hay una imagen que me llena de mucha emoción, me turba, y me digo que debo contarlo y compartirlo. Ahí nace la novela; no sé vivir sin eso. Escribí mis primeros cuentos con cinco años.

"Ni pena ni miedo". Se ha tatuado el verso de Zurita...

Estuve en el desierto de Atacama y caminé por las letras de este verso grabado allí, en más de tres kilómetros. Me parece un gran lema para envejecer.

Periodistas de su edad se han desilusionado con la situación de la profesión. ¿Le ocurre lo mismo?

La situación profesional es tremenda en todo el mundo, pero más en España. Los medios de comunicación han sido el segundo sector más afectado por la crisis después del ladrillo. Ha conducido al paro y a una mala calidad de los periódicos. Las empresas han perdido el norte, quitando cultura y quedándose con la política, que es lo que menos importa. Y se cultiva un sensacionalismo que antes no existía. Además, despiden a los sénior y contratan a jóvenes con sueldos de esclavitud; hay mucho destrozo. Pero soy optimista: una democracia no puede vivir sin unos medios de comunicación potentes. Estamos en la travesía del desierto.

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