Los antiguos estudiantes del Colegio Claret de la generación del 66, año arriba, año abajo, se reunieron en esta ocasión en unos terrenos entre la playa y el monte, más hacia el monte que hacia la playa, junto a una alberca en la que darse unos chapuzones rurales y un pequeño tenderete para cocinar y despachar viandas a diestro y siniestro. Si al frente de la logística se cuenta con gente como Javier Peñate, Juan Hernández de las Casas, Carlos Pírez, Andrés Santana y, a veces, José Marrero, ya se sabe que todo va a salir bien.

La elección del sitio seguro que dejó más que satisfechos a todos. O al menos esa es la sensación generalizada. La cita superó con creces cualquier expectativa por la espectacularidad del rinconcito. Máxime después de recibir la visita de Gabriela Navarro, desplazada para la ocasión desde Madrid, y Bernabé Díaz Cepedano, que hizo lo propio desde Fuerteventura, no se sabe bien si aprovechando la puesta en marcha de los nuevos descuentos aéreos o rascándose el bolsillo como se hacía antes de la negociación presupuestaria.

El lugar cuenta con un encanto especial, con caminos que atraviesan en canal la finca. Perfectos para el paseo. La vista y la mente se van a la frondosidad de estas arterias, sus hojas secas y sus ramas caídas con el paso del tiempo.

Caminar por estos andurriales trae de forma casi inevitable a la cabeza las escenas de la maravillosa y deslumbrante Muerte entre las flores, de Joel y Ethan Coen, en las que Gabriel Byrne las pasa canutas a cuenta de si se carga o no a John Turturro. Entre la hojarasca y la tupida espesura solo falta la música de Cartel Burwell y un sombrero de los años 30 revoloteando por el suelo del delicado paraje.

Uno de esos caminos es un auténtico tubo de descompresión, en el que dejar a un lado los avatares del día al día, el estrés postraumáticos que generan las batallas en las que mortales como este grupo de claretianos se ven envueltos en los tiempos que corren.

Sin embargo, ni siquiera la exquisitez de la finca escogida para este encuentro pudo hacer olvidar a los asistentes la ausencia de José Carlos Bolaños Naranjo. El querido compañero que falleció en junio de 2016 apenas unos días después de que el grupo se hubiera reunido en Teror para la gran celebración con motivo de que la mayoría cumplía 50 años.

José María Peñate alcanzó un ratito al recién nacido Bruno para saludar a los presentes, completando así el ciclo de la vida. Los que llegan y los que se van.

Casi hasta aquí se puede contar. Bernardo González-Roca que hizo trabajar a Carlos Díaz Granados y Víctor Rodríguez para sacar adelante su furgona. Y algo de un viaje no sé sabe bien a dónde.