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Entrevista a Alexandra Gil

"El Estado Islámico ha sabido hacer de la fractura social su caldo de cultivo"

"La ideología yihadista ha ofrecido a miles de jóvenes una identidad, una causa y una revancha social", asegura la periodista y autora del libro 'En el vientre de la yihad'

Alexandra Gil. LP / DLP

¿Cuál fue el detonante para que decidiera escribir En el vientre de la yihad ?

Las conversaciones que mantuve con la primera madre a la que conocí. La fuerza que encontré en ella, escasos meses después de la muerte de su hijo en Siria, me hizo preguntarme cuántas historias como la suya esperaban ser contadas.

¿Cree que en España se está mirando para otro lado en relación a los jóvenes que viajan a Siria a formar parte de la yihad?

No, en absoluto. España hace un minucioso trabajo en materia antiterrorista. Hay más de 3.000 agentes de las Fuerzas de Seguridad que luchan a diario para evitar que la yihad golpee dentro de nuestras fronteras. Nuestros servicios de Inteligencia rastrean este fenómeno desde todos los ángulos en los que podría desarrollarse: desde las redes sociales hasta los alrededores de las mezquitas.

¿Qué lleva a un joven europeo con formación universitaria -y en muchas ocasiones no islámico- a abandonar el confort de su vida por la guerra de Oriente? ¿Y a una adolescente?

El desarraigo suele ser el factor clave en la, muchas veces repentina, radicalización de estos jóvenes. Alrededor del 70% de los 2.000 franceses implicados en la yihad, nacieron en familias de tradición musulmana. [El 30% son conversos]. Estas familias no son, exceptuando casos aislados, simpatizantes de esta ideología. Lo cual nos obliga, en la inmensa mayoría de los casos franceses, a tachar de la lista al núcleo familiar como agente de radicalización de estos jóvenes y, por lo tanto, a estudiar a estos últimos como ciudadanos responsables de sus actos.

Ahí es donde entra el factor sociológico, aunque por sí solo no explica la deriva yihadista. No siempre responde a la ecuación: inmigración más delincuencia, más barrios desfavorecidos más cárcel. En mi libro cuento la historia de varios jóvenes conversos con un plan de vida en Francia: matriculados en la universidad, jefes de su propia empresa... Pero siguen siendo casos minoritarios. La inmensa mayoría de los yihadistas franceses vivían una vida sin un horizonte claro, lo cual no explica la adhesión a esta ideología, pero nos ayuda a comprender el terreno que la propaganda y los reclutadores físicos han sabido explotar al máximo.

Si bien es cierto que, en la inmensa mayoría de estos casos, la familia no ha contribuido a la radicalización de sus hijos, pero tampoco podemos pasar por alto la sobrerrepresentación de las parejas divorciadas entre los padres de los yihadistas. Muchos de estos jóvenes, si no todos, han guardado contacto con sus madres, con la que dicen tener un vínculo fuerte que no mantienen con el padre, ausente desde la preadolescencia del joven. La suma de estos factores nos lleva a un problema identitario que el Estado Islámico ha sabido aprovechar para engordar sus rangos. La ideología yihadista ha ofrecido a miles de jóvenes una identidad, una causa, y una revancha social hacia el país que les vio nacer pero que, en numerosos casos, nunca llegaron a sentir como propio.

La determinación de las mujeres yihadistas es mucho mayor de lo que se presupone. Esto llevó a Francia a subestimar el peligro de estas jóvenes (dejándolas en libertad casi sistemáticamente, por ejemplo, tras su regreso de Siria) hasta el atentado frustrado con bombonas de butano en Notre Dame en septiembre del año pasado.

Las jóvenes yihadistas pueden ser reclutadas a través de técnicas propagandísticas enfocadas a la misión humanitaria y al matrimonio con un muyahidín, y no tanto a la violencia y sed de venganza. Pero no hay que pasar por alto su misión principal en el seno del Estado Islámico: dar nacimiento a la nueva generación de yihadistas.

¿Qué represalias sufren las familias de estos jóvenes?

Tras la huida de sus hijos, el tiempo se para en los hogares de estas familias. Ya nada es como antes e incluso continuar yendo al trabajo les causa un problema identitario: aunque nadie a su alrededor sepa que sus hijos están en Siria, ellas viven con esta sombra sobre sus hombros y dejan de ser comerciales, dependientas, ciudadanas... Son madres de yihadistas, con las consecuencias que esto conlleva hoy. Sus apariciones en los medios son casi inexistentes y cuando esto sucede las reacciones en las redes sociales les recuerdan que la sociedad sigue sin darles la palabra. Todas las madres a las que he conocido desde abril de 2016 colaboran en asociaciones, en institutos, en programas de radio -desde el anonimato- para prevenir contra la radicalización violenta y evitar que otras familias sufran lo que ellas viven hoy. Todas tratan de ser útiles, pero la sombra de lo que sus hijos son les persigue y obstaculiza esta intención.

¿Considera que la situación política actual - corrupción, desempleo, recortes- es, en ocasiones, el detonante de las huidas de estos jóvenes?

No. Los casos franceses y belgas que he estudiado me han llevado a la problemática de la integración de los jóvenes de segundas generaciones, que, a su vez, encontraban dificultades para acceder al mercado laboral. No tanto como consecuencia de la crisis económica de Francia o Bélgica, como de la fractura social existente en estos países. En 2015 el Institut Montagne realizó un experimento enviando a empresas francesas más de 6.000 currículums, a los que solo cambió el nombre. La conclusión fue: los candidatos llamados Mohamed tienen cuatro veces menos posibilidades de ser contratados que aquellos que se llaman Michel, teniendo los currículums el mismo contenido. Y el Estado Islámico ha sabido hacer de esta fractura social su caldo de cultivo. Entre 2014 y 2015 el grupo terrorista todavía estaba en disposición de prometer a sus combatientes una vida bajo la sharia en un territorio (que hoy han perdido) una casa, una manutención y un sueldo (que podía ir desde 50 dólares al mes hasta 400 dólares al mes por combatiente y que podía ascender a los 2.000 dólares al mes para los oficiales de alto rango). Sin subestimar la promesa que en ocasiones se subestima: una causa que sentir como propia.

¿Cree que hay alguna forma de ponerle fin a esta situación?

No, pero existen caminos para prevenir que se reproduzcan, o al menos no de la misma manera.

La puesta en marcha de medidas de prevención de la radicalización violenta ha llegado tarde a países como Francia o Bélgica, pero ha terminado por llegar. La desradicalización de los que se marcharon y hoy regresan ha resultado ser un fracaso en los países en los que se han llevado a cabo programas de desintoxicación de yihadistas.

La integración en países en los que la población musulmana es elevada, como Francia o Bélgica, es una forma de prevenir el problema identitario de los jóvenes en el futuro y, por lo tanto, es una manera de asegurarles un lugar en las sociedades que les han visto nacer y les facilitará las herramientas intelectuales necesarias para refutar esta ideología, en muchos casos anclada en la importancia de la pertenencia a un grupo, a una causa. También es necesario acompañar estas medidas de un refuerzo y actualización de los recursos humanos y materiales de los servicios de inteligencia, una medida subestimada durante años en lugares como Francia, uno de los países europeos más tocados por este fenómeno.

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