Creíamos que el primer restorán japonés de España continental era Suntory, en Madrid, que pertenece a una cadena que la destilería de whisky -de mismo nombre y propiedad- esparció por Occidente a fin de promocionar, sobre todo, el licor. Después alguien nos informó que primero fue Naomí, también en Madrid. Y ya en este, su venerable propietaria nos dice que fue Mikado. Que aun existe.

Entramos, tras salvar un pequeñísimo jardín, en un angosto habitáculo; a un lado, una fila de mesas y tatamis; al otro, una concurrida barra suministrando comidas a quienes no consiguieron mesa o, en nuestro caso, los que suelen comer consigo mismo. Y enseguida nos vimos en Tokio en uno de esos izakayas, muy populares restoranes donde se sirve comida casera y los comensales se sienten como en casa: comiendo, bebiendo y charlando entre sí. Tomamos una Soba, contundente sopa con fideos, vegetales... En un caldo sabroso; y un generoso plato de sashimi: atún rojo y untuoso toro o ventresca del propio escómbrido. Y como el hambre nos seguía como el pariente pobre ordenamos un escalope de cochino empanado. ¡Qué bien empanan los nipones con esa miga molida que procura un precioso, apetitoso, dorado! La minuta es completa; pero sobre todo el ambiente, con aquella anciana que no paraba y sus ayudantes con ropajes ad hoc, ensimismados, manipulando el género, nos seguían reteniendo en un Tokio que tanto gozamos. Y al salir, una fila de pacientes aguardando turno. Buena relación precio-calidad (C/ Ávila, 14).

El otro fue el madrileño Korea. Y este si es el primero de tal guisa que se abrió en España. E igual: local muy sobado y con recovecos; un par de comedores en sendos niveles decorados sin alardes y camareros coreanos que conocen la composición de los platos. Parecían estar en lo suyo solamente, pero fueron bien gentiles. Pedimos un par de especialidades salseadas para empapar ese arroz glutinoso y llegaron Kimchi samkyup: guiso con col, panceta y pasta de soja que el camarero terminó en un infiernillo en nuestra mesa, y Chuncheon dakgalbi: pollo troceado en salsa con tallarines. Delicioso. De la gastronomía coreana nos gustan el infiernillo o parrilla encastrado en la mesa para asar carne y, cuando es un gran restorán, los aperitivos Bam chan: cuencos con pequeñas porciones que pueden llegar a dos docenas. Y la cultura del picante. ¡El kimchi!, lo más parecido al mojo colorado picón sazonando un tipo de col. Es barato. Y también se llenó (C/ Cristóbal Bordiú, 59). Y de ambos salimos satisfechos, tanto por las comidas, absolutamente genuinas, como por los ambientes, totalmente vintage: dulce nostalgia que nos recupera la vida.

En nuestra capital se abrió un japonés/coreano, Aki, especializado en ramen, suerte de caldo que toma hasta quince horas y diversos ingredientes, que se añaden en el último momento: vegetales, carnes... Recordamos que lo primero que hicimos al llegar al aeropuerto de Hanói fue tomarnos una pho, la gran sopa vietnamita, y lo último que hicimos al salir de Tokio, también en el aeropuerto, fue zamparnos una contundente ramen. Viene a ser una cultura, al punto de que no pocos japoneses se pasan años soñando con la jubilación para matricularse en una escuela de ramen y abrir un pequeño chiringuito donde realizarse. Aki es propiedad del matrimonio del japonés Kioto (C/Barcelona); lo lleva la esposa, la brasileña Suevia Grusiecki, tiene una minuta corta y no ofrece mucho más que unos pocos ramen (uno vegetariano) y un par de Bibimbap: cuenco de piedra en el que concursan arroz blanco, vegetales, carne... Se corona con un huevo frito, se hace un totum revolutum y se sazona con una salsa de color rojo y picante, gochujang. Es casi una comida. Nos recuerda a nuestro Arroz a la cubana. Nos encantó el ramen Karakuchi y el Bibimbap con quinoa. El servicio, llevado por unas simpáticas jóvenes, acerca a un fastfood vintage y alegre (C/Diderot, 23).

Y acudimos al novísimo coreano Miso (C/Dr. Miguel Rosas, 5). Allí oficia la mejor cocinera coreana en plaza, Han Seunghee; cuatro años en el Nomiya y también inauguró el Wasabi & Kimchi; la pena es que el local es muy humilde, aunque pulcro, mas la cocina es absolutamente genuina y los platos amorosamente presentados. Insuperable su menú al mediodía (9,50 euros); y los platos de la carta que constituyen un relato suficiente para entender la gastronomía de esa atribulada península. Tras la sopa de algas y gambas: Miyoguk, con demasiado sabor al vegetal marino, el Bulgogi: salteado de finísimas lonchas de ternera y verduras en juliana que se come haciéndose, uno mismo, un rollito con lechuga, y Jaeyuk: recio y picante salteado de panceta con un curioso sabor a pimentón. Arroz glutinoso, siempre.