Para un declarado anti feria, la presencia en Madrid de la galería de Manuel Ojeda como uno de los invitados a esta gran celebración, el 25 aniversario de la feria Estampa en un espacio tan emblemático como el Matadero, supone un claro anticipo de lo que supone estar en este reencuentro de colegas y amantes declarados del arte. Ni siquiera un defensor a ultranza de la galería como templo, como ese lugar sagrado al que acudir para tropezar de frente con la obra de un artista, en lugar de esos espacios tumultuosos, grandilocuentes que representan las ferias, se ha resistido a la tentación de estar en este evento.

Manuel Ojeda reconoce que aceptó venir por la amistad que mantiene con los organizadores y sobre todo porque está vez quería mostrar una obra que lo convence, la de la joven Sara Velázquez. Con su osadía medida, sin excesos, arriesgando sin necesidad de caer al vacío, pero con ese empuje que da la búsqueda de nuevos elementos. Papel, telas, pliegues, arrugas, pintura, todo sirve a la hora de atreverse a probar fortuna y descubrir en este nuevo intento distintos ángulos que la lleven a conocerse un poco más, a mostrarse, esta vez con la calidez, la elegancia, la fragilidad de esos trozos de tela, tan inofensivos como locuaces.

Sara Velázquez nació en Gran Canaria y durante años ha vivido en Madrid, pero hace un tiempo decidió volver, y así, casi por casualidad, entendiendo ese azar como una búsqueda meditada encontró la Galería Manuel Ojeda y ahora han decidido marchar juntos, iniciar este nuevo camino, que de momento los ha dejado en esta feria de arte contemporáneo. El lugar idóneo para mirar otras propuestas y que los otros también contemplen las apariencias y percepciones de esta joven creadora. Estampa mantendrá abierta sus puertas hasta el próximo domingo, día 24. Lo que permitirá seguir el trabajo y las apuestas más o menos arriesgadas que presenten los 80 galeristas presentes en esta edición.

Acudir a una cita con el extraño mundo del arte contemporáneo siempre recuerda a esa escena de la película de Forrest Gump, cuando Tom Hanks suelta esa famosa frase: "mi mamá dice que la vida es como una caja de bombones, nunca sabes qué te va a tocar". En estos escaparates de vanguardia pasa lo mismo. Sobre todo si se trata de llamar la atención, de ofrecer algo distinto, novedoso, rompedor, entonces pueden suceder dos cosas, o que aquello resulte excesivo, sin ningún tipo de gracia o que despierte el interés de los coleccionistas. O de los medios de comunicación. Si a la mañana siguiente, la obra aparece destacada en una fotografía considerable, tal vez su esfuerzo, su ímpetu de lanzarse sin red haya valido la pena.

Estampa trata de parecerse cada vez más a un Arco pequeñito, más austero, y de más fácil manejo. Sin tanto postín, y sobre todo sin esas obras de pedigrí que suelen superar los 400.000 euros o más. En Arco lo normal es que alguien trate de llevarse algún Picasso, Dalí, Millares o una escultura de Juan Muñoz, una pieza que la galería de Elvira González vendía este año por 1,5 millones de euros.

Experimental

En la feria del Matadero los precios son mucho más asequibles. Lo que sí mantiene Estampa es el descaro, el gusto por lo experimental, por piezas que llaman la atención como la escalera de Clara Sánchez Sala, con un bloque en medio. Cuenta su galerista Diego Altamira que se trata de una desconexión de la realidad, en lugar de seguir los pasos, los tiempos, como ocurre con la naturaleza, el ser humano da saltos, busca atajos y se encuentra con impedimentos, y así podría haber seguido hablando hasta casi terminar con una tesis doctoral sobre lo que quiso decir Clara con su escalera.

La caja de bombones cumple con lo esperado y a la vuelta de la esquina sorprende el ladrillo de Marlon de Azambuya o el cuco con cigarro de Jorge Periones. En esta edición se ha contado además con la presencia como pintor invitado del portugués Pedro Cabrita Reis, que llega a España de la mano de la galerista Juana de Aizpuru.