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Entrevista

"Estamos aún muy lejos de poder prever los terremotos"

"Hay animales con una sensibilidad mayor que la humana para la predicción, pero a muy corto plazo", manifiesta Fernando Bastida, catedrático de Geodinámica Interna

Fernando Bastida. JULIÁN RUS

México acaba de sufrir su mayor terremoto desde 1985 y la posibilidad de que se produzcan réplicas continúa ahí. En Europa, Italia es uno de los países más castigados en los últimos años. ¿Nos encontramos ante un aumento del riesgo de seísmos?

En realidad, no. A lo largo de la historia de la Tierra, ha habido periodos en los que han aparecido nuevas zonas sísmicas por la colisión de dos continentes y por el desarrollo de zonas de subducción. Los Alpes, por ejemplo, es una zona activa donde se producen terremotos. Lo mismo sucede en el Himalaya, donde la India se está empotrando contra Eurasia. En los próximos siglos, la situación probablemente seguirá como hasta ahora en cuanto a terremotos.

¿La colisión de placas está detrás de los terremotos graves?

Sí, aunque los terremotos más catastróficos se dan también en zonas de subducción. En las dorsales y fallas transformantes, en cambio, los seísmos suelen ser menos intensos y afectan poco al continente. Además, los peores seísmos son los que tienen el foco superficial, a una profundidad menor de veinte kilómetros. Por otra parte, mucha de la destrucción que ocasionan los terremotos está asociada a sucesos derivados de ellos, como incendios. Por ejemplo, en el de San Francisco en 1906, la principal catástrofe fue debida a incendios derivados del seísmo.

¿Está España expuesta a la aparición de zonas sísmicas?

Sí, en Galicia, por ejemplo, han empezado a detectarse pequeños terremotos recientemente, a pesar de que históricamente había sido una zona tranquila. Los terremotos son fenómenos internos donde no todo ocurre regularmente. No obstante, el sureste de España es el que está más expuesto a los terremotos. En la zona de las cordilleras Béticas hay estudios que apuntan que cada ochenta a cien años ocurre un terremoto fuerte. Curiosamente, en ellas se han registrado seísmos con focos hasta 650 kilómetros, de los más profundos que se han detectado. Algo que no ha evitado terremotos recientes, como el de Lorca, que causó grandes daños. Los Pirineos, de formación geológicamente reciente, tienen cierta actividad.

¿A qué se debe la aparición de estos nuevos terremotos?

El Atlántico es un océano amplio, donde no ha empezado la subducción como sí existe en el Pacífico, donde se encuentra el Cinturón de Fuego. Sin embargo, tal vez haya habido subducción incipiente en algunos puntos, al igual que algunos indicios de prismas de sedimentos entrampados. La subducción llegará al Cantábrico algún día, aunque estamos hablando de que pueden existir todavía millones de años por delante.

¿El estudio de la tectónica de placas podría servir para prever terremotos?

Si la geología algún día alcanzara ese objetivo, sería un gran logro, pero estamos muy lejos de ello todavía. De momento, solo existen indicios premonitorios, como el desprendimiento de algunos gases, pequeñas elevaciones del terreno, aumento de la actividad sísmica de baja intensidad, variación del nivel de agua de los pozos, etc. Y, al margen de la geología, hay animales mucho más sensibles que el hombre, que pueden predecirlos (perros, gatos, reptiles?), pero a muy corto plazo. Solo puede saberse dónde van a ocurrir grosso modo. Por ejemplo, en California, en la falla de San Andrés. El problema es que esta falla tiene una longitud de unos 1.300 km, lo que imposibilita predecir exactamente en qué lugar se producirán los terremotos. Sí se pensó en minimizar el efecto de los terremotos, pero nadie se ha atrevido a hacerlo.

¿En qué consistía esa técnica para minimizar los efectos de los terremotos?

En los años 60, en Denver (Colorado), había una fábrica donde se generaban aguas residuales. Como medida medioambiental, decidieron introducirlas mediante un sondeo en profundidad, a más de 3.000 metros. Pasó de ser una zona tranquila desde el punto de vista sísmico a sufrir pequeños temblores. Al dejar de inyectar agua, desaparecían los terremotos; volvían a surgir cuando se retomaban las inyecciones. Esto indica que hubo una correlación entre la cantidad de agua inyectada y el desarrollo de esos pequeños terremotos. A raíz de este acontecimiento, se pensó que el introducir agua, como favorece la fractura de las rocas, podía hacer que sucedan pequeños terremotos, lo que mitigaría uno grande. La Tierra tiene un comportamiento elástico frente a la fractura que podría compararse al de una goma elástica que, al estirarla mucho, acaba rompiéndose. Si, por algún método, se consigue que la goma se rompa cuando está poco estirada, la energía desprendida es menor. Esto es lo que se pensó para los terremotos: conseguir que, inyectando agua, se produjeran pequeños seísmos, pero se evitará uno mayor.

¿Por qué se desestimó?

Porque introducir agua en una zona sísmica entraña riesgos difíciles de prever.

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