Libro de larga fortuna que inaugura un género literario: la autobiografía del alma. "Quiero acordarme de mis fealdades pasadas y de las carnales torpezas de mi alma...". Inicia su redacción a los 43 años, siendo ya obispo de Hipona. La obra es, al mismo tiempo, la epístola de un siervo a su Señor y el clamor de un corazón apasionado. Nadie se había tomado hasta entonces tantas confianzas con la divinidad. Su corresponsal es un dios emocional y al mismo tiempo inmutable. "Amas, pero sin ansia, celas, pero seguro. Te arrepientes sin dolor, te enojas sin turbarte". El Dios ausente del mundo hebreo, lejano e indiferente, da paso al que habita en la intimidad del corazón. "Estrecha es la casa de mi alma para que vengas a ella: ensánchala". Salvo en la parte final de la obra, donde se debate la naturaleza del tiempo y la creación, es un libro de confidencias, de ahí su éxito, sobre las "carnales torpezas del alma". Un recuento de tenebrosas fantasías y caminos torcidos, donde las "nieblas espesas de la concupiscencia oscurecen el corazón", donde "amor y lujuria hierven juntos por los despeñaderos del deseo".