El título invitaba al recelo y, sin embargo, la argentina El Espanto, de Martín Benchimol y Pablo Aparo, resultó la película más divertida y surrealista de la Sección Oficial, pese a que todo cuanto retrata es real.

Situado en el recóndito pueblo argentino de El Dorado, el tándem Benchimol-Aparo recoge en El Espanto diversos testimonios de sus vecinos en torno a los estrambóticos remedios caseros que utilizan para curar sus dolencias en sustitución de la medicina tradicional: sapos e hilos para el dolor de muelas, ejercicios de adrenalina contra el dolor o, simplemente, "palabras, pero unas concretas, no otras, porque si no, no funciona". Sin embargo, el límite no está en la imaginación, sino en que "nada puede curar el espanto".

Los personajes de este microcosmos comparten sus temores en torno a una afección o trastorno, que, por lo general, sufren las mujeres, pero que nunca se precisa, y que solo puede atender un anciano huraño con métodos (parece que) sexuales.

Una factura técnica impecable, la naturalidad asombrosa de los entrevistados y la excentricidad de sus revelaciones, así como el grado de enigma que suscita este sórdido sistema de creencias, constituyen las fortalezas de este documental, donde resulta inevitable reírse con ganas pese a que -y no porque- todo lo que revelan sus personajes es real. Y precisamente por eso, El Espanto también provoca lo que su propio título indica, pero hacia qué lado se inclina la balanza depende de la mirada de cada espectador.