El casco urbano de Teror vivía durante el mediodía de ayer un día tranquilo, apaciguado, como suelen vivir los terorenses entre las calles empedradas de la localidad. Nada hacía presagiar lo que a las 15.15 horas sentiría media isla. Tres explosiones seguidas, dos de ellas tan fuertes que se llegaron a apreciar en puntos tan distantes como Artenara y la zona alta de Las Palmas de Gran Canaria, rompieron esa tranquilidad y hacían presagiar que algo muy grave había ocurrido en Teror: el taller pirotécnido de los Dávila había saltado por los aires y el fuego y la pólvora segaron la vida del propietario, Francisco, y su hijo Pablo, dejando a otro malherido.

La mayoría de los vecinos salieron de sus casas alarmados, descubriendo en ese instante que una enorme nube de humo salía de la conocida fábrica Pirotecnia Dávila, en la zona denominada como El Secuestro. "Se produjo un hongo igual que el de una bomba atómica", señalaba Pablo Gil, que vio cómo la explosión destrozaba las instalaciones de la empresa.

El miedo se trasladó a los residentes colindantes al lugar, quienes dejaron todas sus pertenencias al ver cómo los cristales de sus viviendas habían estallado debido a la onda expansiva que se había creado. Las primeras imágenes eran descritas como un "infierno", como detalló Carmelo Mantecón, que residía a tan sólo 200 metros.

Los primeros rumores apuntaban a que tres personas podrían encontrarse en el lugar de los hechos en el momento del suceso. Mientras, los habitantes del municipio y de otras localidades cercanas, como Arucas, se desplazaron al lugar tras escuchar el estruendo para preocuparse por sus familiares.

Los bomberos no paraban de ir de un lugar a otro. Los helicópteros, dos del Cabildo de Gran Canaria, uno del Gobierno regional y otro del Ministerio de Medio Ambiente, se encargaban de apagar el fuego que se había originado en la zona que afectó a eucaliptos y matorrales.

Las personas preguntaban, y poco a poco las peores noticias se confirmaban. Un herido de carácter menos grave con quemaduras y lesiones, identificado como Francisco Jiménez, que en el instante de la explosión estaba en la oficina; un muerto y un desaparecido. El fallecido, Pablo Dávila de 36 años, se encontraba en el taller junto con su padre y propietario de la empresa, Francisco Dávila, más conocido como Pancho, cuyo paradero no se había encontrado hasta entonces. La información corrió por la villa. A los vecinos se les ponía un nudo en la garganta. Los familiares se presentaban en el lugar muy afectados.

Poco después llegó el segundo jarrón de agua. Había sido encontrado el cuerpo sin vida de Pancho, que trabajaba en el taller donde se produjo la primera explosión.

La conmoción llegó a Teror. La esperanza de encontrarlos a ambos con vida se desvanecía. Los ojos de aquellos que conocían a la familia Dávila se resguardaban tras las lágrimas al recordarlos. "Eran muy trabajadores", señalaba Gonzalo, que contaba cómo Pancho solía salir a la una de la tarde a comer y a las dos ya volvía al tajo.

El fuego originado se controló sobre las 18.35 horas. Sin embargo, numerosos efectivos siguieron refrescando la zona, sobre todo uno de los inmuebles, donde se encontraba gran parte de la pólvora, que no llegó a explotar. Esto pudo haber producido una mayor catástrofe, y si no se produjo fue gracias a la rápida intervención de los equipos de emergencia.

Sobre las posibles causas del accidente, las autoridades no quisieron aventurarse, aunque fuentes cercanas a la investigación apuntaron que pudo haberse producido por la manipulación de la pólvora, ya que el origen de todo fue el taller donde se encontraban trabajando Pancho y su hijo Pablo, quienes perecieron en el lugar donde pasaron gran parte de sus vidas.