Espeluznante. Con esta palabra se puede describir el escenario que se encontraron el pasado miércoles los policías que acudieron a la pensión Padrón, en el 114 de la calle General Mola de Santa Cruz de Tenerife.

En la tercera planta de este viejo inmueble descubrieron entre colchones el cadáver de una persona que había fallecido hace al menos dos años. La casera, una mujer de avanzada edad que padece alzheimer, no sabe qué pasó. Tampoco ha podido dar explicación alguna a este siniestro hallazgo la pareja de toxicómanos que dormía habitualmente sobre los colchones que cubrían los restos.

En la habitación, rodeada de basura, apareció también una maleta con ropa y la documentación de un hombre que podría pertenecer al fallecido. En la pensión hace años que no hay ni luz ni agua y el olor que acumulan sus paredes es nauseabundo.

El descubrimiento del cadáver se produjo gracias a la llamada de otro de los inquilinos de la pensión Padrón. El hombre, que se hospeda en la habitación contigua, pasaba por el pasillo hacia su cuarto cuando vio que la puerta de sus "vecinos" estaba abierta y, extrañado, se fijó con curiosidad que sobre el somier habían colocado tres colchones en la cama que habitualmente utilizaba la pareja de toxicómanos. Entró extrañado y con cierta cautela, tratando de no hacer ruido y cuando se situó junto al jergón se dio cuenta de que "algo extraño" se escondía entre el primer colchón y los otros dos. Eran huesos y decidió entonces salir rápidamente y llamar a la policía sin saber que esos restos pertenecían a un hombre.

La llamada de teléfono de este residente en el hostal se produjo alrededor de las 14.00 horas del miércoles. Entre balbuceos contó al interlocutor lo que había visto. Desde el 091 enviaron entonces una patrulla con dos agentes de Seguridad Ciudadana a la pensión para corroborar los hechos descritos por esta persona.

Los policías llegaron al lugar y entraron al edificio. Subieron un tramo de escaleras y, en el primer piso, una mujer enjuta y con el pelo totalmente cano les preguntó qué era lo que querían. Los funcionarios la identificaron como la propietaria y la persona que regenta la casa de hospedaje desde hace muchos años.

Pero pronto descubrirían los agentes que de poco les iba a servir seguir preguntándole a aquella mujer de cabello enmarañado por la relación de clientes de la pensión, un negocio que hace años dejó de serlo; con la luz cortada al igual que el agua corriente, la mujer continúa dando un techo bajo el que poder dormir a una treintena de personas que no tienen recursos: ni ella les cobra ni ellos podrían pagar su estancia en el destartalado edificio.

De pronto, la persona que les había llamado -como confirmarían después- se asomó por el hueco de la escalera que comunicaba con los pisos superiores y de forma atropellada dijo: "¡Es aquí. Aquí arriba, suban!" Los dos uniformados dejaron a la administradora de la pensión con su alegato ininteligible y se abalanzaron sobre los primeros peldaños de la escalera.

De dos en dos escalones subieron las tres plantas hasta llegar al descansillo del último piso del edificio. Ante ellos, el hombre les condujo a una pequeña sala comunitaria: a un lado tres habitaciones con sus correspondientes números en cada puerta y un baño común. Hacia el otro lado de la estancia, un estrecho pasillo con ventanas que dan a un patio interior que comunicaba con otras tres habitaciones y otro aseo.

El hombre que dio la voz de alarma les indicó que le siguieran por el corredor, luego una esquina y luego otra hasta llegar a la primera habitación de este lado de la casa. Allí, tras la puerta de madera oscura estaban los huesos que este inquilino aseguró haber visto aquella mañana. Los agentes le pidieron que se apartara y, acto seguido, abrieron la puerta de un empujón.

En su interior, las escasas pertenencias que había estaban desordenadas. La suciedad impregnaba suelo, paredes y un sencillo, viejo y barato mobiliario de conglomerado. Aparte de eso, había una cama con tres colchones y entre el primero y los dos superiores se encontraban los huesos que había descubierto el hombre.

Al confirmar la llamada, los agentes comunicaron con su comisaría para ratificar que lo que había descubierto el inquilino parecían ser huesos humanos. Por esta razón, miembros de la Brigada de Policía Científica se desplazaron hasta el edificio y en la habitación realizaron una primera inspección ocular confirmando que los restos que había en la cama eran humanos.

Mientras, la jueza del Juzgado de Instrucción número 3 de Santa Cruz de Tenerife y el forense se personaron en el lugar. Además de la maleta con pertenencias supuestamente del fallecido, los investigadores hallaron otras ropas de la pareja que ha dormido durante meses encima del cadáver.

SIN CONCIENCIA. Ni esta pareja de toxicómanos ni el resto de personas que frecuentan la pensión Padrón se habían dado cuenta nunca de que había un cadáver en el edificio. La casera del hostal no era consciente ayer de lo que sucedía en el interior del inmueble que regenta y sólo reconocía que la policía había estado allí sin saber por qué.

Junto a ella, otro de los huéspedes de la pensión vagaba por las estancias en pantalón corto, con un pitillo entre los labios y la mirada perdida. Parecía que tampoco era muy consciente del escabroso suceso que horas antes había descubierto la policía en el mismo lugar en que reside. El silencio era roto únicamente por dos perros que ladraban en el interior de la casa.

Lo que ha pasado en esta pensión es toda una duda para los investigadores. Nadie se puede explicar cómo una persona puede permanecer bajo dos colchones muerta durante dos años y menos que encima de ella pernocten otras dos personas sin darse cuenta de ello. La policía se ha hecho cargo de la maleta.