El accidente de Fukushima inquieta y abre nuevos interrogantes sobre la seguridad de un tipo de instalaciones que vienen centrando parte del debate energético en este país durante los últimos meses. Lorenzo Doreste, catedrático de Ingeniería Nuclear de la ULPGC, explica las circunstancias que llevaron al reactor japonés a la situación crítica que ayer disparó todas la alarmas, basándose en la información que iba haciéndose pública desde Japón.

Doreste comienza censurando el hecho de que un reactor como el de Fukushima siga en activo, cuando, a su juicio, ha quedado ya totalmente obsoleto. "Hay que decir que este reactor no debería estar funcionando, es de agua en ebullición, y quedan apenas 20 de estos en todo el mundo. Es de 1971, de la misma generación que la central de Garoña. Habría que cerrarlas y sustituirlas por otras más modernas, de agua a presión", explicó

No obstante, lo ocurrido es consecuencia de una concatenación de desgracias unidas a la obsolescencia de las instalaciones. "Cuando llegó el terremoto a Japón, se pararon 11 de las 54 centrales nucleares del país. En Fukushima hubo, además, una serie de desgracias, la falta de electricidad paró el circuito de refrigeración, que funciona con gases a bajas temperaturas, que bajan la del agua sin tocarla. Ante casos como esos, existe un generador de emergencia propio de la central, pero estaba estropeado. Son dos cosas claves que fallan: el circuito de refrigeración, por el terremoto, y el generador diésel, a consecuencia del tsunami", añadió.

Núcleo

Así las cosas, sin refrigeración posible, el núcleo de la central seguía calentándose ayer de forma alarmante, malogradas otras opciones de abortar las reacciones nucleares. "La parte del núcleo se está calentando, porque siguen las reacciones nucleares. En las central existe la posibilidad del scran, que es, para entendernos, como si se diera a una palanca y se pararan las reacciones. Tampoco ha funcionado aquí. Si fuese un reactor moderno cabría una última posibilidad si fallan todas las anteriores: desactivarlo a mano, pero en este caso no es posible porque es muy antiguo".

Los responsables de la central se enfrentaban a una solución in extremis. "Hay que enfriar el reactor, y para eso hay que verter agua de mar con ácido bórico, para evitar que los neutrones sigan produciendo fisiones y reacciones en cadena, pero esto tardará unas diez horas", dijo Doreste.

Si este remedio fallara, sí que podríamos encontrarnos ante un problema mucho más serio. "Estamos hablando de que, de seguir calentándose, el núcleo puede acabar fusionándose. Entonces sí hay peligro, entonces sí puede venir una nube tóxica amplia, aunque espero que esto no ocurra porque no estamos ante un caso como el de la central de Chernóbil".

El catedrático no quiere que su posicionamiento se malinterprete como una censura a la energía nuclear. "Mi opinión es que esta centrales de agua en ebullición están obsoletas, pero las de agua a presión tienen más formas de enfrentarse a estos accidentes. No soy un fanático, pero opino que hay que hacer las cosas bien o es mejor no hacerlas. Hay nuevas centrales, que tienen más sistemas a prueba de seísmos y de todo. Las antiguas, que se cierren, porque ya tienen muchos problemas".

"Es", dijo, "como un coche antiguo que precisa ser sustituido por uno moderno que consuma poco y lance pocos gases a la atmósfera. No se trata de quitar los coches, sino modernizarlos", finalizó su explicación Doreste.