Los vecinoS de la calle Murillo, en el barrio de Balos en Vecindario, no salían ayer de su asombro tras conocer que uno de sus vecinos presuntamente había matado a su hijo pequeño de 10 años y después se había quitado la vida en el interior de un vehículo en llamas, con el cuerpo de su hijo también dentro. Algunos de los que residían cerca de Francisco Javier B. C., en el número 26 de la citada calle, aseguraban que durante los últimos días "tenía discusiones con el niño por la play", decía una de las vecinas, aunque otro residente agregaba que lo quería "con locura".

El presunto autor del crimen residía desde hacía tres años en un pequeño apartamento situado en el ático del edificio, en cuya entrada aún quedaban ayer algunas gotas de sangre supuestamente de su vástago cuando lo trasladó hasta su coche, donde finalmente fallecerían ambos calcinados tras incendiarlo. Lo que había pasado horas antes en su interior es una incógnita, aunque los residentes apuntaban que el sillón estaba ensangrentado. "No escuché absolutamente nada", explicaba Yésica, quien sobre las cinco de la madrugada había visto a Francisco Javier en la terraza del ático después de que su perro se escapara y fuera hacia él. "El perro estuvo a punto de morderlo y empezó a ladrar, pero si hubiese visto algo raro me hubiese dado cuenta", añadía.

Nadie se enteró de nada de lo que ocurrió hasta que sobre las nueve de la mañana los agentes de la Guardia Civil se presentaron para recoger pesquisas. Los que conocían al presunto homicida hablan de él como una persona normal. Yésica decía que era "nervioso, que se le escuchaba discutir con su hijo por temas de la Play, pero de ahí a que apuñalara al hijo...", dudando que pudiera dañar al pequeño.

Otro señor que solía hablar con el presunto homicida asiduamente era tajante: "Quería a los chiquillos con locura". Esta misma persona decía que Francisco Javier siempre hablaba de su mujer para explicar sus males. "Una vez me dijo: 'esta tía no me deja en paz', a lo que yo le contesté que había más mujeres, pero él me decía que estaba agobiado, que ella no dejaba que sus hijos estuvieran con él", comentaba.

Francisco Javier residía desde hacía más de una década en la Isla. Tras separarse de su mujer, residió tres años en Arinaga, para posteriormente trasladarse a vivir a El Doctoral y por último al ático de la calle Murillo. Durante estos años trabajó en la hostelería. Por último lo hacía como camarero en un hotel de Playa del Inglés, según comentaban sus vecinos, que continuaban sorprendidos por su muerte y la de su hijo.