Hace ya casi quince años que nos dejó la entrañable escritora canaria Natalia Sosa Ayala. Es sabido que el tiempo recubre con una pátina de olvido a aquellos creadores que consagraron su vida a la literatura y a la política. Nunca llegué a averiguar cuál de estas dos pasiones dominó en la conciencia de Natalia. Lo que resulta indudable es que de su padre, el gran escritor Juan Sosa Suárez, heredó ambas vocaciones.

La conocí desde mi infancia. Trabajó durante largos años en el colegio del Corazón de María, como secretaria y ayudaba a los profesores de Inglés, idioma que dominaba desde una larga estancia en Inglaterra, periodo que dejaría huella en su obra.

Natalia Sosa era una figura amable y divertida entre los niños del centro. Muchos años después volvería a tratar, y a conocerla realmente por un hecho casual. Empecé a colaborar en el Diario de Las Palmas. Trabajaba en una serie de entrevistas a escritores canarios. La mayoría de ellos eran jóvenes que comenzaban su obra por aquellos años. Se ocurrió incluirla en la nómina de los entrevistados. Fue un encuentro cálido y cordial, del que nacería una larga amistad.

Recuerdo con qué alegría aceptó un ejemplar de la edición facsímil de la revista Alisios, que reseñó a los pocos días. Fueron muchas historias inolvidables que compartimos durante aquellos años. Me encargó, junto con mi amigo, el ya desaparecido profesor Marcos Martín, distribuyésemos la edición de su volumen de miscelánea: "Desde mi desván..." que incluía su correspondencia con la artista Pino del Oro y la que, a mi modo de ver, constituye su obra más lograda, la novela Neurosis, inspirada en su experiencia juvenil como au-pair en Londres. Leída hoy, conserva gran parte de su encanto y frescura. Sorprende cómo pudo plasmar con tanta precisión el mundo de la Europa urbana y deshumanizada, en una obra de estética surrealista. También se deja leer con gran agrado la primera de sus novelas Stefanía, uno de cuyos aspectos más logrados es el reflejo del mundo del arte en Canarias.

Ella padeció un grave problema de movilidad durante los últimos años de su vida. Sin embargo, ni los problemas de salud, ni el injusto desdén (preludio del actual olvido) al que se vio abocada, minaron ni su creatividad, ni su integridad, ni su calidez humana , en las que perseveraría, sin descanso, hasta el último de sus días.