Caridad Pérez-Galdós de la Torre murió el pasado día 17 de marzo. Fue una persona inteligente, culta, activa, curiosa, ocurrente, amable... Para los galdosianos, además, Caridad encarnó la rama viva del enlace con su tío-abuelo Benito Pérez Galdós.

Puede suceder a los investigadores literarios que se engañen (o nos engañemos) indagando con parámetros científicos en datos y en hechos, e ignorando (desdeñando tal vez), al hombre que está detrás de la escritura, como si éste fuera una entelequia. No es fácil que suceda esto con Galdós cuyas páginas rezuman cercanía; pero, si tal peligro ocurriera, lo conjuraría haber tenido la suerte de conocer y tratar a Caridad Pérez-Galdós.

Desde niña, Caridad leyó ávidamente las obras y pronto llegó a ser profundamente conocedora de todos sus entresijos. Su padre, Ignacio Pérez-Galdós y Ciria, acertó a ver en ella la descendiente que heredaría el fervor por don Benito que él mismo había recibido de su padre, Ignacio Pérez-Galdós, el militar de brillante carrera que llegó a ser Capitán General de Canarias en 1900.

Ignacio y Benito fueron, además de hermanos, compañeros de juegos y amigos de juventud. Y convivieron en Madrid y en Santander cuando el militar regresó a España casado con María del Carmen de Ciria y Vinent. En el verano de 1900, estando Ignacio en Madrid y su familia en Santander al cuidado de Benito Pérez Galdós (con quien vivían Concha y Magdalena Hurtado) el escritor tendrá que dejar su trabajo abrumado por las viruelas de su sobrinilla Micaela, ¡que no estaba vacunada! Se propone hasta cambiar de piso para propiciar la mejoría de la niña. Afortunadamente, en menos de quince días pasó el gran susto.

De la más pura casta le viene a Caridad Pérez-Galdós la herencia espiritual de lo galdosiano que ella ha sabido no sólo conservar sino vivir y trasmitir. Conservarlo y vivirlo, afortunadamente, le fue posible a Caridad en los muchos años que Dios le concedió de vida en la casa del Monte Lentiscal, aquella que centra la finca con que el estado pagó a Domingo y Sebastián Pérez Galdós su actuación en La guerra contra el francés.

Orgullosa estuvo Caridad siempre de poder vivir allí: junto al pozo y al lagar que construyera Sebastián Pérez, los árboles plantados en aquella época, las buganvillas antiguas que siguen encendiendo el patio de color, los enlatados que ofrecen sombra en verano y cobijo en invierno.

Sobre todo, Caridad ha sabido conservar y vivir el pequeño gran museo galdosiano que albergan las habitaciones centrales de la casona. ¡Cuánto disfrutaba ella reviviendo en cada objeto la historia que encerraba: este libro fue de Benito; esta es la maqueta que construyó; esta es una foto de cuando tenía...; este es mi abuelo; esta es mi madre representando a Perfecta y esta mi hermana Poló como el marquesillo de Rumblar en el homenaje que hizo el Círculo Mercantil a don Benito en 1931...

Anécdotas y recuerdos se mezclaban para ser desveladas con la correspondiente parsimonia por aquella su voz atractiva y fuerte. Mientras sonreían y brillaban sus vivos ojos, tan galdosianos.

Aunque era mujer poco amiga de fastos públicos, no dejaba de ser una honra muy espacial para ella ser agasajada como la representación del gran escritor y su legado. En muchos de los Congresos Internacionales galdosianos pudimos contar con su presencia y su palabra. Los más insignes de los especialistas del mundo conocieron y admiraron a Caridad entre los muros de aquel especie de altar que Benito Pérez Galdós tiene en su casa: Chonon Berkowitz, Ricardo Gullón, Rodolfo Cardona, Stephen Miler, Schraibmann, Sebastián de la Nuez, Ortiz Armengol, Peter Bly, Germán Gullón... ¡Cuántas veces, Alfonso Armas, Rosa M. Quintana y yo misma compartimos conversación con ella en Los Lirios!

Todos la veíamos como un trozo de Benito Pérez Galdós real y nuestro: el que recorría las calles de la ciudad vieja para ir al colegio, el que escuchaba los conciertos de la Alameda, el que participaba en las discusiones ciudadanas, el que se refugiaba con su familia en la finca campesina para escuchar historias viejas, para jugar construyendo, y para aprender los principios de horticultura que pondría en práctica en su huerta-jardín de Santander, en Cantabria, en donde haría un pozo, plantaría limoneros, albaricoqueros?

Ha fallecido Caridad Pérez-Galdós de la Torre. Vivió siempre rodeada de cariño y de recuerdos, que supo hacer gratos. Y tuvo la suerte de mantener hasta al final la consciencia de estar con los suyos y entre las paredes de la querida casa familiar que también lo fue de aquel su no olvidado tío abuelo, el universal Benito Pérez Galdós. No la olvidaremos.