Los pasajeros del vuelo Barcelona-Dusseldorf del pasado martes tuvieron que madrugar. El vuelo estaba previsto para las nueve y media de la mañana, así que llegaron al aeropuerto de El Prat no más tarde de las ocho. La salida, sin embargo, fue retrasada por "congestión" en el aeropuerto, circunstancia muy habitual, por otra parte, y más en esas horas de la mañana. Tráfico intenso y cola para despegar.

10.30 de la mañana. A esa hora el Airbús 320 de la compañía alemana Germanwings inició por fin el vuelo con toda normalidad. A bordo, un piloto, un copiloto, cuatro auxiliares de vuelo y 142 pasajeros. No iba lleno, pero casi. Tenía por delante un trayecto con algunas referencias. La primera, Gerona; después, el Mediterráneo en su extremo más noroccidental -el Golfo de León-. Al Oeste, Montpelier; al Este, Marsella. Y una idealizada línea recta que apunta a Lyon y, más al norte, a Luxemburgo y Bélgica hasta alcanzar tierra germana.

Buen tiempo y sin incidencias. Con el avión estabilizado, es de suponer que muchos de los pasajeros viajaran dormitando. Otros, teniendo en cuenta el día laborable y los numerosos viajes de negocios, estarían trabajando. Papeleo y tablets. Algunos leyendo la prensa del día, A las diez y media se produce una comunicación con la torre de control de la Alta Provenza. ¿Todo en orden? La pregunta la contesta el piloto. "Sin novedad", se dice desde la cabina. Hacía muy poco tiempo que el control del aparato había pasado a manos francesas. Es un protocolo repetido en miles de vuelos cada día, una frontera en el aire a partir de la cual se transfiere la responsabilidad.

A partir de aquí entramos en un mundo de suposiciones, algunas ya fundadas tras el análisis de una de las cajas negras.

10.30 de la mañana. El piloto Patrick Sonderheimer, de nacionalidad alemana, acaba de hablar con la torre de control, cierra comunicación y se levanta. Habitual. A estirar los pies o un par de minutos al servicio. La caja negra registró cómo el piloto le pide a su compañero que tome los mandos del avión, se escucha el ruido del asiento y la puerta que se cierra. El contacto con el A-320 se pierde en ese momento.

10.31 de la mañana. El avión de la Germanwings está a 38.000 pies (casi 11.600 metros de altura). Es una altitud estándar. Pero algo ocurre. El avión comienza un brusco descenso. Desde la torre de control se aprecia la maniobra y se envía una llamada de alerta. No hay respuesta. Algunos pasajeros admiran el paisaje nevado. Marina Bandrés, una aragonesa de 38 años, y la cantante de ópera Maria Radner, tenían preocupación añadida: sus bebés, de apenas unos meses. Maria había actuado en el Liceo junto a su compañero de reparto Oleg Bryjak, también en el avión.

10.32 de la mañana. El avión sigue descendiendo, ya sobre territorio francés. Unos mil metros por minuto. Es un descenso que nota el pasaje pero que no tiene por qué crear alarma. Pero seguro que el piloto sí lo notó. Acostumbrado a ese viaje y a los protocolos de altitud, algo no le cuadraba. En algún lugar del avión viajaban Mohamed y Asmae. Llevaban casados apenas unos días y se marchaban a vivir a Düsseldorf. Tenían 24 y 23 años y toda una vida en común por delante.

10.33 de la mañana. La visibilidad es buena. Abajo, el impresionante perfil de los Alpes. El piloto intenta entrar en la cabina, pero la puerta está cerrada. Sonderheimer llama a la puerta con los nudillos, pero no obtiene respuesta. Al fondo del avión, casi seguro que ajenos a lo que estaba por venir, el grupo de 16 adolescentes alemanes, todos ellos en torno a los 15 años, escucharía música o se recuperaría de sus últimos y muy movidos días de estancia escolar en Barcelona.

10.34 de la mañana. El avión sigue descendiendo. En los primeros tres minutos, unos 3.500 metros, lo suficiente como para que algunos pasajeros lo notaran en sus oídos. Pero es un descenso tendido, que no causa alarma. El piloto vuelve a llamar a la puerta, esta vez más fuerte. Dentro está el copiloto Andreas Lubitz, 28 años, con licencia desde 2010. Hacía unos años había estado de baja por depresión. Es probable que auxiliares y piloto hubieran pensado que Lubitz había tenido un desmayo. Nadie había entrado en la cabina en ausencia del piloto.

10.35 de la mañana. La torre de control, que observa que sigue el descenso (el avión podría estar ya a unos 7.000 metros) envían un segundo aviso. Al no recibir contestación deciden activar el nivel de emergencias. El piloto Sonderheimer, con 6.000 horas de vuelo, sabe que hay forma de abrir la puerta de la cabina ante una indisposición de su compañero de vuelo. Es un código de emergencia que genera la apertura de puertas en treinta segundos.

10.36 de la mañana. La puerta no se abre porque desde dentro todo hace indicar que el copiloto bloquea la apertura. Es un sistema de seguridad. Las puertas de cabina tienen mirilla, los que están dentro deciden. Y Andreas Lubitz decidió no abrir. Puede que los pasajeros más próximos a la cabina comenzaran a detectar alguna anomalía. Otros muchos se mantendrían ajenos a la tragedia. Siguen golpeando la puerta.

10.37 de la mañana. El centro de control envía una tercera llamada alertando del riesgo de un accidente. Técnicamente la comunicación llega, pero solo encuentra silencio. La caja negra confirmaría después del accidente que había alguien en cabina, pero que se negó a contestar. Se escuchan ruidos de fondo, los del piloto tratando de abrir la puerta.

10.38 de la mañana. La situación es límite. Por debajo de los cuatro mil metros existe claro riesgo, sobre todo porque ahí abajo hay alturas montañosas por encima de los tres mil. Desde la base militar de la localidad de Orange se dispone la salida de un avión Mirage. Está abierta la posibilidad de un atentado terrorista al estilo del 11-S.

10.39 de la mañana. Piloto y auxiliares de vuelo intentan echar la puerta abajo como último recurso. En ese momento es fácil suponer que los 142 pasajeros son conscientes del peligro, enfrentados a una muerte segura. El avión vuela entre montañas. El piloto Sonderheimer, con dos hijos, se da cuenta de que todo está perdido. Dentro de la cabina, Andreas Lubitz vive su propia demencia suicida y asesina, la que está a punto de calcinar los cuerpos de 149 inocentes.

10.40 de la mañana. El Mirage 2000 sale de la base aérea. Alcanzará la zona en apenas unos minutos. Sin rastro del avión de la Germanwings. La caja negra recoge gritos del pasaje.

10.41 de la mañana. El aparato se estrella contra las laderas de la Tête de L'Estrop, monte de casi 3.000 metros. El avión desaparece del radar. La tragedia se ha consumado. La montaña retorna al silencio.