La mente del copiloto suicida Andreas Lubitz se ha convertido en la auténtica "caja negra" que hay que abrir para esclarecer el accidente del Airbus 320 de Germanwings, que acabó con la vida de 149 personas (51 de ellas españolas). ¿Por qué razón Lubitz cambió el piloto automático del avión para estrellarlo contra una montaña de Los Alpes franceses, después de diez minutos de dramático descenso?

Dos nuevos datos afloraron ayer sobre el perfil de este alemán de 27 años, perfeccionista en grado sumo y obsesionado con convertirse en comandante de Lufthansa, la casa matriz de la compañía de vuelos baratos para la que trabajaba. Por una parte, el diario The New York Times desveló que este hombre silencioso y cordial con sus vecinos estaba buscando tratamientos para corregir los problemas que visión que podrían poner en peligro su carrera de piloto, el gran sueño de su vida. Por otra, Lubitz, tal y como publicó el rotativo alemán Die Welt, estaba siendo tratado por varios neurólogos y psiquiatras a causa de un grave trastorno "psicosomático".

Al tiempo que avanza la investigación del perfil psicológico de Lubitz, avanzan también el proceso judicial abierto. La fiscalía francesa encargada del caso ha calificado el incidente como "homicidio involuntario". Considera que su acto se debió "al deseo espontáneo de destruir el avión". El fiscal de Marsella, Brice Robin, no considera que Lubitz fuera consciente de todas las muertes que causaría con su acción.

La biografía más escrutada ahora de toda Europa siguió redactándose ayer. El periódico alemán Bild, el diario sensacionalista con más tirada de todo el Viejo Continente, dio voz a una joven azafata que decía haber sido novia de Lubitz. La mujer, de 26 años, cuya identidad no se desveló y que decía haber mantenido una relación de un año "en secreto" con el copiloto homicida, aseguró que Lubitz le había dicho un día: "Un día haré algo que cambiará todo el sistema y entonces todos conocerán mi nombre y lo recordarán". La exnovia aseguró que en cuanto se enteró del accidente, le vino esa frase profética a la mente "una y otra vez". "Nunca sabía a qué se refería, pero ahora cobra sentido", afirmó.

Según ella, el hombre cuya acción suicida acabó convirtiendo en miles de pequeños trozos los cuerpos de 149 personas era "muy tierno en la intimidad" y durante los vuelos "muy amable". Lubitz era una "buena persona, y regalaba flores". Le recuerda como alguien que "necesitaba ser querido". Pero tenía una falla: "Siempre hablábamos mucho de trabajo y entonces se convertía en otra persona, se alteraba por las condiciones en las que tenemos que trabajar: poco dinero, miedo por el contrato, demasiada presión".

Se separó de él porque cada vez vio más claro que Lubitz "tenía problemas". "De repente perdía los estribos durante una conversación y me gritaba. Yo tenía miedo. Una vez incluso se encerró durante un buen rato en el baño". Según la auxiliar de vuelo, Lubitz sufría pesadillas y se despertaba por la noches gritando que se iban a estrellar. "Sabía ocultar muy bien ante los demás lo que le pasaba realmente". La exnovia sostiene que "de su enfermedad nunca habló mucho, sólo que estaba en tratamiento psiquiátrico".

Ella también se atrevió a abismarse en la "caja negra" mental de Lubitz y a buscar una explicación a la tragedia. Cree que estrelló deliberadamente el aparato, "porque se dio cuenta de que debido a sus problemas de salud, su gran sueño de un empleo en Lufthansa, de trabajar como comandante y piloto de rutas de larga distancia era prácticamente imposible".

Como también se ha barajado un desengaño sentimental como detonante de su acto suicida, a la exnovia le preguntaron en Bild por ello. Y ella respondió. "Si a ello se suman problemas de pareja, no lo sé", añadió. La autoridades alemanas ya han registrado el apartamento en Düseldorf donde Lubitz vivía con su nueva novia, una profesora de Krefeld, localidad del estado federado de Renania del Norte-Westfalia. Aún no se conoce su testimonio, aunque ta ha sido interrogada.

Los padres del piloto, que también han tenido que responder a las preguntas de las autoridades, están destrozados. Nada menos que 200 agentes se están haciendo cago de la investigación para reunir todos los detalles sobre la personalidad del copiloto. Se está interrogando a los médicos que lo trataron, a sus amigos, a sus colegas de la aerolínea... A todos los que tuvieron trato con él. Entre la documentación incautada aparecen papeles con bajas médicas vigentes que Lubitz ocultó a su compañía.

Aún no se conoce la gravedad de los problemas de visión que tenía Lubitz, pero no se descarta que esta deficiencia pudiera tener una causa psicológica. Lo que sí se sabe es que en el registro del apartamento la policía encontró numerosos medicamentos para tratar un grave trastorno "psicosomático" que estaba abordando con varios médicos.

El copiloto Andreas Lubitz, según publicó ayer Die Welt, sufría un "síndrome subjetivo de sobrecarga" -lo que se conoce como "burnout" o estar "quemado" por estrés laboral- y tenía una fuerte depresión. "Esto se desprende de notas personales del piloto, que guardó y archivo", devela el diario alemán. No se hallaron en su casa ni drogas ni nada que haga indicar una dependencia a los narcóticos o al alcohol.

Los restos del copiloto, según indicaron ayer los investigadores, no han sido aún hallados. Lubitz descansa, hecho mil pedazos, en la montaña que cuando era niño nutrió su pasión por volar. Su padre acudía con la familia en verano para practicar el vuelo sin motor a Sisteron, a 35 kilómetros del macizo de los "Trois Évêches", donde chocó el aparato. En el aeródromo de Sisteron, algunos habituales recuerdan al pequeño Lubitz mirando al cielo, siguiendo con los ojos fijos los silenciosos planeos de las gráciles avionetas. "Formaba parte del grupo de niños que venían a ver los vuelos", dice uno de ellos. Los Lubitz veranearon en el cámping de Sisteron entre 1996 y 2003.

Jean-Pierre Revolat es un piloto del Ejército del Aire jubilado que trabaja como instructor en Sisteron. Subraya que hay gente que aún recuerda a Lubitz por la zona. Revolat abre bien los ojos y sube las cejas cuando se le pregunta si Lubitz pudo estrellar de forma deliberada el avión en ese punto, si sabía que estaba sobrevolando el lugar donde se aficionó a volar. "Son muchas casualidades, pero yo no soy quién para responder a esa pregunta", dice. "Lo que es seguro es que, a 10.000 metros de altura, todo piloto sabe cuándo sobrevuela los Alpes", añade.

Tampoco hay rastros, más allá de la memoria de los más viejos del lugar, de que el aeródromo de Sisteron estuviera hermanado con el de Montabaur, donde residía Lubitz. "Las relaciones siempre han sido muy buenas", afirma Pierre Delhay, fundador del aeródromo francés en la década de 1980, pero que no estaba al frente del mismo cuando los Lubitz pasaron por allí.

Por otro lado, el Sindicato Nacional francés de Pilotos de Línea (SNPL) estimó ayer que la recomendación provisional de la Agencia Europea de Seguridad Aérea (EASA) de que en las cabinas de vuelo haya siempre al menos dos personas autorizadas es precipitada.

Esa agencia lanzó ayer su aviso tras consultar a los Estados miembros, con las primeras conclusiones acerca del avión de Germanwings que se estrelló el martes en los Alpes franceses con 150 personas a bordo cuando el copiloto, Andreas Lubitz, de 27 años, se encontraba solo en la cabina.

El SNPL afirmó que aunque "comparte la imperiosa necesidad de extraer todas las enseñanzas de cualquier accidente para encontrar la forma de mejorar la seguridad aérea, expresa todas sus reservas sobre la pertinencia de una recomendación prematura que plantea ciertas cuestiones e induce a nuevas amenazas".

El sindicato recordó que todavía no se han confirmado oficialmente las causas del siniestro y subrayó que, aunque entiende la voluntad de tranquilizar a la opinión pública, la recomendación no ha sido "suficientemente evaluada".

La norma de dos personas en todo momento en cabina se aplica ya de forma regular en vuelos intercontinentales o en otros países como Estados Unidos.