Un perfeccionismo "insano y negativo" pudo haber conducido a Lubitz a una muerte a la que arrastró a toda la tripulación y pasaje del A320. Esa es una de la teorías que maneja el psiquiatra Ángel García Prieto, que ya había analizado este comportamiento patológico, caracterizado por un exceso de control y exigencia, una patología derivada de la competitividad y la presión social. Lubitz quería ser comandante de Lufthansa, era su obsesión. Era víctima de un "perfeccionismo malo" que le movía "hacia la posesión de la realidad y el mundo que le rodea sin entender las limitaciones humanas", en palabras de García Prieto.

El psiquiatra británico Michael Bloomfield analizaba ayer en The Guardian los diez minutos dramáticos del Airbus, cuando Lubitz se quedó solo, cerró la cabina e inició el descenso hacia la muerte. Bloomfield se preguntaba por qué no se alteró siquiera su respiración, cómo llegó alcanzar ese estado mental ajeno a la muerte cierta que le esperaba. "Excluyendo condiciones médicas inverosímiles, como formas raras de epilepsia, la respiración tranquila y normal puede indicar la naturaleza fría y calculadora de un psicópata, una persona que no se siente culpable y tiene un cruel desprecio por el bienestar de los demás", escribe.

Lubitz, a tenor del testimonio que ayer se difundió de su exnovia, quería pasar a la posteridad como fuera. A esa necesidad compulsiva de notoriedad pública se la conoce como "síndrome de Eróstrato", un pastor de Éfeso que buscaba la notoriedad a cualquier precio y para ello no se le ocurrió más que incendiar el templo de Artemisa, una de las siete maravillas del mundo antiguo. Ocurrió 21 de julio del 356 antes de Cristo.