La noticia la tenía en el buzón de mi móvil por lo que el mensaje lo escuché al despertar la mañana de ayer en Tunte. Un común y viejo amigo lagunero me indicó: "Ha muerto el padre Adán, el cura guapo. Las honras fúnebres serán al mediodía en la Catedral de Los Remedios, presidirá nuestro amigo Bernardo que se hallaba fuera de Tenerife y ha regresado con este motivo". Súbitamente, nada más terminar de leer el mensaje, exclamé: "¡Otro buen amigo que se me va! Otra hermosísima voz canaria que se une al Coro Celestial, otro sacerdote santo que Canarias posee en el Cielo". Porque, el padre Adán era un santo.

Conocí al padre Adán en 1958 cuando llegué a La Laguna a estudiar Derecho en la Universidad. En el largo pasillo que unía las Facultades de Letras, Ciencias y Derecho confluíamos jóvenes estudiantes de ambos sexos de todas las Islas, a los que se unían en la calle Carrera -entre siete y media de la tarde y nueve y media de la noche- los de Aparejadores, Agrícolas y Magisterio, y a ellos se colaban grupos de Náutica que subían en la "guagua perrera" o en el viejo tranvía desde Santa Cruz... El Padre Adán tenía entonces 32 años de edad -nació en 1926, por lo tanto contaba 89 cuando murió-. Había nacido en el Puerto de la Cruz -en la calle de La Hoya, como le gustaba puntualizar-, durante su infancia fue criado en Icod de los Vinos y luego, durante más de 70 años, vivió en La Laguna.

El Padre Adán era alto, elegante, de finas facciones, muy varonil, educado, culto, pulcro, limpio y de agradabilísima conversación. De magnífica voz, tanto para cantar como para predicar. Tan pronto se ordenó, fue beneficiado salmista de la catedral de la diócesis de San Cristóbal de La Laguna y, luego, canónigo.

El canónigo emérito lacunense Vicente Cruz Gil me dijo que en cierta ocasión Fray Albino González y Menéndez-Reigada, el inolvidable obispo nivariense, le indicó al Padre Adán, todavía alumno del Seminario, que tan pronto se ordenara sacerdote se hiciera beneficiado salmista de la catedral; y, cuando el padre Adán recibió el presbiterado fue el propio obispo Domingo Pérez Cáceres -que había sustituido a Fray Albino cuando éste fue destinado a Córdoba- quien le recordó este consejo prelaticio.

Todos los días, a la una de la tarde, el padre Adán celebraba misa en la Catedral de Los Remedios. Una hora antes se sentaba en el confesionario y no paraba de confesar...

Era notabilísima la asistencia de jóvenes universitarios, chicas en casi dos terceras partes, o más. Precisamente a petición de ellas el padre Adán retrasó quince minutos el comienzo de la misa para que -después de las 12.55 en que los bedeles pulsaban los timbres que señalaban el final de las clases en las Facultades- los estudiantes pudieran llegar a la bellísima capilla catedralicia de Los Remedios después de atravesar la larga -y entonces "desangelada y fría"- calle Heraclio Sánchez para tomar La Carrera por Viana y acceder a la catedral por la puerta lateral.

Se dice que el padre Adán no fue ordenado en la fecha de témporas que le correspondía porque el obispo, Domingo Pérez Cáceres, temía la posibilidad de una renuncia de aquél al verse "abrumado" por tanta admiración de féminas.

En el espíritu, en la entrega y en la respuesta de firme vocación de mi buen amigo e ilustre ranillero padre Adán siempre hubo un más que muy ejemplar sacerdote -¡excelente y exquisito, asevero yo!- que en todo momento respondió al espíritu y a la letra de su lema sacerdotal El Señor me sedujo y yo me dejé seducir.

La seducción del Señor al padre Adán fue tal que así se mantuvo siempre firme hasta la muerte. Un defectillo tenía: era algo golosillo, quizá más de la cuenta. En varias ocasiones me invitó a su diaria copita de vino y un dulce -¡ambos costaban, en aquellos finales de la década de los 50 y principios de los 60, media peseta!- en la famosa Dulcería La Catedral, situada en la esquina de las calles La Carrera y San Juan?

Más tarde mantuvimos alguna conversación en la cafetería "Alaska". Hablábamos de todo, especialmente de baloncesto, de su Canarias, de nuestro Canarias de La Laguna. Aquel Canarias de Juanito Cabeza, en los partidos de la cancha de la lagunera plaza de Abajo en compañía de nuestros entrañables y comunes amigos Alberto de Armas, Alfonso García Ramos y Fernández del Castillo, Gilberto Alemán, Eliseo Izquierdo...

De la música coral, del Coro Universitario de La Laguna, de la coral Palestrina, con Quique Martín, Domingo Marrero, Elfidio Alonso, Domingo Luis Martín y Rodríguez de Acuña -primo hermano de mis sobrinas Juanita, Carmen Rosa y Nené Rodríguez de Acuña y Cruz-, Julio Fajardo, Rafael Perera?

De cómo se gestó el grupo Los Sabandeños, de la mano de Quique el Peta y Elfidio Alonso, en la finca La Sabanda que poseía en Punta del Hidalgo nuestro inolvidable maestro don José Peraza de Ayala y Rodrigo de Vallabriga, el famoso Barón de Ayala recordado viejo profesor de Historia del Derecho Español; de la creación de la Legión de las Almas Pequeñas?

Entre otras responsabilidades, el sacerdote Adán fue delegado de Migraciones Europeas, en época de penurias en las Islas ayudando a la emigración canaria a Venezuela.

Fue fundador de Cáritas Diocesana y de Cáritas Interparroquial; director del periódico diocesano Pregón y presidente del Club de Baloncesto Canarias durante cuatro años.

Entre sus inquietudes musicales destacamos, además de organista de la Catedral, la dirección de coros como el de la Capilla Palestrina, la Coral Sacra y fundador del primer coro mixto universitario y de la coral de Cepsa.

El padre Adán fundó, además, la cofradía de la Flagelación de la Catedral lagunera, de la que era director espiritual, y también colaboró en la fundación de la Clínica La Colina. Ostentó la presidencia diocesana del apostolado mundial de Fátima y fue responsable de más de 100 grupos marianos en las diferentes parroquias de la diócesis de San Cristóbal de La Laguna.

La ciudad de La Laguna lo declaró hijo adoptivo e inmortalizó su nombre rotulándole, en febrero de 2003, la calle Padre Adán, canónigo de la Iglesia Catedral, con la que el Ayuntamiento y los laguneros reconocieron los innumerables servicios humanitarios, asistenciales, sociales, deportivos y culturales realizados por José Miguel Adán Rodríguez -que así se llamaba- durante más de 50 años.

El padre Adán no ha muerto. Está con el Señor. De él nos queda su ejemplo, su espiritualidad, la paciencia con la que llevó su enfermedad en los últimos años, su vivencia del espíritu de oración, su amor a María acompañando el apostolado de Fátima. Mientras tuvo capacidad el padre Adán puso toda su persona al servicio de Dios, de la Iglesia y de la sociedad.

Fue un sacerdote ejemplar y su vida todo un ejemplo de fe y alegría cristianas. ¡Hasta siempre, padre Adán!.