Marina y Laura ya reposan una junto a la otra, por expreso deseo de sus familias, en el cementerio municipal de Cuenca. Cientos de personas asistieron ayer a los funerales por las jóvenes, celebrados con un cuarto de hora de diferencia en las iglesias de San Fernando y de San Esteban, ambas abarrotadas, y en medio de fuertes escenas de dolor de familiares, amigos y conocidos, entre aplausos de las personas que aguardaban a la entrada de los templos y con numerosas cámaras de televisión, fotógrafos y periodistas como testigos.

Cuenca es una ciudad traumatizada por la tragedia ocurrida el jueves de la semana pasada, pero cuyo desenlace tardó una semana en conocerse en toda su brutalidad.

El funeral de Laura del Hoyo fue oficiado por trece sacerdotes, entre los que se encontraba el vicario general de la Diócesis de Cuenca, Antonio Fernández, mientras que, en el de Marina Okarynska, también participaron varios sacerdotes, entre ellos uno católico bizantino, por el origen ucraniano de su familia.

En las homilías, los sacerdotes dirigieron palabras de consuelo a los familiares y aludieron a la necesidad de superar el odio, como se condensa en el exhorto del párroco de San Fernando, José María Alcázar, quien aseguró que, aunque prime el dolor, el abatimiento y la pena, "el amor es mucho más fuerte que la rabia y el dolor". Tras los funerales, los féretros de las dos jóvenes fueron trasladados al cementerio municipal de Cuenca y enterrados en dos sepulturas situadas una al lado de la otra, por deseo de las familias.

La muerte de las dos jóvenes causó una gran conmoción en la ciudad, en especial entre el círculo de las amigas de las dos chicas asesinadas, que destacaron el carácter alegre y extravertido tanto de Marina Okarynska, de 26 años, como de Laura del Hoyo, de 24 años. Laura expresó su deseo de estudiar peluquería. Marina se había trasladado en los últimos tiempos a Ucrania, donde había rehecho su vida lejos del calvario que sufrió junto a Sergio Morate.