El 21 de agosto en el municipio de La Frontera se rindió un caluroso y popular homenaje a los hermanos Villareal, siendo el mayor de estos hermanos Silvestre Padrón Villareal, mi padre. No es fácil expresar con palabras las emociones y los recuerdos de un gran padre y de un gran emprendedor que durante tantos años supo poner su granito de arena a la prosperidad y solidaridad de este querido pueblo de La Frontera y por ende de toda la isla de El Hierro.

Me emocionaron sobre manera las palabras de Donacio Cejas por su documentada y cariñosa conferencia. No menos sensibles fueron las intervenciones de nuestro admirado Goyo Barrera -presidente de la Casa Herreña de Las Palmas de Gran Canaria- y gran colaborador en las empresas de la familia; de mi hermana Ana Padrón, que con gran emoción nos contó sus recuerdos de la llegada a la Isla y otras vivencias de la época, pues al ser la mayor de los quince hermanos vivió más directamente los diversos acontecimientos. Quiero agradecer expresamente a la Corporación de este ilustre Ayuntamiento de La Frontera, y en la persona de su joven alcaldesa, Melissa Armas Pérez, la organización de este homenaje. También la presencia de la presidenta del Cabildo insular de El Hierro, Belén Allende, y otras autoridades insulares. Iniciativas como ésta permiten a nuestros vecinos, especialmente a los más jóvenes, conocer la memoria e identidad de nuestro pueblo.

Especialmente emotivo fue el precioso texto de la placa conmemorativa y el anuncio de la petición a la corporación municipal por parte de las asociaciones de vecinos del municipio que, de forma espontánea, solicitaron que se perpetuara el recuerdo y agradecimiento a esta familia con el nombre de una calle del municipio, haciendo realidad el aforismo de que "la gratitud es la memoria del corazón".

No me puedo olvidar tampoco -como podría- de mi madre, Amelia Barrera Pérez, mujer luchadora y colaboradora en la obra de mi padre. Estoy segura de que al hablar de ella mi padre suscribiría las palabras del clásico cuando dijo: "Era la mejor mitad de mí mismo". No quiero pecar de inmodestia hablando de la gran humanidad y de las virtudes de mi padre, que eran muchas y muy sólidas, pero no me resisto a referir las palabras del sacerdote Juan Ayala, párroco de nuestra parroquia de San Agustín en Vegueta, cuando, con motivo de su fallecimiento, dijo emocionado que "había muerto la mejor conciencia de su parroquia". Desde el recuerdo, la emoción y la gratitud, muchas gracias.