Carlos Gaspar Hernández, de 35 años, natural de El Hierro y conocido en la Isla de El Meridiano como Carlos Matagallina, estaba obsesionado con su expareja Iris, a la que apuñaló de forma reiterada. Este hombre, que había trabajado un año en una estación de servicios de Valverde, se trasladó con sus padres a vivir a Tenerife, donde conoció a Iris Francés Luis, con la que tuvo tres niños, una niña de diez años y dos gemelos varones de cinco.

Este individuo corpulento, de cerca de 1,90 de estatura, supuestamente amenazó a su exmujer de forma reiterada desde que ella lo dejó en 2012, según fuentes de la investigación. Uno de estos mensajes decía así: "Te corto el cuello y los niños se van a quedar sin madre y sin padre". Esta fue al parecer la última de las amenazas que vertió contra su expareja de hecho.

La familia de Iris asegura que Carlos estaba obsesionado con controlarla en todo momento. Lo sabían perfectamente porque ella y sus tres hijos residían en un piso construido sobre la casa de sus padres. Carlos lo podía hacer con facilidad, además, incluso después de la ruptura, pues se había mudado a una casa próxima a la de ella, en el barrio de El Sobradillo, a escasos metros de donde se produjo el crimen. Encima, trabajaba también a escasos 50 metros del lugar. De ahí que la vigilara permanentemente y acudiera a dar con ella para recomponer la relación. El padre de la víctima, Epifanio Francés, recuerda que en alguna ocasión Iris fue a abrir su furgoneta azul para hacer un desplazamiento y se lo encontró sentado en el interior. Carlos se había quedado con una copia de las llaves.

Este hecho fue clave en el trágico desenlace de la relación. El jueves, pasadas las 22.30 horas, según testigos presenciales de los hechos contactados ayer por este periódico, Carlos Gaspar apareció en un bar que da a la avenida de Los Majuelos, llamado Conipa, justo detrás del cual está la casa de Iris y los padres de ésta. Él había ido muchas veces por allí y todos le conocían de cuando vivió con Iris y porque trabajaba en la gasolinera de al lado. Saludó y pidió una cerveza. Tras acabarla, salió afuera, donde estaba aparcada la furgoneta de Iris. De repente, empezó a oírse la bocina del vehículo. Los vecinos creen que él entró gracias a que tenía las llaves y se puso a tocar la pita como para hacer ver que se había activado la alarma antirrobo, para llamar presuntamente la atención de su expareja.

Iris estaba cenando en su casa cuando se sobresaltó al identificar el claxon de su vehículo. Entonces salió a ver qué ocurría. Los acontecimientos se precipitaron en unos minutos, siempre según los testigos, que creen, ya pasadas las horas, que Carlos podía tenerlo todo planeado.