Amelia García Martel, Melita, qué inesperada fue tu partida!. Nos sorprendió a todos llevarte el miércoles a urgencias y fallecer el jueves; aunque veíamos que no andabas bien, no pensamos jamás que fuera tan rápido todo.

¡Con qué apetito comiste el jueves al mediodía!. "Tengo hambre", me dijiste. "Pues venga, a comer" te dije. Con qué apetito devoraste todo. Siempre fuiste persona de comida. Por ello, en casa quedará tu delantal guardado como oro en paño; por reyes de este año te lo puse, para que cuando vinieras a casa no te mancharas.

Cuantos recuerdos e historias nos contábamos; buenos la mayoría: nuestras salidas, nuestros viajes. Te pido una cosa: que me enseñes a ser justa como tú lo fuiste. ¡Qué alegría llevarías al reencontrarte con los tuyos!: tu muy querida madre, Anita, para quien no tenías sino palabras de elogio; a tu padre querido, trabajador y honrado; tu esposo, hermano y demás. Aquí quedamos procurando llevar todo con suma prudencia y recordándote cada día. Melita, el domingo pasado en la mesa, en tu sitio, se sentó mi nieto, y en la hora de nuestra tertulia no me pude quedar ahí, me fui a otra habitación.

Te echaremos mucho de menos.. ¡cuántos domingos pasábamos juntas!. ¿Por qué congeniábamos tan bien?. Nuestro carácter parecido, nuestros gustos, pero sobre todo nuestra fe cristiana; esos pilares que nos inculcaron nuestras familias fueron creciendo al mismo tiempo que nosotras. Hoy tenemos que darle gracias a Dios y a ellos.

Ruega por Luis, tu ahijado, por Fernando y compañera e hijos; por Gloria y familia -los apreciabas mucho-. Tú al estar tan cerca de Dios sabes las necesidades de cada uno. Descansa Melita, descansa tranquila y en paz; según fuiste en vida fueron tus últimos momentos: tranquilos y en paz.

Adiós, hasta el gran día.