"Así que abre los ojos y observa cómo nuestros horizontes se unen". Me pregunto si el sol te deslumbra cuando nos miras desde allí arriba, abuela, y cuántas sonrisas despertaste cuando aún estabas aquí con nosotros, y es que imaginarlo es lo que para mí queda.

Porque es muy difícil recordar el tiempo en que aún podía conversar contigo siendo un niño, es difícil para mí recordar cómo encendías los corazones de la gente con tu amabilidad y cariño, cómo eras capaz de entregar tu todo a quien nada tenía.

Y es que hace 8 años que todo cambió, que las manillas del reloj comenzaron a frenarse? En ese momento todos supimos que nada volvería a ser lo mismo. Bueno, tal vez no todos lo sabíamos, o sí, pero algunos de nosotros, quizás por inmadurez, por inexperiencia o por dejadez, permitimos que las horas, los minutos y los segundos pasaran por delante de nuestros ojos. Aunque suene duro, dejamos que te desvanecieras en el tiempo hasta que finalmente nos percatamos de que ya tú no eras del todo tú. Que los recuerdos son preciosos, pero no eternos. Que las caricias que pudiste en algún día darnos jamás volverían y que el tiempo no debe ser tomado en vano, pues tú, ya no estás aquí, y nosotros tampoco podemos estar ahí contigo, aunque así lo quisiéramos. Porque los trenes pasan y cuando no los coges a tiempo, sólo te queda esperar al próximo, pero los trenes no duran eternamente, y llega un momento en el que estás esperando algo que sabes que jamás volverá.

Abuela, tú en cierto modo simbolizas ese tren que todos, de distintas formas y en algún momento de nuestras vidas, hemos dejado que se desvaneciera entre las tinieblas. Tú eres el vivo ejemplo de cómo algo grandioso, algo realmente maravilloso, puede simplemente escaparse entre nuestras manos, ante nuestras pupilas temblorosas que difícilmente pueden contener las lágrimas al observar la pérdida repentina de aquello que anhelamos.

Y eso, abuela, eso es lo que realmente te hace especial. Que no sólo fuiste una pieza importante y fundamental de nuestras vidas, sino que has conseguido no pasar indiferente por este mundo. Y es que ahora tú te has convertido en un mensaje de esperanza, un mensaje que nos haga recordar lo que realmente merece la pena valorar en la vida. Tú has conseguido que aquello que acaba paulatinamente con tus recuerdos no te impidiera convertirte en uno, un recuerdo del amor, del cariño, un recuerdo de la familia unida, de la importancia que debe dársele al tiempo que tenemos.

Sólo tu recuerdo debe darnos esa fuerza que nos falta para poder visualizar qué es lo que realmente nos une a lo demás, lo que nos une a nuestros amigos, a nuestras parejas, y cómo no, aquello que nos une a la familia, logrando dejar de lado aquello que nos pudo distanciar en su día y aprendiendo que el perdón es el camino hacia la felicidad.

Y es que, abuela, hoy tengo que confesarte que yo me he visto sentado en la estación, observando inmóvil cómo ese tren que quería coger se largaba ante mis narices. Muchas veces dejé que mis heridas me cegaran, dejé que el orgullo me impidiera levantarme y decir: "hey!, que estoy aquí, que no me he ido, y que este tren es para mí".

Pero hay algo más que quiero confesarte, y es que cada hora que pasa, cada minuto, cada segundo, soy un poco más maduro para entender que es lo que verdaderamente importa. Y esta madurez nace entre otras cosas del amor, del cariño que un día sembraste en 6 hermanos, de los cuales uno es a la vez mi padre y también tu hijo.

Así que si algún día te preguntas desde dónde quiera que estés qué fue lo que quedó de ti aquí. Te doy la respuesta: lo que ha quedado somos nosotros, todos y cada uno de los miembros de esta familia que ha ido creciendo a lo largo de los años, ante tus ojos ardientes de amor y que en un giro cruel del destino se acabaron apagando por causa del Alzheimer, una enfermedad cuyo daño sólo pueden entender los que te rodean, una enfermedad que ha sido especialmente dura para tus hijos, pero también lo fue para tus nietos, como yo, que difícilmente puedo recordar los momentos que contigo compartí de niño. En ese entonces no tenía la conciencia para retener en mi mente esos regalos que me dabas con cada una de tus palabras, cada una de las comidas que me preparaste cuando cuidabas de mí después del colegio, cada uno de los besos que me brindabas con un amor incondicional.

Pero, ¿sabes qué, abuela?, a pesar de eso, no estoy triste. Es verdad, no lo estoy, de hecho estoy feliz, por ti, porque eso es lo que tu siempre quisiste, que todas y cada una de las personas de tu familia sonriéramos. Así que lo mejor que puedo llevar puesto hoy es una sonrisa, una sonrisa casi tan grande como el corazón que nos entregaste. Una sonrisa que sea capaz de iluminarte allá desde donde nos estés escuchando. La sonrisa más grande que jamás pudiste llegar a imaginar, abuela.

Es por eso, que estoy seguro de que todos seremos capaces de dejar a un lado la tristeza que tu pérdida nos ha despertado para poder empezar a respirar de nuevo, aprender a ser felices por todo el tiempo que pudimos tenerte aquí, porque esto no es un punto y final, esto es un punto y aparte, y la mejor despedida que podríamos darte es una llena de recuerdos sí, pero sobre todo una llena de esperanza.

Abuela, este acto va por ti, pero también va por nosotros, por todos los que compartimos la fortuna de tenerte en nuestras vidas, tu cariño siempre permanecerá en nuestros corazones.