Con el nombre de Kigeli V, Juan Bautista Ndahindirwa, de origen tutsi, reinó en Ruanda durante tres años. Depuesto en 1961 por los belgas, se refugió en Italia, donde tuvo que aceptar ayuda pública y la caridad de la Iglesia. Luego, llegó a los suburbios de Washington con un ligero equipaje y un fiel secretario que continuaba tratándolo de majestad. Parecía un jugador de baloncesto, pues medía 2.20 metros de estatura. En todo momento declaraba estar orgulloso de su pobreza y de haber sido educado en las escuelas católicas de su país.

Este rey watusi también estuvo de visita en España y escasos días en Gran Canaria, en donde, como resultó lógico, pasó desapercibido. Era un negro más, uno de los tantos que deambulan por la ciudad, pero quien en cada momento demostró que era un católico devoto, culto y extremadamente educado y amable.

Su gentil caballerosidad y destacada sencillez de hombre bueno fue aprovechada por un grupo de aristocráticos señores españoles, pertenecientes a distintas órdenes de dudosos orígenes, para que el soberano depuesto les concediera alguna de las extinguidas condecoraciones de su país, como las de Kalinga, de Grulla Crestada y del Itare, que traducida ésta última de su lengua ruandesa es la del León, y significa la fuerza y valentía del país, y que eran las que pertenecían a la Corona de Ruanda y en cuyo diploma de las otorgaciones viene su título de rey por la gracia de Dios, de las tierras, los pueblos y los lagos de Ruanda. Los galardonados contribuían con aportaciones económicas para que Su Majestad recuperara la paz de su gente, emprendiera fundaciones caritativas y contribuyera a la ayuda de los refugiados. Se intentó que el ex monarca creara títulos nobiliarios para incrementar con el otorgamiento los donativos, pero este proyecto tropezó con las actuales leyes nobiliarias españolas que prohibe la legalización en nuestro país de mercedes extranjeras.

Contaba Kigeli que él era uno de los descendientes de los reyes magos de oriente, que si bien en nuestra tradición son tres, en la iglesia armenia se dice que llegaron a los sesenta los que fueron a postrarse ante el recién nacido. El mítico rey Baltasar, era frusco, es decir, de raza negra. Su procedencia era muy discutida, ya que unos lo hacen de Nubia, otros de la localidad de Tigré, en el misterioso imperio del preste Juan, y otros de un reino lejano y brumoso en la tierra de los Grandes Lagos, que es la patria del monarca difunto. Tanto es así, que a este príncipe africano y sus ascendientes eran llamados por su pueblo, antes de ser castigado por los belgas, los reyes magos de los grandes lagos.

La vida de este soberano nunca estuvo aromada de gloria. Kigeli nació un 29 de junio de 1936, en la localidad de Kamenbe. Era hijo del rey Yuhi V Musinga y de la reina Mukashema. A los cuatro años acompañó a sus padres al exilio, cuando los belgas tomaron medidas por oponerse a su protectorado. A la muerte de su padre en 1944, su medio hermano, el rey Mutara III, volvió a Ruanda con su madre para reinar hasta su muerte, que fue en muy extrañas circunstancias, ya que los indicios apuntan a que fue un asesinato por parte de las autoridades coloniales belgas.

El bueno de Kigeli ascendió al trono a la muerte de su hermanastro en 1959 con veintidós años. Durante su breve reinado procuró la simpatía de sus súbditos para la causa de la independencia de Ruanda. Y cuando fue de viaje a las Naciones Unidas en 1960 para entrevistarse con el Secretario y hablar de este propósito, fue cuando Bélgica le destronó impidiendo su regreso y fomentado el republicanismo que condujo a la etnia de los hutus a mantener una preponderancia hegemónica sobre los tutsis de su raza.

Después de la brutal y vergonzosa guerra civil ruandesa, el rey ha vivido en el exilio, y a pesar de su reconocida pobreza, ha procurado promover iniciativas de ayuda a su desgastada patria.

Era soltero y no dejó descendencia. De nuestra Isla le gustó mucho las papas arrugadas con mojo y las carajacas del Herreño de Vegueta. En el restaurante la gente le miraba, más que por rey, por sus dos metros y pico de estatura.

Sirvan estas líneas para recordarlo y brindarle nuestra admiración por el sacrificado papel desempeñado, pues es justo hacerlo por la angustiosa espera que ha padecido a lo largo de estos últimos cincuenta y cinco años transcurridos, en los que nunca perdió la esperanza de recuperar la paz y la cordura de su país en la desangrada África central.