Valentín Hernández Luis cumplió el pasado miércoles a rajatabla la máxima marinera que asegura que "el capitán es el último que abandona el barco". La diferencia es que el miércoles en vez de mar había aire y lo que abandonó en última instancia Valentín no fue un barco sino una cabina del Teleférico.

Este orotavense de 50 años, cabinista en el funicular desde hace 30 e hijo de otro cabinista del Teleférico del Teide, Julio Hernández, no descendió por el cable de emergencia de la unidad superior, la que ascendía al pico del volcán a más de 3.000 metros de altitud, hasta rescatar al último de los 37 pasajeros que iban en el interior, todos turistas.

"Era la primera vez que ocurría algo así y que había que rescatar a tanta gente por una avería. Hace años [en 2005] hubo otro rescate pero por el viento y, además, fue muy inferior el número de personas atendidas", recuerda. Aun así, matiza que la plantilla del Teleférico ha ensayado y repasado "tanto" los protocolos de seguridad que pese a las dificultades, que las hubo, el operativo fue "un éxito".

"La cabina se paró de repente al accionarse los dos sistemas de seguridad automáticos. La vibración producida por el parón hizo, además, que un cable se montara sobre el otro. Por eso fue imposible reanudar la marcha", recuerda Valentín, que añade que lo primero que hizo fue comunicar la incidencia a la base, tranquilizar a los pasajeros y esperar órdenes.

El cabinista no perdió en ningún momento la compostura y se mantuvo en calma, un factor clave para transmitir confianza a los pasajeros. "Son muchos años trabajando en el Teleférico como para asustarme. Evidentemente, me puse un poco nervioso por las ansias de que el rescate saliera perfecto. Pero de resto me centré en mi cometido".

Una vez le llegó la orden de evacuar, Valentín fue colocando los arneses pasajero por pasajero, comprobando varias veces además que estos pañales de seguridad estaban perfectamente bien sujetos. Y es que cada cabina dispone de arneses y un cable con suficiente longitud para rescates de este tipo hasta en los puntos en los que hay mayor distancia entre el funicular y la falda del Teide. El cable se suelta del piso gracias a un sistema de poleas.

35 metros de descenso

En este caso, los pasajeros tuvieron que descender unos 35 metros. "Nadie protestó. Lógicamente, al principio estaban asustados. Pero les mantuve informados en todo momento y me centré mucho en tranquilizarlos. La colaboración de todos fue crucial", remarca este oficial de primera del Teleférico.

Cuando le llegó su turno, Valentín se deslizó casi como un experto en rápel. Para eso lo ha hecho ya más de 20 veces en los diferentes simulacros. Además, abajo tenía ayuda, la de los trabajadores de la empresa V-Traverca, expertos en tratamiento en laderas y taludes que se cuelgan por los riscos más peligrosos para resolver cualquier incidencia. Los operarios de esta compañía estaban anclando unas piedras en las faldas del Teide ante el temor a desprendimientos. Pero no se lo pensaron dos veces, abandonaron las tareas y se sumaron al rescate.

Valentín Hernández no es el único que les agradece su ayuda. También lo hizo el director técnico del Teleférico, Luis Pintor, que aseguró que su comportamiento mostrado fue "ejemplar". Los operarios de V-Traverca caminaron hacia la cabina superior, se colocaron debajo de ella y fueron ayudando a cada uno de los pasajeros a medida que bajaban por el cable.

Pero no se quedaron ahí. Estos hombres del aire acudieron a los puntos donde se refugiaron los 93 turistas que tuvieron que hacer noche en la cima de Tenerife y ayudaron, como los que más, repartiendo mantas, dando ánimos y haciendo lo que hiciera falta.

Valentín también pasó la noche en el Teide, concretamente en la caseta de los trabajadores de la parte superior del funicular, junto con cerca de medio centenar de rescatados, así como miembros del operativo. Los otros se repartieron entre el Refugio de Alta Vista y otra caseta que hay en la torre 2. "Los rescatados estaban cansados pero, en general, tranquilos. Hacía mucho frío pero les repartimos mantas, comida, agua, chocolate de las tabletas que teníamos guardadas en la caseta y todo lo que fuera necesario".

Un detalle que le gustó especialmente al cabinista fue la forma con que algunos de los pasajeros cooperaron. "Teníamos sobres de sopa y uno de los evacuados, un alemán, se levantó y se prestó voluntario a cocinarlas. Y así hizo, mientras otros ayudaban a lavar los platos y recoger todo. Es en esos momentos donde afloran los sentimientos de solidaridad de las personas".

Abrazos y agradecimientos

No es de extrañar que algunos turistas, pese al susto y a las molestias ocasionadas tras una experiencia que jamás imaginaron, lo abrazaran y le dieran ostensiblemente las gracias cuando todo terminó. "Yo me quedo con que no hubo ni un solo herido y eso, en alta montaña, es muy complicado. Quien no está acostumbrado lo pasa mal, sobre todo por los problemas respiratorios. Pero en este caso no hubo que usar ni una sola ambulancia".