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La escapada de...

Los habitantes de las dunas

Leilani Montanaro, diseñadora y fundadora de Cristálida Canarias, se adentra en los arenales del norte de Fuerteventura

Los habitantes de las dunas Carlos de Saá

Entre las dunas de Corralejo, al norte de Fuerteventura, es posible encontrar casi de todo. Un alcaraván, el eco del canto de un zarapito tronador, las huellas de un tímido erizo, aulagas, balancones, uvillas de mar y, si es hombre o mujer de suerte, la visión casi fantasmal de una hubara que aparece y vuelve a desaparecer. Y también cabe de la posibilidad de contemplar a una mujer mientras teje y bebe mate. La diseñadora Leilani Montanaro posee su propio taller, pero a veces disfruta del privilegio de poder dar forma al hilo entre los sinuosos arenales majoreros.

La vida de Leilani empezó y por el momento continúa entre dunas. La creadora reside desde hace más de una década en Fuerteventura, donde se ubica su tienda Cristálida Canarias, en el Centro Comercial El Campanario de Corralejo. Pero todo comenzó en el otro extremo del Atlántico. Leilani nació en Villa Gessel, una localidad fundada por Carlos Idaho Gessel en unos terrenos que habían sido declarado "inútiles" por el Gobierno al tratarse de un paraje sumergido bajo las dunas en los que sólo se aventuraba el ganado cimarrón. Tras viajar por diversos países de América del Sur y Centroamérica y una estancia en Cataluña, Lei regresó a las dunas.

"A veces me llevo mis agujitas y mi hilo y me pongo a disfrutar de las dunas, el aire y el sol mientras hago lo que más me gusta", explica. Faltan los pinares de su tierra natal y también las aguerridas vacas asilvestradas, remedadas en este paisaje por alguna cabra. Lo que Lei siempre lleva consigo es su afán por ofrecer prendas, accesorios y diseños únicos para que sus clientes se sientan especiales gracias a su labor con el punto jersey y el crochet o ganchillo. Así ha ido confeccionando su obra y su vida, moviéndose como una duna, sin hacer ruido.

También como una duna, ha guardado una estrecha relación con el entorno. En territorio americano tuvo la posibilidad de entrar en contacto con materiales de altísima calidad que sigue recopilando cada vez que tiene la ocasión de cruzar el charco. Al llegar a Fuerteventura, sus prendas se llenaron de conchas y piedras marinas. También permanece en su interior aquella niña que fue, la que aprendió a tejer gracias a su abuela, la que hacía trajecitos para sus muñecas y ahora inventa mundos desconocidos desde las arenas de Fuerteventura.

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