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Moda

Campanadas de moda y misterio

Una sesión de fotos con tintes detectivescos en la finca grancanaria de Osorio reúne las propuestas para las fiestas navideñas de doce diseñadores de Canarias

Ataviados con creaciones de diseñadores de Gran Canaria y Tenerife, los asistentes a la fiesta de Año Nuevo rodean en el desván de una vieja casona de Teror el cadáver de la rica viuda Cristina Pérez. Hiroshi Yamaoka info@hirophoto.es

Una llamada rompe la tranquilidad de la noche de Fin de Año en el cuartelillo de Teror. Son las dos y media de la madrugada cuando una mujer notablemente nerviosa alerta sobre un crimen en la vieja mansión de Osorio, reconvertida en hotel -para este relato de ficción-, donde esa noche se celebra una fiesta. La víctima es Cristina Pérez, viuda del multimillonario inglés sir Arthur Westerton. "La denunciante", añade el atestado policial, "advierte también de un robo porque, según indica, a los pies del cadáver han hallado, vacía, una pequeña caja de seguridad".

En sede policial, luciendo esmoquin negro de Lucas Balboa y batín de seda oscura con estampado en plata, Alejandro Prada reconoce haber descubierto el cadáver en el desván de la mansión "cuando curioseaba por las estancias cerradas de la casona". "¿Conocía usted de algo a la víctima?", pregunta el agente al principal testigo. "Sí que se conocían", declaran por su parte Dasury Jeong y Sofía Gómez durante su comparecencia, ambas con esmoquin de Aurelia Gil y María Mía en terciopelo negro y seda blanca, respectivamente, y joyas de MIM Joyeros y Joyería Sancy. "Nosotras les vimos entrar juntos en la habitación de Cristina horas antes de la cena".

El informe policial indaga en las horas previas al crimen. "Comenzamos a llegar a la mansión sobre las cinco de la tarde. Unos cuantos accedimos solos a la finca", explica Ainhoa Díaz, con vestido largo en plata de Diseños Amarca y bolso en color plata de Santi Carballo, "y en dos coches más llegó el resto del grupo cuando comenzaba a anochecer. En total éramos trece personas para cenar y se nos indicó que la hora de bajar al comedor debía ser a las diez de la noche pero algunos se reunieron en los salones a tomar un aperitivo mucho antes".

La declarante, asimismo, quiere hacer constar que "cuando salí de mi habitación vi a un hombre que espiaba desde una puerta entreabierta el dormitorio de Sofía Gómez mientras ella se vestía". Interrogada sobre si pudo reconocer al individuo responde afirmativamente. "Era Joaquín Carrillo, el muchacho de la barba. Sé que era él", explica, "porque durante la cena me di cuenta que era el único chico que no vestía de negro sino un traje de tres piezas en tonos azul klein con botonadura marrón y ojales rojos, de Lucas Balboa".

"La testigo, no obstante, guarda silencio cuando se le pregunta cómo sabía lo que veía el sospechoso en el interior de un dormitorio que no era el suyo", añade el funcionario policial en el atestado. Carrillo no sólo admite que observaba a la joven en su habitación sino que aporta un dato más al agente policial: "Yo vi a Alejandro Prada salir de la habitación de la víctima poco antes de que bajara a cenar".

La oscuridad es absoluta en los exteriores de la finca de Osorio cuando los investigadores piden a Adji Samb, que luce un vestido blanco con cuerpo elástico y baja falda de plumas de Enzo Santana, y José Rodríguez, de esmoquin negro con fajín y corbata de Lucas Balboa, ofrecer su versión de lo que sucedió en el comedor. "Nosotros fuimos los primeras en llegar al salón aunque ya vimos a Ainhoa Díaz, Andrea Brisson y Miriam Jonte que estaban tomándose una copa en una de las galerías exteriores de la mansión", explica esta pareja que "insiste varias veces en su declaración que se recalque que son sólo amigos", escribe en su bloc de notas uno de los investigadores.

El frío y un cigarrillo hacen coincidir en uno de los portalones de la mansión a dos personajes claves en el devenir de los hechos: uno de los agentes y el joven Alejandro Prada.

"Tiene usted una cara singular. ¿Usted no es de aquí, no?", interroga el investigador al chico delgado y alto que no le aparta sus ojos de la cara. "Sí... Bueno, medio de aquí... Soy canario pero criado fuera", titubea Prada activando las alertas del inspector. "¿Pero usted", prosigue, "no sabe dónde ha nacido? Eso es muy extraño caballero..."

"Claro que lo sé...", responde nervioso y con media sonrisa el chico de ojos azules. "Nací en Gran Canaria pero me he criado en Londres con..." El agente, tirando el cigarrillo al suelo se mantiene callado durante casi un minuto hasta que expulsa el humo, mira a la cara del joven y le responde: "Vivió con la señora Cristina Pérez: por eso estaba usted con ella en su dormitorio antes de la cena...". "¡Pero no la he matado yo!", se defiende Prada. "Era como una madre para mí", añade el chaval al borde de las lágrimas.

Con una taza de consomé delante y consolado por Teresa Kim, que luce un vestido rojo de tul de Aurelia Gil, el chico prosigue hablando de su vida y de "la relación que siempre tuve con doña Cristina, porque siempre me cuidó". Poco después los presentes descubren que, por muy poco, no era ella la madre real del joven. "Nací en Gran Canaria, fruto de una relación de mi verdadera madre, una labriega de las fincas, con Sir Westerton, pero unas fiebres acabaron con la vida de ella y el señor Arhur me llevó a vivir con él a Londres, aunque pronto me ingresó en un internado de Kensington y le vi muy poco".

Es entonces, cuando al pequeño comedor se han incorporado cuatro o cinco invitados más, cuando el joven de ojos claros responde sobre "si conocía alguna pertenencia de valor de la fallecida que alguien quisiera robarle".

Ella viajaba siempre, según relata el joven testigo, con un valioso camafeo que Sir Arthur Westerton le había comprado como regalo cuando se llevó a Cristina a residir ala capital británica. "Era lo único que me recordaba a mi padre", confesó el chaval mientras la sala se iba llenando poco a poco de todos los asistentes a la fiesta de Fin de Año en Osorio: Joaquín, Andrea, Michelle, Miriam, José, Ainhoa, Adji, Dasury... "Díganos la verdad", añade entonces otro de los agentes: "¿Vino usted a Gran Canaria para robar esta joya aprovechando la fiesta...?". "No...". Un no rotundo inundó toda la sala. "Fui yo quien la mató", añade la voz mientras se escucha algún chillido ahogado en la estancia. Ainhoa Díaz, con traje verde de Amarca, se levanta y camina: "También soy hija de Sir Arthur, pero nunca me reconoció. Y hoy, por fin, vine a recuperar algo que también es mío".

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