Siempre me ha llamado la atención la frase de un empresario árabe en Londres. Me dijo que la gran fortuna de su familia se debía a la guerra. Su familia se dedicaba y se dedica a la fabricación de motores para camiones. He vuelto hace una hora de un encuentro con organizadores de congresos de Austria y Países del Este con un sabor agridulce. Por un lado está el gran interés que produce nuestro destino, ajeno a las barbaries que están sucediendo y sus excelentes factores que lo determinan como un lugar idóneo para convenciones y congresos. Me llama la atención que lo primero que me preguntan es por la seguridad del destino y cuando les muestro la cercanía de nuestro Palacio de Congresos con un hospital aclaman la situación estratégica de Meloneras. El mundo cambia. Antes la alimentación era una preocupación para el organizador de congresos y hoy apenas forma parte de su interés de negociación. Me preguntaba estando allí, negociando, qué sentirán mis compañeros de palacios de congresos de Sharm el Sheikh al sur de la Península del Sinaí o bien de Estambul cuando apenas reciben solicitudes o se cancelan las escasas que tienen. Aprovechemos esta situación anómala para mostrar a estos clientes accidentales nuestras excelencias y poder ofrecerles productos singulares a clientes directos singulares que por esa gran carrera de obstáculos que produce la administración pública nos impide seguir creciendo según la demanda actual. Debemos tener cuidado con nuestro destino porque de esta situación nadie está a salvo. Porque también de éxito se muere.
