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La escapada

La ruta secreta del ´Colorao´

El timplista Domingo Rodríguez Oramas ofrece una visión distinta de su pueblo, Tetir, y de la isla de Fuerteventura

Domingo Rodríguez Oramas, 'El Colorao'. Carlos de Saá

Domingo cree que aquello que jamás puede dejar de conocerse de Tetir y de cualquier otra parte de Fuerteventura no es la parroquia de Santo Domingo de Guzmán, levantada en 1777, ni su retablo de trazos barrocos. Tampoco El Cotillo, ni tan siquiera Cofete o la sinuosas dunas de Corralejo. No, nada de eso, aunque también. Él incluiría en las guías con gran despliegue a los majoreros y majoreras, a esos habitantes "sonrientes, generosos y hospitalarios" de este territorio atlántico.

"Estos teléfonos están como el cinturón de los viejos", bromea tras la interrupción por varias veces de la conversación telefónica interinsular. Resuelto el entuerto, proseguimos. Domingo Rodríguez ´El Colorao´, concertista y uno de esos músicos que han puesto al timple en órbita, nació en Tetir. "Allí aprendí a vivir, a reír y a luchar", explica. En su caso, la distancia le otorgó la posibilidad de tener una perspectiva amplia de lo que significa nacer en Canarias. Con apenas veinte años abandonó los terregueros y solajeros de Tetir para estudiar guitarra clásica en París con el maestro Blas Sánchez.

"Mientras uno estaba en Canarias el mundo era una cosa que sucedía allá lejos, pero luego te das cuenta de que formas partes de ese todo. Y cuando vuelves valoras más lo que tienes, tus raíces, la belleza de estos paisajes, el clima y", por supuesto, "las gentes". Tetir es uno de esos pueblos sonoros, donde no hubo ni hay familia sin al menos un timplista, un guitarrista o una voz entrenada en el canto de isas y folías. La suya tenía doble yema, porque su padre, sus tíos y sus abuelos formaron parte del rancho de ánimas local. Su futuro era una estrofa ya escrita.

Cuando recibe visitas, Domingo se preocupa sobre todo de que a sus agasajados no les ocurra como al turismo de masas y regresen sin haber pisado uno de esos lugares donde se juntan las gentes alrededor de cantos y yantares. Ahí donde el sonido de una malagueña te araña el alma mientras llegan a la mesa papas arrugadas, mojos, tollos, raciones de carne de cabra, pejines, escaldones de gofio y quesos de pimentón, porque es pecado y casi delito tipificado hablar de la isla y no nombrar sus quesos. Para Domingo, tampoco tiene perdón de dioses que "el turismo se meta en los hoteles y se vaya sin saber qué es una jarea" o a qué suena un timple al ser rasgado.

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