El boom de la cocina y la gastronomía ha deparado un sinfín de buenas costumbres. Cada vez valoramos más y mejor cada producto, sabemos las diferencias que hay entre lo ecológico y lo que no lo es, destacamos los sabores y las diferencias entre los productos de corral y los que no lo son, e incluso no nos importa invertir un poco más en la cesta de la compra siempre y cuando se note la diferencia cuando nos sentamos en la mesa con los nuestros. Son muchas las personas que además de seguir esto al pie de la letra, van más allá e invierten en formación, y no hablo de los más cocinillas sino de los recién emancipadas/os y los amas/os de casa. En general, ya no nos suena raro que hombres y mujeres de cualquier edad hagan cursos de cocina o pastelería. Es más, tenemos interiorizado que hoy en día hay que dedicarle un poco de tiempo para aprender esta disciplina, algo que hace unos años atrás era impensable. El problema surge cuando debido a la gran demanda que hay, nacen "escuelas" de gastronomía que no cumplen ni con los mínimos requisitos necesarios para poder llamarse escuelas. Profesores sin formación y sin experiencia, centros sin homologar y sin recursos, falta de material y de contenido teórico? Sea cual sea el nivel de la formación, desde principiantes hasta profesionales, existen unos mínimos que todo alumno debe exigir como por ejemplo que pase inspección sanitaria como cualquier escuela o restaurante para asegurarnos unos mínimos requisitos de higiene, formación adecuada de sus docentes y experiencia laboral, aulas homologadas y un largo etcétera que nos aseguraran que nuestra inversión en la formación será la adecuada. Si no, caeremos en el intrusismo laboral, sin contar que pondremos nuestra salud en juego. En cualquier tipo de formación (cupcakes, cocina salada, panadería?), sea del nivel que sea, debemos exigir la mayor calidad siempre, al igual que hacemos en la cesta de la compra.
