Japón, el país del Sol Naciente, es uno de los pocos lugares del planeta que al visitarlo el tiempo se detiene y te hace sentir en otro mundo. Quizá sean sus majestuosos templos, su cultura singular, su estilo de vida o su gastronomía, pero lo cierto es que no hay otro lugar en la faz de la tierra que se asemeje al país nipón.
No es fácil acostumbrarse a ser recibidos como estrellas del rock y no sentirse abrumado por ello, y es que como anfitriones los japoneses no tienen competencia.
Su extrema educación, que incluye reverencias en todo momento, sus ganas de hacerte sentir especial pero como en casa a la vez hacen un maridaje perfecto y ayudan, aún más si es posible, a disfrutar la experiencia. Sorprende en primer momento cómo se desviven por ayudarte al hacerles una pregunta, que por sencilla que sea, se paran, dejan de hacer lo que estaban haciendo y con una sonrisa sincera, amable y mirándote a los ojos, intentan soltar tres o cuatro palabras en inglés que puedan hacerte llegar hasta tu destino. A su vez, la seguridad reina en todo el país, ya sea una gran ciudad o un pequeño pueblo en medio de la nada; es extraordinaria.
No menos extraordinarios son sus templos, budistas y sintoístas, que se alzan en medio del caos ordenado de las grandes ciudades donde los creyentes no dudan en desconectar unos minutos del estrés diario para dar una ofrenda y rezar unos minutos.
Todo esto regado con un buen sake o con té verde matchá frío para los que no beban alcohol, disfrutando sus mercados callejeros con pescado y marisco fresco o sus pequeños ventorrillos donde disfrutar sopas con fideos hechos a mano o sus muchas barras de sushi donde poder disfrutar experiencias gastronómicas únicas con sus niguiris, sashimis y un sinfín de variedad de cortes de pescado que dejarían boquiabierto a cualquiera. Eso es, también, lo que convierte a Japón un lugar único.
No sé si es por su forma de ser, su estilo de vida, sus ciudades cosmopolitas, su comida, sus paisajes o todo en su conjunto, que hace muy difícil ponerle adjetivos, este lugar del planeta merece una visita obligada al menos una vez en la vida y es que solo así, deambulando por sus estrechas callejuelas con olor a pasta miso y suculentas sopas, uno puede comerse Japón.
