La Provincia - Diario de Las Palmas

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Gordo

Gordo

Llega el destape y mayo anuncia que la playa está ahí. Un año más se nos ha hecho tarde. Ya no hay tiempo de reducir, ni de disminuir, sino de tapar y de disimular. Asúmelo. Ya no hay "operación bikini" que te salve. En tus muslos cantan aún polvorones y villancicos, tu barriga rebosa purpurina y alcohol y tus cachetes tienen forma de torrija santa. Sientes en tu corazón, cerebro y báscula el peso del fracaso y del remordimiento. Te miras al espejo y sólo queda un camino: aceptarlo y aceptarte. El invierno, el trabajo, el sofá o la thermomix no te han permitido tener el cuerpo que deseabas o que alguien deseó por y para ti. Y entonces haces lo de todos los años, que es mirarte con cariño, aunque te cueste, y decirte ese socorrido y terapéutico: "Esto es lo que hay y no estoy tan mal". Y cuando la semilla del autoconvencimiento se ha plantado y empiezas a afrontar el primer paseo por la orilla o la primera quitada de camiseta, llega él o ella. Te resumo cómo detectar a la o a el sincero: te hará daño. El o la sincera se viste del cariño y el amor más absoluto para utilizar su superpoder de hablar de tu peso, casi siempre sin que tú se lo pidas. Los sinceros te pretenden anestesiar con un "lo hago por tu bien" o un "todos lo piensan pero nadie te lo dice" para inyectarte en vena un "deberías controlarte" o "esa falda te quedaba más holgada". Díganme que a veces es necesario que alguien te lo diga, díganme que se dice por bienestar; que es porque se preocupan o lo que quieran, pero hace daño. Dudo si la sinceridad tiene poder adelgazante, dudo que se deba decir todo lo que se piensa, dudo que se piense antes todo lo que se dice. Mientras resuelvo las dudas, líbreme Dios de los sinceros, que de mis kilos de más me libro yo.

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