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CONTRA LOS PUENTES LEVADIZOS

Nadando a casa

Piscina con dos figuras, de David Hockney. LA PROVINCIA/DLP

William Faulkner dijo que "el mejor empleo que jamás me ofrecieron fue el de administrador de un burdel. En mi opinión, ese es el mejor ambiente en que puede trabajar un artista". Nunca he trabajo de administrador de un burdel, así que no puedo decir si ese es el mejor ambiente para trabajar o no. Pero si tuviera que elegir un trabajo por encima de los demás, el de salvavidas en una piscina sería mi preferido. La semana pasada me alojé unos días en el Hotel Faro, y prácticamente no salí de la piscina. No por practicar natación, sino porque esa era mi intención: pasar las horas muertas sin nada que hacer, sin nada que decir, casi sin nada que sentir, salvo el agua acariciándome por todas partes. A unos metros, el salvavidas me observaba como si intentara grabarse cada gesto mío para luego reproducirlo, como hace un novelista con un personaje particularmente difícil.

Siempre he sentido una fascinación especial por las piscinas. Colecciono novelas y frases sobre piscinas, como la famosa de Scott Fitzgerald, que las llama "jardines azules" en El gran Gatsby: "Llegaba música de la casa de mi vecino en las noches de verano. En sus jardines azules hombres y chicas iban y venían como mariposas nocturnas entre los murmullos, el champagne y las estrellas". O ésta sobre el cuerpo sin vida de Gatsby sobre un colchón hinchable en la piscina: "Había en el agua un movimiento débil, apenas perceptible: el chorro limpio que entraba por un extremo fluía hacia el desagüe del otro lado. Con ondulaciones mínimas que no llegaban ni a sombras de olas, el colchón transportaba su carga, errático, por la piscina: un soplo de viento que apenas arrugaba la superficie bastaba para perturbar su curso fortuito con su carga fortuita".

De todas las historias sobre piscinas, El nadador, uno de los relatos más celebrados de John Cheever, es la más original que se ha escrito jamás. Su protagonista, Neddy Merrill, un ex triunfador en plena crisis existencial, emprende el camino de regreso a casa nadando a través de las piscinas privadas de sus amigos. Vistiendo sólo un bañador, Merrill se embarca en un viaje que recuerda al de la Odisea de Homero o el Ulises de Joyce, un viaje que tiene más de interior que de físico, en el que, no obstante, se da de bruces con la más cruda realidad. Nabokov, que dijo que la palabra "realidad" nunca debía usarse si no era entrecomillada, seguramente habría aplaudido este relato de Cheever llevado al cine por Frank Perry en 1968.

Otras novelas y relatos que trascurren en todo o en parte en piscinas son: La piscina de los ahogados de Ross MacDonald, La biblioteca de la piscina de Alan Hollinghurst, La piscina de Yoko Ogawa, Fantasía para dos coroneles y una piscina de Mário de Carvalho, Casa de verano con piscina de Herman Koch, La piscina huérfana de John Updike, Tripas de Chuck Palahniuk (donde un chico de trece años descubre los peligros de masturbarse desnudo en una piscina), o, más recientemente, Nadando a casa de Deborah Levy, que demuestran que escribir es mucho más que contar bien una historia, es sobre todo un ejercicio de inmersión.

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