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Lectura

La vida está en otra parte

La crónica de la vida de los seis supervivientes de Hiroshima y de las esposas de los científicos que fabricaron la bomba atómica coinciden en las librerías

Las esposas de los Álamos, de Tarashea Nesbit LP / DLP

Han pasado ya 70 años desde que, el lunes 6 de agosto de 1945, Estados Unidos lanzó sobre Hiroshima la primera bomba atómica (Little Boy), seguida tres días después de la segunda (Fat Man), arrojada sobre Nagasaki, causando la muerte de a 166.000 y 80.000 personas respectivamente, la gran mayoría debido a lesiones o enfermedades surgidas por la exposición a la radiación atómica. Nada de todo esto es nuevo, por supuesto, aunque es curioso que año tras año el tema esté ahí, el debate suscitado aflore de forma periódica, sin que ello impida que se sigan fabricando bombas, o cosas que hacen bum, como diría el escritor y crítico Kiko Amat. Si algo ha quedado claro es que el mundo ha sufrido desde la segunda mitad del siglo XX un inmovilismo absoluto, que le ha llevado a un recrudecimiento del primitivismo en el uso indiscriminado de las armas.

De todos los libros que se han escrito sobre los bombardeos atómicos de Hiroshima y Nagasaki ninguno ha tenido tanta influencia como el del escritor y periodista John Hersey, Hiroshima, que regresa a las librerías estos días editado por Debate. Antes de convertirse en un libro, el reportaje de Hersey de las horas inmediatamente posteriores al bombardeo que barrió la ciudad japonesa de Hiroshima fue un artículo de treinta mil palabras que se publicó en un número especial de la revista The New Yorker, el 31 de agosto de 1946. En él Hersey no se ocupó de datos y balances, sino del aspecto humano del suceso. A las pocas horas de salir a la calle, la revista se agotó en los quioscos (Albert Einstein, profesor de física en la universidad de Princenton, envió a sus ayudantes a comprar todos los ejemplares que pudieran para repartirlos entres sus alumnos), hasta el punto de que algunos ejemplares llegaron a revenderse a veinte dólares. Algunas revistas reseñaron el artículo de Hersey como si fuera un libro, algo que un mes después la editorial Alfred A. Knopf hizo realidad, y desde entonces no ha dejado de reeditarse en todo el mundo.

Hiroshima narra la vida de seis supervivientes desde los momentos previos a la explosión de la bomba atómica hasta pasados los primeros meses. Lo novedoso del reportaje de Hersey, aparte de su extensión descomunal para un texto periodístico, está en su estilo (un cruce entre periodismo y literatura), en el que cada detalle no sólo cobra importancia sino que es el certificado de autenticidad de la barbarie realizada: "Exactamente a las ocho y quince minutos de la mañana, hora japonesa, el 6 de agosto de 1945, en el momento en que la bomba atómica relampagueó sobre Hiroshima, la señora Toshiko Sasaki, empleada del departamento de personal de la Fábrica Oriental de Estaño, acababa de ocupar su puesto en la oficina de planta y estaba girando la cabeza para hablar con la chica del escritorio vecino. En ese mismo instante, el doctor Masakazu Fujii se acomodaba con las piernas cruzadas para leer el Asahi de Osaka en el porche de su hospital privado, suspendido sobre uno de los siete ríos del delta que divide Hiroshima; la señora Hatsuyo Nakamura, viuda de un sastre, estaba de pie junto a la ventana de su cocina observando a un vecino derribar su casa porque obstruía el carril cortafuego".

En Hiroshima, Hersey sigue los pasos de cada uno de estos supervivientes que tratan de buscar cobijo en una realidad ilusoria (esa que había antes de la explosión de la bomba atómica), aun cuando saben que el refugio es provisional, y que antes o después la realidad los expulsará: "La bomba atómica mató a cien mil personas, y estas seis estuvieron entre los supervivientes. Todavía se preguntan por qué sobrevivieron si murieron tantos otros. Cada uno enumera muchos pequeños factores de suerte o voluntad -un paso dado a tiempo, la decisión de entrar, haber tomado un tranvía en vez de otro- que salvaron su vida. Y ahora cada uno sabe que en el acto de sobrevivir vivió una docena de vidas y vio más muertes de las que nunca pensó que vería. En aquel momento, ninguno sabía nada".

La angustia por haber sobrevivido, la humillación y la certeza de que la vida está en otra parte resultan patentes en las páginas de Hiroshima, donde Hersey, otrora autor de Una campana para Adano (1944), sobre la ocupación aliada de Italia, y La pared (1950), sobre el levantamiento del gueto de Varsovia durante la Segunda Guerra Mundial, busca darle sentido al caos. No obstante, Hiroshima no es un manifiesto, ni una exculpación, ni una investigación antropológica, sino un relato minucioso de unas vidas que son el retrato de un Japón que ha perdido su identidad ancestral bajo la fagocitosis a que lo somete la amenaza nuclear. Hersey cuenta las vidas de Toshiko Sasaki, Masakazu Fujii, Hatsuyo Nakamura, Wilhelm Kleinsorge, Terufumi Sasaki y Kiyoshi Tanimoto, como si estuviera contando la nuestra.

Proyecto Manhattan

Algo parecido, aunque en el terreno de la reconstrucción imaginaria, es lo que hace la novelista Tarashea Nesbit en Las esposas de Los Álamos (Turner), novela sobre las mujeres de los científicos que fabricaron la primera bomba atómica. El ascenso de Hitler al poder en 1933 y la posibilidad de que éste pudiera construir una bomba nuclear de consecuencias imprevisibles fue uno de los principales aspectos que impulsó el proyecto Manhattan, una de las empresas más extrañas auspiciadas por el gobierno estadounidense, con ayuda del Reino Unido y Canadá, para investigar sobre la energía nuclear. Decenas de miles de personas, entre ellos ingenieros, físicos, químicos y sus respectivas esposas, fueron movilizadas en 1943 para construir un nuevo tipo de bomba extremadamente potente en un laboratorio secreto, ubicado en Los Álamos, en Nuevo México.

En Las esposas de Los Álamos, Tarashea Nesbit da voz a un grupo de mujeres jóvenes y cosmopolitas, que, sin darse cuenta, dejan sus confortables hogares para marcharse al desierto: "Nuestros marido se reunieron con nosotras en la cocina y nos anunciaron ´Nos vamos al desierto´, y a nosotras no nos quedó más remedio que exclamar ´¡Vaya, vaya!´, como si aquello fuera algo divertidísimo. ´¿Dónde?´, preguntamos, pero no obtuvimos respuesta. [...] Algunas de nosotras ya sabíamos de primera mano lo que era el secretismo. Nuestros maridos eran profesores de Columbia o de la Universidad de Chicago y precisamente el mes anterior el laboratorio de física había pasado a llamarse laboratorio de metalurgia, aunque ninguno de los miembros del laboratorio, menos aún nuestros maridos, era metalúrgico ni se dedicaba a ninguna de las partes del proceso de extracción de minerales".

El mayor mérito de la novela de Nesbit, al igual que el del reportaje de Hersey, reside sin duda en su capacidad de resucitar la débil memoria de un país que parece acordarse sólo de las grandes hazañas, y no de las víctimas que deja a su paso. En el caso de Las esposas de Los Álamos, las víctimas alcanzan varias generaciones: "Nuestros hijos no se dedicaron directamente a desarrollar bombas, pero crearon programas informáticos que ayudaban a desarrollarlas, y decían ´Si pudiera elegir de forma completamente libre no me dedicaría a esto´, y decían ´Tengo que sacrificar parte de mi conciencia para obtener otros beneficios´ [...] Nos marchamos contentas, nos marchamos aliviadas, nos marchamos pensando que habíamos formado parte de algo único, nos marchamos con dudas sobre nuestros maridos, sobre nosotras mismas, o sobre nuestro país, o sobre todas esas cosas". En definitiva, se marcharon con la idea de que la vida estaba en otra parte.

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