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Las imágenes no mienten

La editorial Blume publica 'Escritores', una selección de 250 retratos de grandes escritores realizados por grandes fotógrafos, seleccionados por Goffredo Fofi

Vladimir Mayakovski. RÓDCHENKO

Decía Joan Fontcuberta, en Fotografía y verdad, que "la fotografía puede ser contemplada como un diálogo entre la voluntad de acercarnos a lo real y las dificultades para hacerlo. [...] Así Alfred Stieglitz, puente entre las prácticas pictorialistas y documentales del siglo y la modernidad del XX, declaró que la función de la fotografía no consiste en ofrecer un placer estético sino en proporcionar verdades visuales sobre el mundo". La cosa se complica cuando se trata de proporcionar verdades visuales sobre grandes escritores que rara vez se dejaron fotografiar con el propósito de salvaguardar algo de sí mismos y que no habían transmitido en sus libros.

Ahora llega a las librerías Escritores (Blume), una selección de 250 retratos de grandes escritores, que datan desde los comienzos del siglo xx hasta nuestros días, realizados por grandes fotógrafos y seleccionados por Goffredo Fofi. Cada retrato viene acompañado de un comentario biográfico que funciona como esos artilugios japoneses descritos por Marcel Proust, que parecen ser sólo pequeños trozos de papel, pero que, cuando se colocan bajo el agua, se desdoblan para revelar su riqueza oculta de colores y formas. Según Fofi, "nos permiten entender más y mejor no sólo quién era o es un escritor que nos gusta (o que detestamos, ¿por qué no?), sino también la medida de sus obras, lo que nos ha transmitido de sus inquietudes".

En Escritores se dan cita Marcel Proust retratado por Man Ray, Colette por Herbert List, Virginia Woolf por Gisèle Freund, Truman Capote por Richard Avedon, James Baldwin por Ara Guler, Raymond Carver por Bob Adelman, Paul Auster por Bruce Davidson, Italo Calvino por Gianni Giansanti, William Faulkner por Henri Cartier-Bresson, Patricia Highsmith por Martine Frank, Pablo Neruda por Sergio Larrain, Gabriel García Márquez por Colita, Philip Roth por Elliott Erwitt, David Foster Wallace por Marion Ettlinger, Bret Easton Ellis por Debra Hurford Brown o Clarice Lispector, en una foto de juventud (que ilustra la cubierta de libro) de autor desconocido.

De todas las fotografías que se conservan del premio Nobel de Literatura de 1982 Gabriel García Márquez, hay algunas que me parecen sobresalientes, o relevantes, conociendo el destino que le estaba reservado. Una de esas fotografías está tomada en 1969 por Isabel Steva Hernández, más conocida por Colita, en Barcelona (en el libro está fechada erróneamente en 1975 en Colombia), y en ella vemos al escritor con un ejemplar de Cien años de soledad, publicado en Buenos Aires por la editorial Su damericana en 1967, en la cabeza. El éxito por sombrero podríamos pensar, aunque esta imagen está más acorde "con la mejor tradición iconográfica, según la cual los santos y los personajes célebres eran retratados con atributos específicos para hacerlos fácilmente reconocibles".

Hoy conocemos casi hasta el menor detalle de la vida de Marcel Proust, gracias al minucioso trabajo de sus biógrafos, como el de Ghislain de Diesbach (hay edición española en Anagrama), pero ninguno reproduce el instante de la muerte del autor de En busca del tiempo perdido como la fotografía tomada por Man Ray en su lecho de muerte en París, en 1922: "Llamado por el hermano del escritor, el fotógrafo se presentó junto al lecho de muerte para recoger la imagen final de la larga enfermedad, el asma, que Proust quiso siempre ignorar, rehusando cualquier tipo de tratamiento". En la foto vemos a Proust muerto: "la barba larga, los ojos lívidos [entiendo que es una licencia poética de la autora del texto Isabella Pedicini, porque en realidad están cerrados]; sin embargo, no hay trazas de sufrimiento en su rostro".

Donde si hay trazas de sufrimiento es el rostro de David Foster Wallace, en la fotografía tomada por Marion Ettlinger en 2001 en Bloomington, Illinois, siete años antes de quitarse la vida por ahorcamiento en su casa de Claremont, California. Tenía 46 años. El autor de La broma infinita padecía una depresión infinita que no pasó desapercibida a Ettlinger, y que ésta llamó "una atmósfera de consenso", refiriéndose a la particular condición en "la que el fotógrafo consigue ir más allá de la apariencia y de la máscara y captar en el sujeto un relámpago de verdad. Así ha sucedido con David Foster Wallace, retratado en la campiña de Bloomington, con las manos en los bolsillos y la mirada baja, perdido en sus pensamientos e indiferente a la presencia de la fotógrafa".

La imagen, de una perfección glacial, de Foster Wallace contrasta con la de Jonathan Franzen, tomada por la misma fotógrafa americana, reputada retratista de escritores, en 1996 en Nueva York. La fotografía muestra a un joven Franzen relajado en una composición que tiene algo de surrealista, similar a un cuadro de Magritte. Ettlinger "dramatiza la figura autoritaria de Franzen, y nos ofrece una versión glamorosa y cuidada que refleja correctamente la imagen pública de este autor de moda que huye de la moda". Franzen contó en su ensayo Más afuera que tenía con Foster Wallace una "amistad de comparaciones, contrastes y (fraternalmente) competencia. [...] David murió de aburrimiento y desesperación por sus novelas futuras".

Es difícil destacar una fotografía por encima del resto, pero si tuviera que quedarme con una sería el retrato de Vladímir Mayakovski, el máximo poeta de la revolución rusa, tomada en 1924, en Moscú, por el pintor y fotógrafo Aleksandr Ródchenko, uno de los más importantes pioneros del constructivismo fotográfico: "Ródchenko y Mayakovski estaban unidos en una simbiosis perfecta: compartían los ideales, la militancia política, la investigación artística y los proyectos". Ródchenko proyectó gran número de carteles de propaganda para el Estado y el Partido y también para las películas de Vértov y de Eisenstein, como El acorazado Potemkin, pero ninguno tuvo la fuerza de la mirada penetrante y huidiza de Mayakovski en esta fotografía, una de las pocas en las que en un rostro incluye una biografía. Numerosos teóricos han analizado la naturaleza de la imagen fotográfica para concluir destacando su valor al servicio de la verdad. Las imágenes no mienten, y los 250 retratos de este libro tampoco. Desde el autor de Todo se desmorona, Chinua Achebe, visto por Beowulf Sheehan en 2008, hasta la autora de Memorias de Adriano, Marguerite Yourcenar, vista por Robert Doisneau en 1955, pasando Ian McEwan, visto por Lord Snowdon en 1978, el mismo año que publicó su primera novela, Jardín de cemento, todos los grandes de la literatura están incluidos en este volumen, en el que las fotografías son simultáneamente la raíz cuadrada y el cuadrado del libro.

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