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Tras la pista de Holmes

En la literatura cada vez es más difícil que un autor dé con un arquetipo original, que sea copiado, imitado y venerado, que trascienda a su tiempo y al personaje

Benedict Cumberbatch como el investigador y Martin Freeman como Watson, en la serie 'Sherlock'.

Desde Ulises, todos los héroes trágicos regresan inevitablemente a Ítaca; desde Cervantes, la pareja de Quijote y Sancho dejó amonedado cómo tenían que comportarse dos personajes cómicos o trágicos entre sí; desde Aureliano Buendía, todas las sagas familiares están condenadas a cien años de soledad sobre la tierra. Cuando Arthur Conan Doyle escribió la primera historia de Sherlock Holmes, no sabía bien lo que había creado, y por eso tuvo la osadía de matar a un personaje que ya se había escapado completamente a su control.

La historia, ya la conocen, es que el autor escocés tuvo que "revivir" al detective consultor más famoso de la historia y seguir publicando sus aventuras por la avalancha de quejas que recibió de los lectores, entre los que se encontraba su propia madre. Lo que realmente le interesaba a Conan Doyle -está deliciosamente explicado en la novela Arthur & George de Julian Barnes- era el mesmerismo, el ocultismo y el contacto con los fantasmas, pero el mejor personaje inanimado que había creado ya tenía una vida independiente que no podía dominar. Si nos fiamos de las encuestas, al preguntar a día de hoy a cualquier británico por Sherlock Holmes, seis de cada diez personas asegurarán que fue un personaje real. Una conclusión posible de que esto ocurra así es que no solamente es un personaje verosímil, sino que, como ocurre con los personajes realmente memorables, como lectores queremos, necesitamos realmente que exista, preferimos un mundo donde podamos toparnos con nuestros personajes preferidos por la calle, saber que hay un orden en el mundo que va más allá de las novelas y las historias de ficción.

Sherlock Holmes entró hace tiempo al dominio público, y eso propicia que cualquiera pueda crear una obra derivada usando al personaje. La más reciente y meritoria es Mr. Holmes, de Mitch Cullin, cuyo innegable éxito la ha llevado en tiempo récord a la gran pantalla, en una película protagonizada por Sir Ian McKellen que explora los últimos años del detective de Baker Street.

Los pastiches holmesianos son tan antiguos como el propio personaje, y todavía en vida de Conan Doyle comenzaron a publicarse. El más antiguo escrito está datado en el año 1906, aunque su primera aparición en el cine es del año 1900, en una película muda llamada Sherlock Holmes Baffled. En el imaginario colectivo ha quedado especialmente grabado Basil Rathbone, que protagonizó catorce películas para televisión, y que es uno de los principales culpables de haber acuñado la imagen de Sherlock con el gorro de cazador y la frase -no la busquen en ninguno de los relatos o novelas escritas por Doyle- "Elemental, querido Watson".

En total, son más de 60 adaptaciones televisivas, e innumerables novelas y relatos cortos con el detective como protagonista, destacando The Seven-Per-Cent solution, de Nicholas Meyer, como uno de los más originales, y que abrió la espita a hacer que Holmes y Watson conocieran a los más variopintos personajes y escenarios de finales del XIX y principios del XX. Una corriente, a la que pertenecen los relatos de Meyer, se limita a ofrecer historias que intentan ajustarse lo máximo posible al canon, respetando los límites narrativos, espaciales y temáticos del personaje. Se trata de historias que intentan imitar el estilo de los relatos originales con mayor o menor fortuna, intentando poner también algo de su parte que ofrezca una arista del personaje no vista en las narraciones originales. A pesar de ello, las únicas narraciones "oficiales", reconocidas como parte del corpus y no escritas por el autor original, son una serie de novelas juveniles, que presentan al personaje en su época adolescente y que realmente no aportan gran cosa al universo holmesiano.

Aunque no hayan leído nunca nada del personaje, lo conocen de sobra: además de las adaptaciones televisivas, como Sherlock o Elementary, hay infinidad de personajes, películas y series que se inspiran en Holmes, desde la serie House hasta el protagonista de El nombre de la rosa, que coge su apellido, Baskerville, de uno de los más conocidos relatos de Doyle.

Hay tramas para todo tipo de lector: desde Sherlock Holmes y los zombis de Camford -cuyo título dice lo suficiente para que no tenga que explicarles nada más-, hasta Elemental, mi querida Sarah, donde la historia se traslada nada menos que a Brasil. Particularmente, creo que tienen más valor los relatos que siguen la estela del personaje y donde la mano del autor moderno no se ve demasiado, como es el caso del excelente La aventura del abrigo amarillo, de Adela Torres, y que solamente se puede encontrar en formato ebook. Por eso tiene tanto valor el trabajo de Cullin en Mr. Holmes, frente a las últimas adaptaciones para cine, que tan sólo conservaban el nombre del personaje. En el caso de Cullin, ha optado por buscar una de las zonas desconocidas de la vida del detective.

En Los años perdidos de Sherlock Holmes, de Jamyang Norbu, la propuesta era contar qué ocurrió entre la desaparición en las cataratas Reichenbach y su regreso al mundo de los vivos. En Mr. Holmes asistimos a los últimos años de un nonagenario normal y corriente, que pierde facultades físicas a marchas forzadas pero conserva la memoria de los días de gloria como detective consultor y las capacidades deductivas. Una de las cosas que más nos gusta del personaje es precisamente su carácter inhumano, frío, analítico, racional. Su presencia en el mundo, aunque sólo sea en el de la ficción, nos ofrece un asidero al orden, una posibilidad de que todo, incluso lo más absurdo, tenga sentido. Por eso este Holmes anciano nos quita un poco del personaje con el que hemos crecido, pero nos da uno nuevo y nos ofrece una nueva manera de leerlo: frágil, con debilidades y casi como si fuera más que nunca una persona real. "Pensar de tarde en tarde en Sherlock Holmes es una de las buenas costumbres que nos quedan", dejó escrito Jorge Luis Borges, y agrandar su imaginario parece el afán que escritores y cineastas se han propuesto en el siglo XXI.

Mr. Holmes contiene tres relatos que son prácticamente independientes, si no fuera porque cada uno influye decisivamente en los otros dos, aunque podrían leerse de manera separada. Por un lado, tenemos al anciano Sherlock, que vive retirado en el campo con una nueva ama de llaves y ya sin la presencia de John H. Watson en este mundo. Su nuevo compañero de aventuras, aunque estas no pasen del jardín donde el detective está dedicado a la apicultura, es el propio hijo del ama de llaves. En esta historia se nos presenta a un personaje que comienza a tener graves problemas para recordar por qué ha entrado en una habitación, cómo han llegado los objetos a sus bolsillos, o si es la hora de cenar. Es el deterioro físico normal que seguramente no gustará a los lectores más ortodoxos. Haciendo pequeñas variaciones sobre el personaje, sabe guardar muy bien su esencia. El segundo de los relatos es una nueva aventura de Sherlock Holmes, escrita de la mano del propio detective, recordando el último caso del que se ocupó, cuyas resonancias llegan hasta el momento presente del relato y que tiene todos, o casi, los componentes de una de las narraciones de Conan Doyle.

La tercera de las historias nos cuenta cómo el Holmes anciano viaja hasta Japón, invitado por un misterioso personaje, con el único objetivo de encontrar una planta endémica de una región cercana a Hiroshima. Holmes se ha hecho apicultor, está más preocupado por la botánica que por el mundo en general, y ya ha sobrevivido a las dos guerras mundiales: un país exótico, un caso que sigue los cánones del personaje y una historia donde el autor presenta aspectos del personaje que no conocíamos.

Mitch Cullin ha conseguido escribir en una sola novela las tres corrientes de relatos holmesianos, y contribuyendo -cada generación ha de hacerlo- a agrandar la inmortalidad del personaje.

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